—Lo siento.
—Bueno —replicó él—, en este momento estoy sin trabajo, sin pareja, y (gracias, sobre todo, a tu empe?o profesional) mis vecinos están convencidos de que la poli me tiene fichado. Algunos hasta se cambian de acera para no cruzarse conmigo. Por otro lado, mi quiosquero quiere que le dé una buena lección al tipo que pegó a su hija.
—?Y qué le has dicho?
—La verdad. Aunque me parece que no me creyó. Me regaló una bolsa de patatas fritas con sabor a queso y cebolla y un paquete de caramelos de menta, y me dijo que me daría muchos más una vez hubiera cumplido mi parte.
—Pronto se olvidarán del asunto.
Gordo Charlie suspiró.
—Es humillante.
—Pero tampoco es el fin del mundo.
Pagaron a medias y el camarero les trajo la vuelta y dos galletas de la suerte.
—?Qué dice la tuya? —le preguntó Gordo Charlie.
—?La perseverancia madura y da fruto en abundancia.? —leyó—. ?Y la tuya?
—Lo mismo —respondió él—. Perseverancia, sublime virtud.
Arrugó el papel hasta transformarlo en una pelotilla del tama?o de un guisante y se lo echó al bolsillo. La acompa?ó hasta la boca de metro de Leicester Square.
—Parece que hoy es tu día de suerte —comentó Daisy.
—?Por qué lo dices?
—No hay pájaros en la costa —respondió.
Entonces, Gordo Charlie se dio cuenta de que era verdad. No había palomas ni estorninos. Ni siquiera gorriones.
—Pero Leicester Square siempre está lleno de pájaros.
—Pues hoy no —dijo ella—. Puede que tengan otras cosas que hacer.
Se detuvieron al llegar a la boca de metro, y por un momento Gordo Charlie pensó ingenuamente que ella le daría un beso de despedida. No lo hizo. Simplemente le sonrió y dijo:
—Con Dios. —Y se despidió haciendo un gesto con la mano que igual podía ser, efectivamente, un modo de despedirse, o igual un simple reflejo involuntario. Luego, bajó por las escaleras y la perdió de vista.
Gordo Charlie cruzó Leicester Square y se dirigió a Piccadilly Circus.
Sacó el papel que se había guardado en el bolsillo y deshizo la pelotilla. ?Reúnete conmigo en Eros?, decía y, al lado, había un garabato que parecía un asterisco grande y que, según se mirara, podía ser una ara?a.
Mientras caminaba, iba pasando revista al cielo y a los edificios, pero no había pájaros, y era extra?o, porque siempre había pájaros en las calles de Londres. Pájaros por todas partes.
Ara?a estaba sentado al pie de la estatua leyendo el News of the World. Levantó la vista del periódico al ver llegar a Gordo Charlie.
—éste no es Eros, para tu información —dijo Gordo Charlie—. Es la Caridad Cristiana.
—Y, entonces, ?por qué está desnuda y tiene un arco y una flecha? No me parece que ésa sea una actitud precisamente caritativa y cristiana.
—Yo sólo te digo lo que he leído —dijo Gordo Charlie—. ?Dónde te habías metido? Me tenías preocupado.
—Estoy bien. He estado eludiendo a los pájaros, intentando encajar todas las piezas del puzle.
—?Te has fijado en que hoy no se ve un solo pájaro por ahí? —le dijo Gordo Charlie.
—Sí, ya me he dado cuenta. La verdad es que no sé qué pensar. Pero he estado pensando y, ?sabes qué me parece? —le dijo Ara?a—: que hay algo en todo esto que no está bien.
—Pues, así de entrada, yo diría que nada —respondió Gordo Charlie.
—No. Lo que quiero decir es que hay algo malo en esta hostilidad de la Mujer Pájaro hacia nosotros.
—Ya. Es malo. Es muy, muy, muy malo ir por ahí azuzando a los pájaros para que ataquen a la gente. ?Se lo dices tú o prefieres que lo haga yo?
—No me refiero a eso. Me refiero a que... En fin, piénsalo un poco. A ver cómo te lo explico: al margen de lo que Hitchcock planteara en aquella película, los pájaros no son muy eficaces a la hora de atacar a la gente. Hace millones de a?os que se dieron cuenta de que es mejor no provocar o acabarán dando con sus huesos en alguna cazuela. Su instinto primario les dice que es mejor dejarnos en paz.
—No a todos —dijo Gordo Charlie—. Piensa en los buitres. O en los cuervos. Pero sólo entran en escena cuando la batalla ha terminado. Y se quedan a esperar que mueras.
—?Qué?
—Digo que todos menos los buitres y los cuervos. No era nada...
—No. —Ara?a se concentró—. No, se me ha escapado. Me has dado una idea, ya casi lo tenía. ?Has ido ya a ver a la se?ora Dunwiddy?
—Llamé a la se?ora Higgler, pero no me cogió el teléfono.
—Pues ve y habla con ellas.
—Para ti es muy fácil decirlo, pero yo estoy sin blanca. A dos velas. Limpio. No puedo pasarme la vida haciendo vuelos transoceánicos. Ni siquiera tengo trabajo. Estoy...
Ara?a sacó una billetera del bolsillo de su cazadora. Sacó un fajo de billetes en distintas divisas y los puso en la mano de Gordo Charlie.
—Ten. Con esto tendrás suficiente para ir y volver. Tú trae la pluma.
—Oye, ?no se te ha ocurrido pensar que, a lo mejor, papá no está muerto?