Los Hijos de Anansi

La puerta se abrió.

 

—?No llamas nunca antes de abrir? —preguntó Gordo Charlie.

 

—No —le contestó el guardia—, la verdad es que nunca llamamos antes de entrar. Tu abogado ha venido a verte.

 

—?Se?or Merryman? —dijo Gordo Charlie y, a continuación, hizo una pausa. Leonard Merryman era un orondo caballero que llevaba unas gafas muy peque?as con montura dorada, y el hombre que estaba detrás del guardia ni siquiera se le parecía.

 

—No pasa nada —dijo el tipo que no era su abogado—. Podemos hablar aquí mismo.

 

—Llame cuando haya acabado —le dijo el policía, y cerró la puerta.

 

Ara?a cogió la mano de Gordo Charlie.

 

—Vengo a rescatarte —le dijo.

 

—Pero yo no quiero que me rescaten. No he hecho nada.

 

—Esa es una buena razón para largarse cuanto antes.

 

—Pero si me escapo, entonces sí habré hecho algo. Seré un prisionero que se ha fugado.

 

—No eres un prisionero —dijo Ara?a en tono jovial—. Todavía no han presentado cargos en tu contra. Simplemente, les estás ayudando en su investigación. Escucha, ?tienes hambre?

 

—Un poco sí.

 

—?Qué te apetece? ?Té? ?Café? ?Chocolate caliente?

 

Lo del chocolate caliente sonaba muy bien.

 

—Pues la verdad es que me encantaría tomarme un buen chocolate caliente —respondió.

 

—Estupendo —repuso Ara?a. Cogió a Gordo Charlie de la mano y dijo—: Cierra los ojos.

 

—?Porqué?

 

—Así es más fácil.

 

Gordo Charlie cerró los ojos, aunque no tenía ni idea de qué era eso que iba a ser más fácil con los ojos cerrados. El mundo a su alrededor se estiró, luego se encogió y Gordo Charlie tomó conciencia de que se iba a marear. Entonces, su mente se estabilizó y sintió en su cara una brisa cálida.

 

Abrió los ojos.

 

Estaban en plena calle, en un mercado inmenso en algún lugar que no tenía pinta de ser Inglaterra.

 

—?Dónde estamos?

 

—Creo que se llama algo así como Skopsie. Es una ciudad de Italia o alrededores. Hace tiempo que vengo por aquí. Hacen un chocolate increíble. No he probado nunca otro mejor.

 

Se sentaron a una peque?a mesa de madera pintada de color butano. Un camarero se acercó y les dijo algo, pero el idioma que hablaba no sonaba a italiano, o al menos, eso le pareció a Gordo Charlie.

 

—Dos chocolatos (sic.)§ —pidió Ara?a, y el hombre asintió y se fue.

 

—Genial —dijo Gordo Charlie—, con esto ya has terminado de hundirme. Ahora seguro que me ponen en busca y captura. Mi foto saldrá en todos los periódicos.

 

—?Y qué van a hacer? —preguntó Ara?a, sonriendo—. ?Meterte en la cárcel?

 

—?Oh, venga ya!

 

El camarero trajo el chocolate y lo sirvió en tazas peque?as. Aquello debía de estar a la misma temperatura que la lava fundida, y estaba a medio camino entre una sopa de chocolate y unas natillas de chocolate, pero, desde luego, olía de maravilla.

 

—Mira, al final, con esto del reencuentro hemos hecho un pan como unas tortas, ?o no?

 

—?Que hemos hecho un pan como unas tortas? ?Hemos? —A Gordo Charlie se le daba muy bien esto de hacerse el ofendido—. No fui yo quien me robó la novia. No fui yo quien hizo que me despidieran. No fui yo quien hizo que me arrestara la policía...

 

—No —replicó Ara?a—, pero sí fuiste tú quien metió a los pájaros en todo esto, ?o tampoco?

 

Gordo Charlie bebió un sorbito muy peque?o, lo justo para probar el chocolate.

 

—?Ay! Acabo de abrasarme la boca. —Miró a su hermano y vio que la expresión de su cara era idéntica a la suya propia: preocupado, cansado, asustado—. Sí, fui yo quien metió a los pájaros en todo esto. Y ahora, ?qué vamos a hacer?

 

—Por cierto, aquí hacen una especie de tallarines con salsa francamente buenos.

 

—Pero ?tú estás seguro de que esto es Italia?

 

—La verdad es que no.

 

—?Puedo hacerte una pregunta?

 

Ara?a asintió.

 

Gordo Charlie se quedó pensando un momento a ver cómo le planteaba la cuestión.

 

—El rollo ese de los pájaros. Lo de que se presenten en cualquier momento y se junten de mil en mil, como si se hubieran escapado de la película de Hitchcock, ?crees que es algo que sucede sólo en Inglaterra?

 

—?Por qué lo preguntas?

 

—Porque me da que esas palomas nos han visto —y se?aló al otro lado de la plaza.

 

Las palomas no se comportaban como palomas normales. No picoteaban las cortezas de los sándwiches ni andaban por ahí con la cabeza gacha a la caza de las sobras que iban dejando los turistas. Estaban quietas, en silencio, y les miraban fijamente. Un aleteo y, de pronto, un centenar de pájaros vinieron a unirse a las palomas. La mayoría se iba posando en la estatua de un tipo gordo con un sombrero enorme que presidía la plaza. Gordo Charlie miró a las palomas y las palomas le miraron a él.

 

—?Qué es lo peor que podría pasar? —le preguntó en voz baja a Ara?a—. ?Que se nos cagaran encima todas a la vez?

 

—No lo sé. Pero sospecho que son capaces de cosas mucho peores que ésa. Acábate el chocolate.

 

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