Stardust - Polvo de estrellas

 

Tristran levantó la mano que sostenía la vela y empezó a andar hacia delante. Su luz iluminaba el mundo: cada árbol y cada arbusto y cada brizna de hierba. El siguiente paso de Tristran le llevó junto a un lago, y la luz de la vela brilló con fuerza sobre el agua; y enseguida anduvo a través de las monta?as, por entre solitarios despe?aderos, donde la luz de la vela se reflejaba en los ojos de las criaturas de las nieves; y después anduvo sobre las nubes, que, aunque no del todo sólidas, soportaban cómodamente su peso; y entonces, sosteniendo firmemente su vela, se halló bajo tierra, y la luz se reflejó en las paredes húmedas de las cavernas. Después volvió a encontrarse entre las monta?as, y entonces recorrió un camino que atravesaba un bosque salvaje, y entrevió un carro tirado por dos machos cabríos, montado por una mujer con un vestido rojo que parecía, a juzgar por los que de ella vio, la reina Boadicea tal como la dibujaban sus libros de historia; dio otro paso y se encontró en una frondosa ca?ada, donde podía oír la risa del agua que chapoteaba y cantaba en un peque?o arroyo. Dio otro paso, pero seguía en el claro. Había altos helechos, y olmos, y dedaleras en abundancia, y la luna ya se había puesto en el cielo. Levantó la vela, buscando una estrella caída, pero no vio nada.

 

 

 

Sin embargo, algo oyó bajo el murmullo del arroyo: unos gemidos, y alguien que tragaba saliva. El sonido de alguien que intenta no llorar.

 

—?Hola? —dijo Tristran.

 

Los gemidos cesaron. Tristran estaba seguro de que se veía una luz bajo un avellano y se dirigió hacia ella.

 

—Disculpe —dijo, con la intención de tranquilizar a quien estuviera sentado bajo el avellano, y rezando para que no fuesen otra vez aquellas personillas que le habían robado el sombrero—. Estoy buscando una estrella.

 

Como respuesta, un terrón de tierra húmeda salió disparado del árbol y golpeó a Tristran en plena cara. Le hizo un poco de da?o, y se le metieron trozos de tierra por el cuello.

 

—No le haré da?o —dijo, en voz alta.

 

Esta vez, cuando otro terrón se precipitó contra él, Tristran se agachó y el proyectil impactó contra un olmo a sus espaldas. Tristran avanzó.

 

—Vete —dijo una voz, ronca y lacrimosa, que sonaba como si hubiera estado llorando—, vete y déjame en paz.

 

Estaba echada bajo el avellano, en una extra?a posición, y contempló a Tristran con una mirada rabiosa de absoluta enemistad. Arrancó otro terrón de tierra y alzó la mano, amenazadora, pero no lo tiró. Tenía los ojos rojos e irritados. Su pelo era tan rubio que casi era blanco, su vestido era de seda azul y relucía a la luz de la vela. Rutilaba toda entera.

 

—Por favor, no me tires más barro —rogó Tristran—. Mira, no quiero molestarte, pero es que hay una estrella caída por aquí cerca y tengo que encontrarla antes de que se apague la vela.

 

—Me he roto la pierna —dijo la joven.

 

—Lo siento —dijo Tristran—. Pero la estrella…

 

—Me he roto la pierna al caer —insistió ella con tristeza, y volvió a arrojarle un terrón. Al mover el brazo, desprendió un polvo brillante. El terrón golpeó a Tristran en el pecho—. Vete —sollozó, enterrando la cara en los brazos—. Vete y déjame en paz.

 

—Tú eres la estrella —dijo Tristran, que al fin comprendió.

 

—?Y tú eres un cabeza de chorlito —dijo la chica, con amargura—, y un bobo, y un zote, y un sinsustancia y un petimetre!

 

—Sí —dijo Tristran—. Supongo que soy todo eso.

 

Y con estas palabras soltó uno de los extremos de la cadena de plata y pasó el aro por la delgada mu?eca de la chica. Sintió que el otro aro se ce?ía fuertemente a su propia mu?eca.

 

Ella le contempló amargamente.

 

—?Se puede saber —preguntó con una voz que estaba, de pronto, más allá de la furia, más allá del odio— qué crees que estás haciendo?

 

—Te llevo a casa conmigo —dijo Tristran—. Hice un juramento.

 

La llama de la vela empezó a temblar, violentamente, mientras el último trozo de pabilo flotaba en una charca de cera, y por un momento la llama creció, iluminando la ca?ada, y a la chica, y la cadena, irrompible, que unía su mu?eca con la de él. Y entonces se apagó.

 

 

 

Tristran contempló la estrella —la chica— y, con todas sus fuerzas, logró no decir nada.

 

??Puedo llegar allí a la luz de un candil? —pensó—. Sí, y también puedo volver?. Pero la vela se había apagado, y el pueblo de Muro se hallaba a seis meses de duro viaje de aquel lugar.

 

—Sólo quiero que sepas —dijo la chica, fríamente— que seas quien seas, y sean cuales sean tus intenciones hacia mí, no te ayudaré en modo alguno, ni te asistiré, y haré todo cuanto esté en mi mano para frustrar tus planes y triqui?uelas. —Y después a?adió, con gran sentimiento—: Idiota.

 

—Mmm —dijo Tristran—. ?Puedes andar?

 

—No —respondió ella—. Tengo la pierna rota. ?Eres sordo, además de estúpido?

 

Neil Gaiman's books