Los Hijos de Anansi

—De eso no te preocupes. Ella piensa que soy tú.

 

 

—?Quieres dejar ya de decir eso?

 

Ara?a extendió ambas manos con expresión inocente, pero echó a perder el efecto al pasarse la lengua por los labios.

 

—Y bien —dijo Gordo Charlie—, ?qué piensas hacer ahora? ?Casarte con ella haciéndote pasar por mí?

 

—?Casarme? —Ara?a hizo una pausa y se quedó pensativo—. Qué idea tan... espantosa.

 

—Pues ya ves, yo lo estoy deseando.

 

—Ara?a no se casa. No soy de los que se casan.

 

—Así que mi Rosie no es lo suficientemente buena para ti, ?es eso lo que me quieres decir?

 

Ara?a no contestó. Se marchó de la habitación.

 

Gordo Charlie sintió que, de algún modo, le había metido un gol. Se levantó del sofá, recogió los envases que el día anterior habían contenido pollo chow mein y bolitas de cerdo rebozado y los tiró a la basura. Se fue a su habitación y se quitó la ropa con la que había dormido con la intención de ponerse ropa limpia, pero se encontró con que no tenía, porque había olvidado hacer la colada. Así que cepilló enérgicamente las prendas que acababa de quitarse —acabando de este modo con los múltiples rastros de chow mein que habían ido a parar allí— y volvió a ponérselas.

 

Se dirigió a la cocina.

 

Ara?a estaba sentado a la mesa, comiéndose un bistec tan grande como para dar de comer a dos personas.

 

—?De dónde has sacado eso? —preguntó Gordo Charlie, a pesar de que sabía exactamente de dónde había salido.

 

—Te pregunté antes si querías comer —respondió Ara?a con voz amable.

 

—?De dónde has sacado ese bistec?

 

—Estaba en la nevera.

 

—Eso —le increpó Gordo Charlie con el dedo estirado, como un fiscal que intenta conseguir una condena—, eso es un bistec que había comprado para la cena de esta noche. Para la cena de esta noche con Rosie. ?La cena que yo le voy a preparar! Y tú vas y te sientas ahí como, como un tío que se come un bistec, y, y te lo estás comiendo, y...

 

—No pasa nada —dijo Ara?a.

 

—?Qué quieres decir con eso de que no pasa nada?

 

—Pues —dijo Ara?a— que ya he llamado esta ma?ana a Rosie y le he dicho que la voy a invitar a cenar por ahí. Así que de todos modos, no te va a hacer ninguna falta el bistec.

 

Gordo Charlie abrió la boca. Y volvió a cerrarla.

 

—Quiero que te largues —dijo.

 

—Es bueno aspirar a lo que está fuera de tu alcance, de lo contrario, ?qué sentido tendría el Cielo? —replicó Ara?a en tono jovial entre bocado y bocado.

 

—?Qué co?o significa eso?

 

—Significa que no me voy a ninguna parte. Estoy muy bien aquí. —Cortó otro pedazo de bistec y se lo metió en la boca.

 

—Lárgate —insistió Gordo Charlie y, justo en ese momento, sonó el teléfono. Gordo Charlie suspiró, salió al pasillo y lo cogió—. Diga.

 

—Ah, Charles. Me alegro de pillarle en casa. Ya sé que ahora está disfrutando usted de esas merecidas vacaciones pero, ?sería posible (siempre que no le suponga ningún trastorno, claro) que se pasara un momento por la oficina ma?ana por la ma?ana? Sería cosa de media hora, a eso de las diez.

 

—Claro, faltaría más —respondió Gordo Charlie—. No hay problema.

 

—No sabe cuánto se lo agradezco. Necesito que me firme unos papeles. Bien, hasta ma?ana, pues.

 

—?Quién era? —preguntó Ara?a. Había dejado el plato limpio y se limpiaba la boca con una servilleta de papel.

 

—Grahame Coats. Quiere que me pase un momento por la oficina ma?ana por la ma?ana.

 

Ara?a sentenció:

 

—Es un cabrón.

 

—?En serio? Tú sí que eres un cabrón.

 

—Pero un cabrón de otra clase. No es de fiar. Deberías buscarte otro empleo.

 

—?Me encanta mi trabajo! —Gordo Charlie hablaba en serio. Se había olvidado ya de cuánto detestaba su trabajo en particular, y la Agencia Grahame Coats en general, y de la pálida presencia de Grahame Coats siempre acechando detrás de las puertas.

 

Ara?a se puso en pie.

 

—Un bistec muy sabroso —afirmó—. He dejado mis cosas en esa habitación que tienes vacía.

 

—?Que has hecho qué?

 

Gordo Charlie se dirigió rápidamente al final del pasillo, donde estaba la habitación que, técnicamente, permitía calificar su casa como de dos dormitorios. Dentro, había varias cajas de libros, un viejo Scalextric, una caja de lata llena de coches Hot Wheels (a la mayoría de los cuales les faltaba alguna rueda) y otras maltrechas reliquias de la infancia de Gordo Charlie. Podría haber sido un amplio dormitorio para un gnomo de jardín o para un enano muy bajito, pero para cualquier persona de tama?o normal era un armario con vistas.

 

O, al menos, eso era lo que había sido hasta ese momento, ahora no. Ya no.

 

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