Los Hijos de Anansi

Lo cierto es que no pretendía que detuvieran a Gordo Charlie ni que lo metieran en la cárcel, aunque tampoco pensaba mover un dedo para evitarlo. Quería verlo asustado, desacreditado y fuera de su empresa.

 

Grahame Coats disfrutaba exprimiendo a los clientes de la Agencia Grahame Coats y, además, se le daba bien hacerlo. Se había llevado una agradable sorpresa al descubrir que los artistas y famosos, si uno seleccionaba bien a su clientela, no tenían ni idea del dinero que manejaban y se sentían aliviados de tener a alguien que los representara y que manejara sus asuntos financieros evitándoles cualquier quebradero de cabeza. Cuando sus cheques o sus extractos bancarios no llegaban a su debido tiempo, o cuando las cifras eran menores de lo que ellos esperaban, o cuando descubrían algún cargo sospechoso en su cuenta... En fin, Grahame Coats renovaba continuamente su plantilla, especialmente en el departamento de contabilidad, y no había nada que no se pudiera atribuir a la incompetencia de un antiguo empleado o, en último caso, arreglarse con una caja de champán y un generoso cheque a modo de compensación.

 

No era que Grahame Coats tuviera don de gentes, ni que supiera inspirar confianza. Incluso sus representados lo tenían por una comadreja. Pero estaban convencidos de que era su comadreja, y en eso se equivocaban.

 

Grahame Coats era ?su? propia comadreja.

 

Sonó el teléfono.

 

—?Sí?

 

—?Se?or Coats? Le llama Maeve Livingstone. Ya sé que me dio instrucciones de pasarla con Gordo Charlie, pero como ahora está de vacaciones, no sé muy bien qué hacer. ?Le digo que ha tenido que salir?

 

Grahame Coats se quedó pensando un momento. Antes de que un inesperado infarto lo mandara al otro mundo, Morris Livingstone —un cómico bajito, nacido en Yorkshire, que una vez fue el más querido del país— protagonizaba series de televisión como Volvemos en breve y tenía un show los sábados por la noche: Morris Livingstone, supongo. Incluso, allá en los ochenta, llegó a estar entre los diez más vendidos con un original single titulado Qué bonita mariquita (pero vete bien lejitos). Era un hombre simpático, de trato fácil, que no sólo había dejado sus asuntos financieros en manos de la Agencia Grahame Coats, sino que, siguiendo el consejo que le había dado el propio Grahame Coats, lo había nombrado su albacea testamentario.

 

Habría sido un crimen no caer en una tentación de ese calibre.

 

Y luego estaba Maeve Livingstone. En honor a la verdad, hay que decir que Maeve Livingstone había protagonizado o coprotagonizado, sin saberlo, varias de las fantasías más íntimas de Grahame Coats durante muchos a?os.

 

Grahame Coats dijo:

 

—Pásamela. —Y luego, en tono solícito—: Maeve, cuánto me alegro de oírte. ?Cómo estás?

 

—Pues no sabría decirte —respondió ella.

 

Cuando conoció a Morris, Maeve Livingstone era bailarina, y siempre había estado muy por encima del gran hombrecillo. Había sido un matrimonio muy feliz, se adoraban.

 

—Bueno, cuéntame lo que te pasa.

 

—Hablé con Charles hace un par de días. Quería saber. Bueno, el director de mi sucursal quería saber. El dinero que Morris me dejó. Nos dijeron que a estas alturas ya podríamos disponer de una parte.

 

—Maeve —dijo Grahame Coats, con un tono de voz supuestamente grave y aterciopelado al que, según él creía, no había mujer capaz de resistirse—, el problema no es que no haya dinero... es una simple cuestión de liquidez. Como ya te expliqué, Morris hizo algunas inversiones poco afortunadas en sus últimos tiempos, y aunque, haciendo caso de lo que yo mismo le aconsejé, también hizo algunas otras muy acertadas, tenemos que dar tiempo a estas últimas para que maduren y den sus frutos: no podemos liquidarlas ahora sin perder casi todo el dinero invertido. Pero no te me preocupes, tranquila. Sabes que haría cualquier cosa por ti, no en vano eres una de mis mejores clientas. Te haré un cheque, te adelantaré de mi propio bolsillo el dinero suficiente para que no tengas problemas con el banco y puedas vivir cómodamente hasta que podamos recuperar la inversión. ?Cuánto te pide el director de tu sucursal?

 

—Dice que va a tener que empezar a devolver mis cheques —dijo Maeve—. Y los de la BBC me han dicho que han estado ingresando en la cuenta de Morris los beneficios que generan las ventas de los DVDs que lanzaron con las grabaciones de sus viejos shows. Ese dinero no está invertido, ?verdad?

 

—?Eso te han dicho los de la BBC? La verdad es que yo he estado persiguiéndoles para que nos paguen lo que nos deben. Pero tampoco quiero echarles toda la culpa a ellos. Nuestra contable está embarazada y todo el departamento anda patas arriba. Y Charles Nancy, la persona con la que hablaste la última vez, también está pasando un mal momento, su padre ha fallecido recientemente y ha estado fuera del país varios días.

 

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