Los Hijos de Anansi

Por un instante muy breve, se encontró preguntándose por qué no se había sentido tan maravillosamente bien al lado de Gordo Charlie hasta ese momento. A veces, muy en el fondo de su alma, Rosie había llegado a sospechar, incluso, que seguía saliendo con Gordo Charlie sólo para fastidiar a su madre; que la única razón por la que había dicho sí cuando él le propuso matrimonio era que su madre hubiera querido que dijera no... Gordo Charlie la había llevado en una ocasión al West End, al teatro. Lo había hecho para darle una sorpresa por su cumplea?os, pero se había hecho un lío al sacar las entradas, que llevaban fecha del día anterior; la dirección del teatro se había hecho cargo muy amablemente de la situación y, finalmente, les consiguieron dos butacas: una en la platea, detrás de una columna, para Gordo Charlie, y otra para Rosie, en el gallinero, detrás de unas chicas de Norwich que se pasaron toda la representación armando bulla y riendo como idiotas. La noche no había sido precisamente un éxito.

 

Sin embargo, esa noche había sido realmente mágica. Rosie no había disfrutado de muchos momentos perfectos en su vida pero, en cualquier caso, aquél los superaba a todos con creces.

 

Le encantaba cómo se sentía cuando estaba con él.

 

Al acabar el baile, salieron a la calle; iba un poco mareada con tanta vuelta y tanto champán. Gordo Charlie —?por qué lo llamaba Gordo Charlie?, pensó Rosie de repente, si de gordo no tenía nada— la rodeó con su brazo y dijo:

 

—Y ahora, te vienes conmigo a casa. —Su voz era tan profunda y tan masculina que le hizo cosquillas en el vientre.

 

Rosie no salió con el viejo pretexto de que tenía que madrugar al día siguiente, ni con lo de que ya tendrían tiempo para eso cuando estuvieran casados. De hecho, no dijo nada en absoluto. Al contrarío, sólo quería que la noche no acabara y no podía dejar de pensar en lo mucho que deseaba —mejor dicho, lo mucho que necesitaba— abrazar a aquel hombre y besarle en la boca.

 

Entonces, recordando de repente que tenía que decir algo, respondió: ?Sí?.

 

En el taxi, le cogió de la mano y se acurrucó en su hombro, contemplando su rostro a la luz de las farolas y de los coches que pasaban por su lado.

 

—Llevas un pendiente —dijo Rosie—, ?cómo es posible que no me haya dado cuenta hasta ahora de que llevas un pendiente?

 

—Vaya —exclamó sonriendo, su voz era grave, como el sonido de un saxo tenor—, ?cómo crees que me hace sentir el hecho de que no te hayas fijado nunca en un detalle así después de... cuánto tiempo llevamos saliendo juntos?

 

—Dieciocho meses —contestó Rosie.

 

—?... después de dieciocho meses? —repitió su novio.

 

Ella volvió a acurrucarse en su hombro y aspiró su aroma.

 

—Qué bien hueles, me encanta —le dijo—. ?Te has puesto colonia?

 

—No, es cien por cien natural —respondió.

 

—Pues, ?sabes qué? Deberías embotellarlo.

 

Rosie pagó al taxista mientras él se adelantaba a abrir la puerta de casa. Subieron juntos las escaleras. Cuando llegaron arriba, le dio la impresión de que él se iba hacia la habitación del fondo.

 

—Eh, tú —dijo Rosie—, que te equivocas de habitación. El dormitorio está aquí, tonto. ?Adónde ibas?

 

—A ninguna parte. Lo he hecho aposta —respondió.

 

Entraron en la habitación de Gordo Charlie. Rosie corrió las cortinas. A continuación, le miró. Sólo con mirarle se sentía feliz.

 

—Bueno —dijo Rosie, tras un breve silencio—, ?no vas a intentar besarme?

 

—Supongo que sí —dijo, y la besó.

 

El tiempo se derritió, se estiró y, finalmente, se hizo un bucle. Aquel beso podía haber durado un segundo, una hora o toda una vida, quizá. Y entonces...

 

—?Qué ha sido eso?

 

—Yo no he oído nada —replicó él.

 

—Parecía un grito de dolor.

 

—?No serán un par de gatos peleando?

 

—Me ha parecido una voz humana.

 

—Seguramente ha sido un zorro. A veces emiten sonidos que parecen humanos.

 

Ella se quedó de pie, con la cabeza inclinada a un lado, aguzando el oído.

 

—Ya no se oye nada —dijo—. Hum... ?Quieres saber lo que más me ha extra?ado de ese grito?

 

—Ahá —respondió él mientras le rozaba el cuello con los labios—, dime qué es eso que tanto te ha extra?ado. Aunque, ahora que lo he hecho callar, ya no te molestará más.

 

—Lo que más me ha extra?ado de ese grito ha sido —dijo Rosie— que parecía tu voz.

 

Gordo Charlie deambuló por las calles tratando de aclarar sus ideas. Lo más lógico habría sido ponerse a aporrear la puerta de su propia casa hasta que Ara?a no tuviera más remedio que bajar y dejarle entrar y, acto seguido, soltarles cuatro frescas a él y a Rosie. Eso habría sido lo más lógico. Total y perfectamente lógico.

 

Lo único que tenía que hacer era volver a casa y explicárselo todo a Rosie y dejar en evidencia a Ara?a por haberle dejado tirado de aquella manera. Eso era todo lo que tenía que hacer. ?Tan difícil era?

 

Bastante más difícil de lo que debería, sin duda. No estaba muy seguro de por qué se había alejado de allí. Y mucho menos todavía, de saber encontrar ahora el camino de vuelta. Aquellas calles que tan bien conocía parecían haberse transformado por completo, como si de repente tuvieran un trazado totalmente distinto. Sin saber cómo, se encontró caminando por callejones sin salida que parecían no tener fin, deambulando por un laberinto de calles residenciales a las tantas de la ma?ana.

 

A veces, a lo lejos, le parecía divisar la carretera principal. Veía los faros de los coches y los letreros luminosos de los restaurantes de comida rápida. Sabía que, una vez consiguiera salir a la carretera principal, volver a casa sería pan comido, pero fuera cual fuese la dirección que eligiera, no conseguía llegar, siempre acababa en otra parte.

 

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