Madame Semele se levantó, entró en la caravana y salió luego con dos tazones de madera, dos cuchillos con mango de madera y un peque?o bote de hierbas secas y molidas, convertidas en polvo verde.
—Iba a empezar a comer con los dedos en un plato de hojas frescas —dijo, entregando un tazón a la dama de la túnica roja. El tazón tenía un girasol pintado, visible bajo una capa de polvo—. Pero he pensado: ??cuántas veces recibes visitas tan gentiles??. Así que sólo lo mejor de lo mejor. ?Cola o cabeza?
—Elige tú —respondió su invitada.
—Entonces la cabeza para ti, con los sabrosos ojos y el cerebro y las orejitas crujientes. Yo me comeré los cuartos traseros, que sólo son carne insulsa. —Sacó el asador del fuego mientras hablaba y, usando los dos cuchillos con tanta rapidez que a duras penas resultaron visibles, dividió la pieza y separó la carne de los huesos, y la sirvió de manera bastante equitativa en los dos tazones. Pasó el bote de hierbas a su invitada—. No hay sal, querida, pero si le echas de esto, te gustará. Un poco de albahaca, un poco de tomillo silvestre… Todo receta mía.
La bruja reina tomó su porción de liebre asada y uno de los cuchillos, y esparció un poco de polvo de hierbas sobre el manjar. Pinchó un trozo de carne y se lo comió golosamente, mientras su anfitriona movía la carne y soplaba con fastidio la liebre asada, que desprendía su vapor.
—?Qué tal está? —preguntó la anciana.
—Delicioso —respondió la invitada con sinceridad.
—Es por las hierbas —explicó la vieja.
—Sí, noto el sabor de la albahaca y el tomillo —dijo la invitada—, pero hay un tercer sabor que no acabo de reconocer.
—Ah —dijo madame Semele, y mordisqueó un poco de carne.
—Es un sabor de lo más insólito.
—Cierto. Una hierba que sólo crece en Garamond, en una isla en medio de un gran lago. Resulta de lo más agradable con todo tipo de carnes y pescados, y su sabor me recuerda un poco al hinojo, pero con un toque de nuez moscada. Sus flores son de color naranja muy atractivo. Es buena para el flato y la fiebre, y, además, es un leve somnífero que tiene la curiosa propiedad de provocar a quien lo tome la disposición de no decir nada más que la verdad durante unas cuantas horas.
La dama de la túnica escarlata contempló furiosa el contenido del tazón.
—?Hierba de limbo? —masculló—. ?Te has atrevido a darme hierba de limbo?
—Eso parece, querida —y la vieja rio y chilló de contenta—. Veamos, pues, ama Morwanneg, si es ése tu nombre, ?adónde vas en tu gran carro? ?Y por qué me recuerdas a alguien que conocí una vez…? Madame Semele nunca olvida nada ni a nadie.
—Voy a buscar una estrella —dijo la bruja reina— que cayó en los bosques al otro lado del Monte Barriga. Y cuando la encuentre, cogeré mi gran cuchillo y le arrancaré el corazón mientras esté aún viva y su corazón le pertenezca. Porque el corazón de una estrella viva es un remedio soberano contra todos los achaques de la edad y el tiempo. Mis hermanas esperan mi regreso.
Madame Semele rio y se abrazó a los hombros, columpiándose sobre los pies.
—El corazón de una estrella, ?eh? ?Ja, ja! Ese trofeo será para mí. Comeré el suficiente como para que regrese mi juventud, y mi pelo cambie del gris al dorado, y mis pechos se hinchen y vuelvan a ser firmes. Entonces llevaré el corazón que queda al Gran Mercado de Muro. ?Ja!
—No harás nada de eso —dijo su invitada muy suavemente.
—?No? Eres mi invitada, querida. Hiciste tu juramento. Has probado mi comida. Según las leyes de nuestra Hermandad, no puedes hacerme ningún da?o.
—Oh, puedo hacerte da?o de muchas maneras, Sal Sosa, pero tan sólo te haré notar que alguien que ha comido hierba de limbo no puede decir nada más que la verdad durante varias horas; y una cosa más… —Relámpagos distantes parpadearon en sus palabras, y el bosque estaba silencioso, como si cada árbol y cada hoja la escucharan atentamente—. Esto te digo: has robado conocimientos sin ganártelos, pero no te serán de provecho, porque serás incapaz de ver la estrella, incapaz de percibirla, incapaz de tocarla, de saborearla, de encontrarla, de matarla. Aunque otro le cortara el corazón y te lo entregara, tú no lo sabrías, nunca sabrías qué tienes en la mano. Esto te digo. éstas son mis palabras y dicen la verdad. Y debes saber una cosa más: juré, por el pacto de la Hermandad, que no te haría da?o alguno. De no haberlo jurado, te convertiría en un escarabajo y te arrancaría las piernas una a una, y dejaría que los pájaros te encontraran, por haberme hecho sufrir esta indignidad.
Los ojos de madame Semele se desorbitaron de temor, y contempló a su invitada por encima de las llamas de la hoguera.
—?Quién eres? —preguntó.
—La última vez que supiste de mí —dijo la mujer de la túnica escarlata—, gobernaba con mis hermanas en Carnadine, antes de que se perdiera.