Los Hijos de Anansi

—Yo sólo pretendía ayudar.

 

—Eso mismo dijo él. —El Tigre se inclinó sobre Gordo Charlie y le miró fijamente a los ojos. De cerca, no parecía ni remotamente humano: su nariz era plana, sus ojos no estaban situados del mismo modo y olía como la jaula de un zoo. Su voz era áspera y fiera como un rugido—. Te voy a decir cómo puedes ayudarme, hijo de Anansi. Tú y todos los de tu misma sangre. Aléjate de mí. ?Lo has entendido? Si quieres conservar la carne sobre tus huesos...

 

El Tigre se pasó la lengua por los labios, una lengua tan roja como la carne recién desgarrada y más larga que la de cualquier ser humano que haya pisado jamás la faz de la tierra.

 

Gordo Charlie se alejó de él caminando hacia atrás, pues no le cabía la menor duda de que, en el mismo momento en que le diera la espalda, el Tigre le clavaría sus afilados dientes. Ya no veía en aquella criatura ni el más mínimo rasgo que pareciera humano; además, era tan grande como un tigre. En él se encarnaban ahora todos los felinos que habían acabado convertidos en devoradores de hombres, todos los tigres que habían roto un cuello humano con la misma facilidad que un gato doméstico mata a un ratón. Siguió alejándose sin perder de vista al Tigre que, poco después, volvió a agazaparse bajo su árbol, se quedó tendido sobre la roca y, camuflándose de nuevo entre las sombras, se volvió invisible. Sólo el impaciente movimiento de su cola delataba su posición.

 

—No te preocupes por él —le dijo una mujer, desde la boca de otra cueva—. Acércate.

 

Gordo Charlie era incapaz de decidir si aquella mujer era atractiva o monstruosamente fea, pero se fue hacia ella.

 

—Va por ahí dándose aires de animal feroz y poderoso, pero tiene miedo hasta de su sombra. Y tiene miedo de la sombra de tu padre. Ya no tiene fuerza en las mandíbulas.

 

Su cara tenía un aire perruno. No, no era perruno...

 

—Pero yo —continuó la mujer—, yo sí que puedo romper huesos con la boca. Ahí es donde está la parte más sabrosa. En el interior de los huesos están los mejores bocados, y yo soy la única que lo sabe.

 

—Estoy buscando a alguien que me ayude a deshacerme de mi hermano.

 

La mujer echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada; su risa era una especie de rebuzno feroz, un sonido potente, largo y terrorífico. Entonces, Gordo Charlie supo quién era.

 

—Aquí no vas a encontrar a nadie que esté dispuesto a ayudarte —le dijo—. Todos salieron mal parados al enfrentarse a tu padre. El Tigre siente un odio acérrimo por ti y por todos los de tu sangre, pero ni siquiera él se atrevería a hacerte da?o mientras tu padre ande suelto por el mundo. Escucha: sigue caminando por el sendero. Personalmente, no creo que vayas a encontrar a nadie que quiera ayudarte, y te diré que poseo una piedra profética que está situada justo detrás de uno de mis ojos. Sigue caminando por el sendero hasta que encuentres una cueva vacía. Entonces, entra en esa cueva y habla con cualquiera que te encuentres en el interior. ?Me has entendido?

 

—Sí, creo que sí.

 

La mujer se rio. Su risa no era precisamente agradable.

 

—?Quieres quedarte un rato conmigo antes de seguir? Puedo ense?arte muchas cosas. Ya sabes lo que dicen... No hay animal más da?ino, ni más infame, ni más obsceno, que la Hiena.

 

Gordo Charlie negó con la cabeza y siguió caminando, pasando por delante de las cuevas que jalonan el camino que asciende por la rocosa ladera de las monta?as del fin del mundo. Al pasar delante de cada cueva, se asomaba a ver si encontraba alguna que estuviera vacía. Había gente de formas y tama?os muy diversos; los había diminutos y también muy altos, hombres y mujeres. A su paso, aquellos seres salían de entre las sombras y luego volvían a ocultarse, y al moverse, Gordo Charlie pudo ver que algunos de ellos tenían ijares, otros tenían escamas, o cuernos o garras.

 

A veces, se asustaban cuando él pasaba por delante, y corrían a esconderse en el interior de su cueva. Otras veces, le salían al paso y se le quedaban mirando en actitud agresiva o con aire curioso.

 

De repente, desde una de las cuevas que había un poco más arriba, algo llegó rodando por los aires y fue a aterrizar al lado de Gordo Charlie.

 

—Hola —le saludó aquello mientras intentaba recobrar el aliento.

 

—Hola —le saludó a su vez Gordo Charlie.

 

La nueva criatura era inquieta y peluda. Sus brazos y piernas parecían estar mal colocadas. Gordo Charlie trató de adivinar quién podía ser. Las criaturas que había visto hasta ese momento eran mitad hombre mitad animal, ambas naturalezas se combinaban sin contradecirse y sin que resultara extra?o —su naturaleza animal y su naturaleza humana se mezclaban como las rayas de una cebra y juntas daban lugar a otra cosa distinta—. Aquella criatura, sin embargo, parecía humana y al mismo tiempo casi humana, y resultaba tan extra?a que a Gordo Charlie le producía dentera. Pero entonces cayó.

 

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