Stardust - Polvo de estrellas

—Bebe despacio —dijo—. Vale el rescate de un rey, esta botella. Me costó dos grandes diamantes blancos azulados, un pájaro mecánico que cantaba y una escama de dragón.

 

Tristran bebió. El líquido le calentó hasta los dedos de los pies y le hizo sentir que tenía la cabeza llena de burbujitas.

 

—Es bueno, ?eh?

 

Tristran asintió.

 

—Demasiado bueno para ti y para mí, me temo. Pero no importa: es justo lo que conviene cuando hay problemas, y lo que ha pasado bien podría calificarse de problema. Venga, salgamos de este bosque —dijo el hombrecillo peludo—. Pero ?en qué dirección…?

 

—Por ahí —dijo Tristran, se?alando a su izquierda.

 

El hombrecillo volvió a tapar la botella, se la guardó en el bolsillo y se echó el fardo al hombro, y ambos siguieron el camino verde que atravesaba el camino gris. Después de varias horas se percataron de que ya no había tantos árboles blancos, y enseguida salieron del bosque hura?o y empezaron a andar por entre dos muros bajos de piedras que flanqueaban el camino. Cuando Tristran miró tras de sí, no vio rastro alguno del bosque: tan sólo colinas púrpura coronadas de brezo.

 

—Podemos detenernos aquí —dijo su compa?ero—. Tenemos que hablar de unas cuantas cosas. Siéntate.

 

Dejó su fardo en el suelo y se sentó encima, de tal manera que estaba más alto que Tristran, sentado en una roca al borde del camino.

 

—Hay algo que no acabo de entender. A ver, dime: ?de dónde eres?

 

—De Muro —dijo Tristran—. Ya te lo dije.

 

—?Quiénes son tu padre y tu madre?

 

—Mi padre se llama Dunstan Thorn y madre Daisy Thorn.

 

—Mmm, ?Dunstan Thorn…? Yo conocí a tu padre. Me dio cobijo una noche. No era mal tipo, aunque so?aba como un poseso y me lo puso bastante difícil para dormir… —Se rascó el hocico—. Pero eso no explica… ?No hay nada que sea inusual en tu familia?

 

—Mi hermana Louisa puede mover las orejas.

 

El hombrecillo peludo sacudió sus grandes y peludas orejas como quien no quiere la cosa.

 

—No, eso no me sirve —dijo—. Yo pensaba más bien en una abuela que fuese una famosa hechicera, o en un tío que fuese un notorio mago, o unas cuantas hadas en el árbol genealógico.

 

—No que yo sepa —reconoció Tristran.

 

El hombrecillo cambió de estrategia.

 

—?Dónde está el pueblo de Muro? —preguntó, y Tristran se?aló la dirección con el dedo—. ?Dónde están las Colinas Discutibles? —Tristran se?aló una vez más, sin dudarlo—. ?Dónde están las Islas Catavarias? —Tristran se?aló al sudoeste.

 

No sabía ni que existían las Colinas Discutibles o las Islas Catavarias hasta que el hombrecillo las hubo mencionado, pero estaba muy seguro en su interior de su localización, como lo estaba de por dónde andaba su pie izquierdo, o en qué lugar de la cara tenía la nariz.

 

—Mmm. Muy bien. ?Sabes dónde está Su Vastedad el Ternero Muskish?

 

Tristran afirmó con la cabeza.

 

—?Sabes dónde está la Ciudadela Transluminaria de Su Vastedad la Bueya Almizclera?

 

Tristran se?aló, con certeza.

 

—?Y qué me dices de París? El de Francia.

 

Tristran meditó un momento.

 

—Bueno, si Muro está por ahí, supongo que París debe de estar más o menos en la misma dirección, ?no?

 

—Veamos —dijo el hombrecillo peludo, hablando para sí más que para Tristran—. Puedes encontrar lugares en el País de las Hadas, pero no en tu mundo, excepto Muro, que es un lugar fronterizo… No puedes encontrar a gente… pero… A ver, chico, ?sabes dónde está la estrella que estás buscando?

 

Tristran se?aló, inmediatamente.

 

—Es por ahí —afirmó.

 

—Mmm. Muy bien. Aunque esto tampoco explica nada. ?Tienes hambre?

 

—Un poco. Y estoy todo ajado y harapiento —dijo Tristran, examinando los enormes agujeros de sus pantalones y su chaqueta, por donde las ramas y espinas le habían atacado, y que las hojas habían desgarrado mientras corría—. Mira mis botas…

 

—?Qué llevas en la bolsa? —le preguntó el hombrecillo.

 

Tristran abrió su bolsa Gladstone.

 

—Manzanas, queso, media barra de pan, un bote de pasta de pescado, mi cortaplumas, una muda de ropa interior, unos pares de calcetines de lana… Debí haber traído más ropa…

 

—Quédate la pasta de pescado —dijo su compa?ero de viaje, y dividió rápidamente la comida que quedaba en dos montoncitos iguales—. Me has hecho un gran favor —dijo, mordisqueando una manzana—, y yo no soy de los que olvidan algo así. Primero arreglaremos lo de tu ropa, y después te enviaremos a buscar tu estrella. ?Vale?

 

—Eres muy amable —dijo Tristran, nervioso, mientras cortaba el queso para acompa?ar su pedazo de pan.

 

—Muy bien —dijo el hombrecillo peludo—. Vamos a buscarte una manta.

 

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