Y Morris le ofreció cientos de manos desde cientos de pantallas.
Ella sabía que todo lo que tenía que hacer era coger su mano. Pero, para su propia sorpresa, respondió:
—No, Morris. Me parece que no voy a hacerlo.
Un centenar de caras la miraron con perplejidad.
—Maeve, mi amor. Tienes que dejar atrás tu carne mortal.
—Bueno, eso es evidente, cari?o. Y lo haré. Te prometo que lo haré. En cuanto esté en condiciones de dar ese paso.
—Maeve, estás muerta. ?Se puede estar en mejores condiciones?
Maeve suspiró.
—Aún tengo ciertos asuntos que resolver en este lado.
—?Como por ejemplo?
Maeve se puso derecha.
—Pues —dijo—, pensaba buscar a ese monstruo de Grahame Coats para... en fin, para lo que sea que puedan hacer los fantasmas en estas circunstancias. Podría aparecerme o algo.
Morris le respondió con voz incrédula.
—?Quieres aparecerte a Grahame Coats? ?Y para qué demonios, si se puede saber?
—Porque —replicó ella— aún no he acabado con él.
Apretó los labios y alzó la barbilla.
Morris Livingstone la miró desde un centenar de pantallas de televisión al mismo tiempo y movió la cabeza de un lado a otro, con una mezcla de admiración y de exasperación. Se había casado con ella porque sabía valerse por sí misma, y por esa misma razón la había amado siempre, pero deseó poder persuadirla, aunque sólo fuera por una vez. Sin embargo, le dijo:
—En fin, yo no me voy a ir a ninguna parte, cielo. Avísanos cuando estés lista.
Y, a continuación, comenzó a desvanecerse.
—Morris. ?Tienes alguna idea de cómo puedo buscarle? —le preguntó.
Pero la imagen de su marido había desaparecido ya, y en las pantallas aparecía el pronóstico del tiempo.
Ese domingo, Gordo Charlie comió dim sum con Daisy en un restaurante discretamente iluminado del peque?o barrio chino de Londres.
—Tienes muy buen aspecto —le dijo.
—Gracias —respondió Daisy—, pero estoy fatal. Me han retirado del caso Grahame Coats. Ahora es un caso de asesinato y están llevando a cabo una investigación muy exhaustiva. Creo que he tenido suerte de que me hayan dejado llevarlo durante tanto tiempo.
—Bueno —replicó él, animoso—, si no hubieras participado en la investigación, te habrías perdido la ocasión de divertirte arrestándome.
—Y encima, eso.
Daisy, ocurrente, puso cara de arrepentida.
—?Tenéis alguna pista?
—Aun suponiendo que la tuviéramos —respondió—, no podría comentarlo contigo. —Les llevaron un carrito, y Daisy escogió unos cuantos platos—. Una de las hipótesis que barajan es que Grahame Coats se tiró por la borda de uno de los ferrys que hacen la travesía del canal. Es el último cargo que aparece en una de sus tarjetas de crédito, un pasaje para Dieppe.
—?Tú crees que eso es verosímil?
Daisy utilizó los palillos para coger una croqueta y se la llevó a la boca.
—No —respondió—. Mi teoría es que ha huido a algún país con el que no tenemos tratado de extradición. Probablemente Brasil. Puede que no tuviera previsto matar a Maeve Livingstone, pero el resto ha sido meticulosamente planeado. Se había montado su propio sistema. El dinero llegaba a las cuentas de sus clientes. Grahame Coats se cobraba el quince por ciento de lo que iba entrando y, luego, a base de transferencias permanentes que él mismo ordenaba, iba esquilmando las cuentas discretamente. Hay un montón de cheques de banco extranjeros que ni siquiera llegaron a ser ingresados en las cuentas de sus clientes. Lo que resulta increíble es que haya podido mantener ese sistema en pie durante tanto tiempo.
Gordo Charlie masticó una croqueta de arroz rellena de algo dulce.
—Creo que tú sabes dónde está —dijo.
Daisy dejó de masticar la croqueta que tenía en la boca.
—Me ha dado esa impresión cuando has dicho que había huido a Brasil. Parece como si supieras que no esté allí.
—De ser así, formaría parte de la investigación —le respondió—, y me temo que no puedo revelar esa clase de detalles. ?Qué tal está tu hermano?
—Ni idea. Creo que se ha marchado. Su habitación no estaba en casa cuando yo llegué.
—?Su habitación?
—Sus cosas. Se había llevado sus cosas y no ha vuelto a dar se?ales de vida. —Gordo Charlie bebió un sorbo de su té de jazmín—. Espero que esté bien.
—?Hay algo que te haga pensar que pueda no estarlo?
—Pues... él padece la misma fobia que yo.
—Lo de los pájaros. Ya. —Daisy asintió, comprensiva—. ?Y qué tal la novia y la futura suegra?
—Hum... Me parece que ninguno de esos términos sigue... hum... vigente.
—Ah.
—Se han ido las dos.
—?Ha tenido algo que ver con tu arresto?
—No, que yo sepa.
Ella le miró con cara de duende comprensivo.