Los Hijos de Anansi

En el bolsillo de su chaqueta tenía un móvil plateado que le avisaba con la melodía de Greensleeves cuando recibía una llamada. Aliviada, descubrió que el móvil seguía en su sitio y que era perfectamente capaz de sostenerlo. Marcó el número del servicio de llamadas de emergencia. Mientras esperaba a que lo cogieran, se preguntó por qué seguían diciendo ?marcar? incluso cuando no tenían que pulsar más que una tecla.

 

Se puso a pensar en lo mucho que habían cambiado los teléfonos; aún se acordaba de cuando los números se marcaban en un dial y de cuando salieron los primeros teléfonos con aquellas teclas luminosas y aquel timbre tan desagradable. Siendo todavía una adolescente, tuvo un novio que imitaba a la perfección aquel timbre —viéndolo ahora en perspectiva, lo cierto era que el chico no tenía más habilidad que ésa—. ?Qué habría sido de él? ?De qué le serviría esa habilidad ahora que los teléfonos podían sonar de tantas formas diferentes...?

 

—En este momento, todos nuestros operadores están ocupados —dijo una voz mecánica—. Por favor, permanezca a la espera.

 

Maeve estaba sorprendentemente tranquila, como si tuviera la completa seguridad de que jamás volvería a ocurrir le nada malo.

 

Una voz masculina atendió su llamada.

 

—?Diga? —el tono denotaba eficacia.

 

—Necesito hablar con la policía —dijo Maeve.

 

—No es necesario que hable usted con la policía —replicó la voz—. Las autoridades competentes intervendrán inevitablemente y a su debido tiempo en caso de que se haya cometido algún delito.

 

—Verá —dijo Maeve—, quizá me equivocado de número.

 

—No importa —dijo la voz—, todos los números son igualmente correctos, en último término. Sólo son números y, por tanto, no pueden ser ni correctos ni incorrectos.

 

—Usted dirá lo que quiera —dijo Maeve—, pero necesito hablar con la policía. Y creo que también necesito una ambulancia. Obviamente, me he equivocado de número.

 

Maeve colgó. A lo mejor es que no se podía comunicar con el 091 desde un teléfono móvil, pensó. Buscó en su agenda el número de su hermana y la llamó. Una voz familiar contestó inmediatamente.

 

—Deje que me explique: no digo que se haya equivocado de número a propósito. Lo que intentaba decirle es que todo número es intrínsecamente correcto. Bueno, todos menos Pi, claro. Sólo de pensar en él ya me duele la cabeza, cuatro decimales y cinco decimales y seis decimales y venga decimales...

 

Maeve cortó pulsando el botón rojo. Llamó al director de su sucursal.

 

La voz que se puso al teléfono dijo:

 

—Vaya por Dios, no hago más que parlotear y hablar de si los números son correctos o no y usted seguramente estará pensando que todo esto no viene a cuento...

 

Clic. Llamó a su mejor amiga.

 

—... y que, en realidad, deberíamos estar hablando de su solicitud. Me temo que esta tarde hay mucho tráfico, así que, si fuera usted tan amable de esperar un rato, pasarán a recogerla...

 

La voz resultaba reconfortante, parecía uno de esos predicadores radiofónicos ofreciendo a los oyentes su reflexión diaria.

 

De no haber estado tan relajada, aquello la habría aterrorizado. En lugar de eso, se puso a pensar. Puesto que su móvil estaba —?cómo se decía, ?pinchado??—, tendría que bajar a la calle a buscar un agente de policía para presentar una queja oficial. Maeve pulsó el botón para llamar al ascensor, pero no sucedió nada, así que bajó por las escaleras, pensando que, de todos modos, lo más seguro era que no hubiera ningún agente de policía por allí, como suele suceder siempre que necesitas uno. Se pasan la vida patrullando en esos coches que hacen niiinoooniiinooo. ?La policía debería patrullar a pie y por parejas —pensó Maeve—, dando la hora a los transeúntes o esperando al pie de los canalones para detener a los cacos que bajan con sus botines al hombro...?

 

Justo al pie de la escalera, en el portal, se encontró con dos agentes de policía: un hombre y una mujer. Iban de paisano, pero eran policías. Esta vez no había ninguna posibilidad de error. El hombre era robusto y rubicundo, la mujer era menuda y tenía la piel oscura y seguramente, en otras circunstancias, le habría parecido bastante guapa.

 

—Nos consta que estuvo aquí —decía la mujer—. La recepcionista recordaba haberla visto llegar justo antes de irse a comer. Cuando regresó, ambos se habían marchado ya.

 

—?Crees que huyeron los dos juntos? —preguntó el hombre.

 

—Eeh... Disculpen —interrumpió educadamente Maeve Livingstone.

 

—Es posible. Tiene que haber un modo sencillo de explicarlo. Desaparece Grahame Coats. Desaparece Maeve Livingstone. Al menos, tenemos a Charles Nancy bajo custodia.

 

—No huimos juntos, ni muchísimo menos —dijo Maeve, pero ellos la ignoraron.

 

Los dos agentes entraron en el ascensor y cerraron de golpe ambas puertas. Maeve se quedó mirándoles mientras el ascensor los llevaba a trompicones hasta el último piso.

 

Aún tenía el móvil en la mano. Notó que empezaba a vibrar y, a continuación, sonó la melodía de Greensleeves. Se quedó mirándolo fijamente. En el display aparecía la foto de Morris. Nerviosa, atendió la llamada.

 

—?Diga?

 

—Hola, mi amor. ?Cómo te va?

 

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