Los Hijos de Anansi

Terminaron de desayunar. Metieron los cuencos en el lavavajillas y, como no estaba del todo lleno, no lo pusieron en marcha. Luego, se marcharon al trabajo. Carol, vestida ahora de uniforme, se puso al volante.

 

Al llegar, Daisy fue a su mesa, que estaba en una sala llena de mesas vacías.

 

Según se estaba sentando, sonó el teléfono.

 

—?Daisy? Llegas tarde.

 

Miró su reloj.

 

—No —replicó—, llego puntual. ?Puedo hacer alguna otra cosa por usted esta ma?ana?

 

—Sí, se?orita. Quiero que llames a un tal Coats. Es un amigo del Súper. Un socio del Crystal Palace. Esta ma?ana ya me ha mandado dos mensajes para recordármelo. ?Quién demonios le ha ense?ado al Súper a enviar mensajes de texto?

 

Daisy tomó nota y marcó el número de teléfono. Su voz adoptó un tono profesional y eficiente:

 

—Agente detective Day, ?en qué puedo ayudarle?

 

—Ah —respondió una voz masculina—. Bueno, anoche hablé con el superintendente jefe, un hombre encantador, somos viejos amigos. Un buen tipo. él me sugirió que hablara con alguien de su oficina. Quiero poner una denuncia. Bueno, en realidad no estoy seguro de si se ha cometido un delito. Probablemente haya una explicación razonable para todo esto. He detectado ciertas irregularidades y, bueno, para ser sincero con usted, le he dado un par de semanas de vacaciones a mi contable para poder averiguar si él tiene algo que ver con ciertas, hum, irregularidades financieras.

 

—Supongo que será mejor que anote los detalles —dijo Daisy—. ?Su nombre completo, se?or? ?Y el de su contable?

 

—Me llamo Grahame Coats —respondió el hombre que estaba al otro lado del hilo—, de la Agencia Grahame Coats. Mi contable se llama Nancy, Charles Nancy.

 

Daisy apuntó ambos nombres. Ninguno de los dos le resultó familiar.

 

Gordo Charlie tenía en mente discutir aquel asunto con Ara?a tan pronto como volviera a casa. Lo había ensayado todo mentalmente una y otra vez, y siempre ganaba la discusión, de manera limpia y definitiva.

 

Sin embargo, Ara?a no pasó por casa esa noche, y Gordo Charlie acabó por quedarse dormido frente al televisor, mientras veía sin mucho interés uno de esos concursos rijosos para insomnes salidos, que debía de llamarse algo así como ?Ensé?anos el culo!

 

Se despertó en el sofá, cuando Ara?a abrió las cortinas.

 

—Precioso día —dijo Ara?a.

 

—?Tú! —dijo Gordo Charlie—. Estuviste besando a Rosie. No intentes negarlo.

 

—Tuve que hacerlo —respondió Ara?a.

 

—?Qué quieres decir con eso de que tuviste que hacerlo? No había ninguna necesidad.

 

—Ella creía que eras tú.

 

—Pero tú sabías que no eras yo. No deberías haberla besado.

 

—Pero si me hubiera negado, ella habría pensado que eras tú el que no quería besarla.

 

—Pero no era yo.

 

—Ella no lo sabía. Yo sólo pretendía ayudar.

 

—Ayudar —replicó Gordo Charlie, desde el sofá— no incluye, por lo general, besar a mi novia. Podrías haberle dicho que te dolían las muelas.

 

—Eso —respondió Ara?a con aire virtuoso— habría sido mentir.

 

—?Pero si ya le estabas mintiendo! ?Te estabas haciendo pasar por mí!

 

—Bueno, en cualquier caso, habría agravado la mentira —le explicó Ara?a—. Y sólo mentí porque no estabas en condiciones de ir a trabajar. No, no habría podido mentir más. Me habría sentido fatal.

 

—Yo sí que me sentí fatal. Tuve que ver cómo la besabas.

 

—Ah —dijo Ara?a—, pero ella creía que te estaba besando a ti.

 

—?Deja ya de decir eso!

 

—Deberías sentirte halagado —dijo Ara?a—. ?Te apetece comer?

 

—Comer es lo último que me apetece ahora. ?Qué hora es?

 

—La hora de comer —respondió Ara?a—. Y otra vez llegas tarde a trabajar. Me alegro de no haberte cubierto las espaldas esta vez, viendo cómo me lo agradeces.

 

—No pasa nada —dijo Gordo Charlie—, me han dado dos semanas de vacaciones. Y un incentivo.

 

Ara?a levantó una ceja.

 

—Mira —dijo Gordo Charlie; había llegado el momento de pasar al segundo asalto—, no es que intente deshacerme de ti ni nada parecido, pero me gustaría saber cuándo tienes pensado marcharte.

 

Ara?a respondió:

 

—Pues la verdad es que, cuando vine, no pensaba quedarme más que un día. Quizá dos. El tiempo suficiente para conocer a mi hermano peque?o y volver enseguida a ocuparme de mis asuntos. Soy un hombre muy ocupado.

 

—Así que te marchas hoy.

 

—ése era el plan —respondió Ara?a—, pero luego te conocí. No me puedo creer que hayamos dejado pasar más de media vida sin vernos, hermano.

 

—Yo sí.

 

—La sangre —dijo Ara?a— es más espesa que el agua.

 

—El agua no es espesa —objetó Gordo Charlie.

 

—Pues más espesa que el jarabe, entonces. O que el magma. Mira, lo que intento decir es que conocerte ha sido... ha sido un privilegio, eso. Nunca hemos formado parte de la vida del otro, pero eso ya es el pasado. Cambiemos el futuro, desde este mismo momento, ya. Dejemos atrás el pasado y creemos nuevos lazos... lazos fraternales.

 

—Estás loco por Rosie —dijo Gordo Charlie.

 

—Completamente —admitió Ara?a—. ?Qué piensas hacer al respecto?

 

—?Que qué pienso hacer? Vaya, hombre, es mi novia.

 

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