—?Dormís, los de tu raza? —preguntó.
—Claro, pero no de noche. De noche, brillamos.
—Bueno —dijo él—, yo voy a intentar dormir. No se me ocurre nada más que hacer. Ha sido un día muy largo para mí, entre una cosa y otra. Y quizás a ti te convendría dormir también. Nos espera un largo camino.
El cielo empezaba a clarear. Tristran apoyó la cabeza sobre su bolsa de piel, e hizo cuanto pudo para ignorar los insultos e imprecaciones que le espetaba la chica del vestido azul al otro extremo de la cadena. Se preguntó qué haría el hombrecillo peludo cuando viese que Tristran no volvía. Se preguntó qué estaría haciendo Victoria Forester en esos momentos, y decidió que seguramente estaba dormida, en fu cama, en su dormitorio, en la granja de su padre. Se preguntó si seis meses no eran una caminata terriblemente larga y qué comerían por el camino. Se preguntó qué comían las estrellas… Y entonces se durmió.
—Zopenco, badulaque, memo —dijo la estrella.
Y suspiró, y se puso tan cómoda como pudo, en aquellas circunstancias. El dolor que sentía en la pierna era apagado pero continuo. Tiró de la cadena que le aprisionaba la mu?eca, pero la halló tensa y firme, y no podía ni quitársela ni romperla.
—Cretino, desgraciado, alima?a —murmuró.
Y entonces ella también se durmió.
Capítulo 5
Donde se lucha hasta la saciedad por la corona
A la luz brillante de la ma?ana, la joven parecía más humana y menos etérea. No había dicho nada desde que Tristran había despertado.
él cogió su cuchillo y cortó una rama caída en forma de Y mientras ella, sentada bajo un sicomoro, lo miraba furiosa y con el ce?o fruncido. Tristran arrancó la corteza de una rama verde y envolvió con ella el extremo en forma de Y de la rama cortada. Aún no habían desayunado y Tristran estaba famélico; su estómago rugía mientras trabajaba. La estrella no dijo si tenía hambre. Lo único que había hecho era mirarlo, primero con reproche y después directamente con odio.
Tiró bien de la corteza, la pasó por debajo del último bucle y volvió a tirar para fijarla.
—De verdad, esto no es nada personal —confesó a la joven y al claro del bosque.
Bajo la luz del sol, la estrella a duras penas brillaba, excepto donde las sombras oscuras la rozaban.
La estrella pasó un pálido índice por la cadena de plata que corría entre ellos dos, trazó la circunferencia cerrada sobre su delgada mu?eca y no replicó.
—Lo he hecho por amor —continuó él—. Y tú eres mi única esperanza. Su nombre, o sea, el nombre de mi amor es Victoria Forester. Y es la más bonita, sabia y dulce chica que hay en el mundo entero.
La joven rompió su silencio con un resoplido de burla.
—?Y esta sabia y dulce criatura te ha enviado a torturarme? —preguntó.
—Bueno, no exactamente. Verás, me prometió cualquier cosa que le pidiese, fuese su mano en matrimonio o besar sus labios, si le traía la estrella que vimos caer anteanoche. Yo pensé —confesó Tristran— que una estrella caída sería seguramente como un diamante o una roca. Lo que no me esperaba era una dama.
—Y cuando encontraste una dama, ?no podías haberla socorrido, o haberla dejado en paz? ?Por qué arrastrarla y hacerle sufrir por tu locura?
—El amor —replicó él.
Ella lo miró con ojos azules como el cielo.
—Espero que se te atragante —dijo, sin inflexión.
—No será así —dijo Tristran, con más confianza y ánimo de los que sentía—. Toma. Prueba esto. —Le entregó la muleta y la ayudó a levantarse.
Sintió cosquillas en las manos, nada desagradables, allí donde su piel tocó la de ella. Ella siguió sentada en el suelo, como un tocón, sin esforzarse por ponerse en pie.
—Te he dicho —afirmó ella— que haré cuanto esté en mi poder para frustrar tus planes y proyectos. —Contempló el claro a su alrededor—. Qué pobre se ve este mundo de día. Y qué deslucido.
—Apoya el peso sobre mí y el resto sobre la muleta. En algún momento tendrás que moverte —dijo él.
Estiró de la cadena y la estrella, de mala gana, empezó a levantarse; primero se apoyó sobre Tristran, y después, como si su proximidad le disgustara, sobre la muleta.
Entonces sofocó un grito y cayó sobre la hierba cuan larga era, con la cara deformada, gimiendo de dolor. Tristran se arrodilló junto a ella.
—?Qué ocurre? —preguntó.
Sus ojos azules relampaguearon, pero estaban llenos de lágrimas.
—La pierna no me sostiene. Debe de estar rota. —La piel se le había vuelto blanca como una nube, y temblaba.