—Muy bien —replicó Gordo Charlie—, adelante. Dijo usted que necesitaba que le firmara algunos documentos.
—Eso ya no ha lugar. Olvídese de ello. No, quiero que hablemos de algo que usted sacó a colación hace unos días. Me puso usted sobre aviso de que había detectado ciertas transacciones irregulares al repasar la contabilidad de la empresa.
—?Eso hice?
—Dos, Charlie, hacen falta dos para jugar a este juego. Naturalmente, mi primer impulso fue ponerme a investigar el asunto. Esa es la razón de que la agente detective Day nos haya honrado esta ma?ana con su presencia. Y me imagino que nada de lo que he descubierto le causará la más mínima sorpresa.
—?No?
—No, ni mucho menos. Los datos, tal como usted se?aló, apuntan a que en esta empresa se ha perpetrado un delito de malversación de fondos, Charles. Pero, mire usted por dónde, el dedo acusador se?ala inequívocamente a un único responsable.
—?Hay un sospechoso?
—Lo hay.
Gordo Charlie no entendía nada.
—?Quién?
Grahame Coats trató de aparentar preocupación, o al menos, de que pareciera que intentaba aparentar preocupación, pero la expresión que le salió se parecía más a la de un bebé que necesitara desesperadamente expulsar el aire.
—Tú, Charles. La policía sospecha de ti.
—Sí —replicó Gordo Charlie—, no me extra?a. Hoy es un día de ésos en los que cualquier cosa me parece posible.
Ara?a abrió la puerta, se había puesto a llover, y Gordo Charlie estaba allí plantado, con la ropa toda arrugada y empapado de la cabeza a los pies.
—?Qué pasa? —dijo Gordo Charlie—. ?Es que ya no se me permite entrar en mi propia casa?
—No seré yo quien te lo impida —respondió Ara?a—. Después de todo, es tu casa. ?Dónde te has metido esta noche?
—Sabes de sobra dónde he estado. He estado intentando volver a casa. No sé qué clase de hechizo te habrás sacado de la manga esta vez.
—No ha sido magia —protestó Ara?a, ofendido—. Ha sido un milagro.
Gordo Charlie lo apartó de un empujón y subió las escaleras con paso vacilante. Se metió en el cuarto de ba?o, puso el tapón de la ba?era y abrió los grifos. Salió al pasillo.
—Me da igual cómo lo llames. Pero estás en mi casa, a la que me has impedido volver esta noche. —Se quitó la ropa que llevaba puesta desde hacía dos días y, a continuación, asomó la cabeza por la puerta—. Y la policía me está investigando por un delito que se ha cometido en la oficina. ?Fuiste tú quien le habló a Grahame Coats de ciertas irregularidades en la contabilidad de la empresa?
—Por supuesto que sí —contestó Ara?a.
—?Ja! Fantástico, pues soy su único sospechoso, mira qué bien.
—Oh, venga, no creo que sospeche de ti —dijo Ara?a.
—Tú no tienes ni idea —replicó Gordo Charlie—. He hablado con él. La policía ha tomado cartas en el asunto. Y luego está lo de Rosie. Tú y yo vamos a hablar largo y tendido sobre Rosie en cuanto salga del ba?o. Porque, antes de nada, voy a darme un buen ba?o. Me he pasado toda la noche andando y sólo he podido dormir un rato, en el asiento trasero de un taxi. Cuando me desperté, eran las cinco de la ma?ana y mi taxista se había transformado en Travis Bickle. Estaba en pleno monólogo. Le dije que se olvidara de intentar llevarme a Maxwell Gardens; obviamente, no era la noche adecuada para ir a Maxwell Gardens. Al final, me dio la razón y nos fuimos a desayunar a un sitio de ésos a los que van los taxistas a desayunar. Comimos huevos, salchichas, judías y tostadas, y tomamos un té en el que la cucharilla se podía sostener de pie. Cuando les contó a los demás taxistas que se había pasado la noche dando vueltas intentando llegar a Maxwell Gardens... en fin, yo pensé que acabarían llegando a las manos. Al final, la cosa no pasó a mayores. Pero, no te creas, faltó muy poco.
Gordo Charlie hizo una pausa para tomar aliento. Ara?a lo miraba con aire compungido.
—Después —dijo Gordo Charlie—. Después de ba?arme.
Gordo Charlie cerró la puerta del ba?o dando un portazo.
Se metió en la ba?era.
Lanzó un gemido.
Salió de la ba?era.
Cerró los grifos.
Se puso una toalla en la cintura y abrió la puerta del cuarto de ba?o.
—No hay agua caliente —dijo con mucha, muchísima calma—, ?tienes idea de por qué no tenemos agua caliente?
Ara?a estaba de pie en mitad del pasillo, justo donde lo había dejado unos segundos antes.
—Antes me he dado un ba?o caliente en el jacuzzi —dijo—. Lo siento.
Gordo Charlie replicó:
—Bueno, por lo menos Rosie no... Es decir, ella no se... —y entonces vio la expresión en el rostro de Ara?a.
Gordo Charlie dijo:
—Quiero que te largues de mi casa. Que desaparezcas de mi vida. Y de la vida de Rosie. ?Fuera!
—Me gusta estar aquí —respondió Ara?a.
—?Tú eres el culpable de que toda mi puta vida se esté yendo al carajo!
—Estás siendo injusto conmigo.