Los Hijos de Anansi

—?No me iba a hablar usted de aquella mala pasada que me jugó? —preguntó Gordo Charlie.

 

—No deberías haberme roto la bola de cristal que tengo en el jardín.

 

—Lo sé, sé que no debería haberlo hecho.

 

Recordaba aquel episodio como se recuerdan las cosas que a uno le sucedieron de ni?o, mitad recuerdo y mitad recuerdo del recuerdo: había ido a recuperar su pelota de tenis, que había ido a parar al jardín de la anciana pero, al llegar allí, cogió la bola para ver su rostro reflejado en ella, distorsionado y enorme, notó que la bola resbalaba de sus manos y vio cómo se estrellaba en el caminito de piedra y se hacía a?icos. Recordaba los fuertes dedos de la anciana cogiéndole de la oreja y arrastrándole por el jardín hasta la casa...

 

—Fue usted la que obligó a Ara?a a marcharse, ?verdad?

 

La se?ora Dunwiddy apretaba las mandíbulas como un buldog mecánico. Asintió.

 

—Hice un conjuro para desterrarle —dijo—. No era mi intención que funcionara de aquella manera. En aquellos tiempos, todo el mundo tenía nociones de magia. Puede que no tuviéramos DVD, ni móviles, ni hornos microondas, pero sabíamos otras muchas cosas, aunque no te lo creas. Yo sólo quería darte una lección. Estabas tan seguro de ti mismo, siempre contestando, eras puro vinagre. Así que saqué a Ara?a de dentro de ti, para darte una lección.

 

Gordo Charlie había escuchado perfectamente aquello, pero las palabras no tenían el menor sentido para él.

 

—?Usted lo sacó de dentro de mí?

 

—Lo separé de ti. Te separé de tu lado travieso. De tu lado malo. Te quité esa parte diabólica —suspiró—. Cometí un error. Nadie me avisó de que si vas por ahí utilizando la magia contra gente como los que llevan la sangre de tu padre, los efectos se magnifican. Todo se hace más grande. —Bebió otro sorbo de agua—. Tu madre nunca lo creyó. No del todo. Pero ese Ara?a... él era aún peor que tú. Tu padre nunca había mencionado aquello hasta que hice que Ara?a se marchara. Incluso entonces, no me dijo más que, si no podía arreglarlo, ya no volverías a ser su hijo.

 

Quiso discutir con ella, decirle que aquello no tenía sentido, que Ara?a no formaba parte de él, no más de lo que él, Gordo Charlie, formaba parte del océano o de la oscuridad. Sin embargo, cambió de tema.

 

—?Dónde está la pluma?

 

—?De qué pluma estás hablando?

 

—Cuando regresé de aquel lugar, el sitio ese de las rocas y las cuevas, traía una pluma en la mano. ?Qué hizo usted con ella?

 

—No me acuerdo —respondió—. Soy una vieja. Tengo ciento cuatro a?os.

 

Gordo Charlie insistió.

 

—?Dónde está?

 

—No me acuerdo.

 

—Por favor, dígamelo.

 

—No la tengo yo.

 

—?Y quién la tiene?

 

—Callyanne.

 

—?La se?ora Higgler?

 

La anciana se incorporó, y le dijo en tono confidencial:

 

—Las otras dos son sólo unas ni?as. No se lo toman en serio.

 

—Llamé a la se?ora Higgler antes de venir a Florida. Pasé por su casa antes de ir al cementerio. La se?ora Bustamonte dice que se ha marchado.

 

La se?ora Dunwiddy se meció suavemente en la cama, como si quisiera acunarse para dormir.

 

—No voy a seguir aquí por mucho tiempo. No puedo comer nada sólido desde la última vez que te marchaste. Se acabó. Sólo tomo agua. Algunas dicen que están enamoradas de tu padre, pero yo le conocí mucho antes que cualquiera de ellas. Hace a?os, cuando yo aún estaba de buen ver, me llevaba a bailar. Venía a buscarme y me volvía loca. En aquel entonces, ya era un hombre mayor, pero sabía cómo hacer que una chica se sintiera muy especial. No sientes... —Se detuvo para beber un poco más de agua. Le temblaban las manos. Gordo Charlie le cogió el vaso vacío de las manos—. Ciento cuatro a?os —dijo la anciana—, y jamás me he metido en la cama durante el día, excepto para dar a luz. Y mírame ahora.

 

—Estoy seguro de que llegará a los ciento cinco —dijo, incómodo, Gordo Charlie.

 

—?No digas eso! —replicó. Parecía asustada—. ?Ni en broma! Tú y tu familia habéis causado ya suficientes problemas. Deja de ir por ahí haciendo que sucedan cosas.

 

—Yo no soy como mi padre —respondió Gordo Charlie—. No tengo poderes mágicos. Ara?a heredó toda esa parte, ?lo recuerda?

 

No parecía estar escuchándole.

 

—Cuando salíamos a bailar, muchos a?os antes de que estallara la segunda guerra mundial, tu padre se acercaba a hablar con el director de la banda, y muchas veces le invitaban a subir al escenario para que cantara con ellos. Todos se reían y le aplaudían. Así era como hacía que sucedieran las cosas. Cantando.

 

—?Dónde está la se?ora Higgler?

 

—Se ha ido a casa.

 

—En su casa no hay nadie. Y tampoco está su coche.

 

—Se ha ido a casa.

 

—Esto... ?Quiere usted decir que ha muerto?

 

La anciana resolló entre las blancas sábanas y cogió aire. Parecía que ya no podía seguir hablando. Le hizo un gesto.

 

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