Los Hijos de Anansi

—Pero está ardiendo.

 

—Nos harán falta un par de botellas de agua, ?no? Gar?on?

 

Un susurro de alas; más pájaros aún; y, por debajo, un suave rumor, como si se estuvieran diciendo un secreto.

 

El camarero les trajo las dos botellas de agua. Ara?a, que llevaba puesta una vez más su chaqueta de cuero roja y negra, se las metió en los bolsillos.

 

—No son más que palomas —dijo Gordo Charlie, pero enseguida se dio cuenta de lo estúpido de aquel comentario. No eran sólo palomas. Eran un auténtico ejército. La estatua del tipo gordo había desaparecido prácticamente bajo las plumas grises y moradas.

 

—Creo que me gustaban más los pájaros antes de que se les ocurriera confabularse contra nosotros.

 

—Y están por todas partes —dijo Ara?a y, a continuación, cogió a Gordo Charlie de la mano—. Cierra los ojos.

 

En ese momento, los pájaros levantaron el vuelo todos a una. Gordo Charlie cerró los ojos.

 

Bajaron las palomas como al redil el lobo...

 

Se hizo el silencio, y la distancia, y Gordo Charlie pensó: ?Estoy metido en un horno?. Abrió los ojos y se dio cuenta de que, efectivamente, así era: estaba en un horno con dunas rojas que se perdían a lo lejos hasta fundirse con un cielo de color madreperla.

 

—El desierto —dijo Ara?a— me pareció una buena idea. Aquí no hay pájaros. Así podremos terminar de hablar. Toma —y le alargó a Gordo Charlie una botella de agua.

 

—Gracias.

 

—Y bien, ?te importaría explicarme de dónde han salido los pájaros?

 

—Fue en el sitio ese. Viajé hasta allí. Había un montón de animales humanos. Ellos... hum... Todos conocían a papá. Y había uno que era una mujer, una especie de Mujer Pájaro —dijo Gordo Charlie.

 

Ara?a le miró.

 

—?En el sitio ese? No es que sea una información muy precisa.

 

—Hay una monta?a en la que hay muchas cuevas. Y también hay un despe?adero que cae y cae hasta perderse en la nada. Es como el fin del mundo.

 

—Es el principio del mundo —le corrigió Ara?a—. He oído hablar de esas cuevas. Me habló de ellas una chica que conocí hace tiempo. Pero nunca he estado allí. Así que conociste a la Mujer Pájaro, ?y...?

 

—Se ofreció a hacer que te marcharas. Y... hum... Bueno, yo acepté su ayuda.

 

—Eso —dijo Ara?a con una sonrisa de estrella de cine— fue una estupidez por tu parte.

 

—Yo no le dije que te hiciera da?o.

 

—?Y cómo te imaginabas que se iba a deshacer de mí? ?Escribiéndome una carta muy seria?

 

—No lo sé. No lo pensé. Estaba furioso.

 

—Genial. Bueno, si ella se sale con la suya, tu estarás furioso y yo muerto. Podrías haberme pedido que me fuera, sin más, ?sabes?

 

—?Lo hice!

 

—Ah... ?Y qué te dije yo?

 

—Que estabas muy a gusto en mi casa y que no pensabas marcharte.

 

Ara?a bebió un poco de agua.

 

—Bueno, ?qué le dijiste exactamente a esa mujer?

 

Gordo Charlie hizo memoria. Ahora que lo pensaba, aquellas palabras le parecían muy extra?as.

 

—Sólo le dije que le daría la sangre de Anansi —dijo, a rega?adientes.

 

—?Que tú qué?

 

—Es lo que ella me pidió que dijera.

 

Ara?a le miró con incredulidad.

 

—Pero eso no se refiere sólo a mí. Nos incluye a los dos.

 

De repente, Gordo Charlie tenía la boca seca. Esperaba que no fuera más que el aire del desierto, y bebió un trago de agua.

 

—Espera. ?Por qué el desierto? —preguntó Gordo Charlie.

 

—Porque aquí no hay pájaros, ya te lo he dicho.

 

—?Y qué es eso de allí? —preguntó, se?alando con el dedo. De entrada parecían diminutos, pero luego te dabas cuenta de que, en realidad, volaban muy alto: planeaban en círculos, inclinándose sobre un ala.

 

—Buitres —respondió Ara?a—, son carro?eros, sólo les interesan los muertos.

 

—Sí, ya. Y las palomas se asustan de la gente —dijo Gordo Charlie. Aquellos puntos allá lejos empezaron a descender en círculos, y a medida que se acercaban los pájaros se veían cada vez más grandes.

 

—De acuerdo —y a continuación, exclamó—: ?Mierda!

 

No estaban solos. Alguien les estaba observando desde una duna lejana. Un observador que no estuviera en antecedentes, seguramente habría confundido aquella figura con un espantapájaros.

 

—?Déjanos en paz! —gritó Gordo Charlie, pero la arena se tragó el sonido de su voz—. Retiro todo lo que te dije. ?Ya no hay trato! ?Déjanos en paz!

 

La gabardina ondeó en el árido viento del desierto, y la figura desapareció.

 

—Se ha ido —dijo Gordo Charlie—. ?Quién habría podido imaginar que la cosa era tan simple?

 

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