Los Hijos de Anansi

—Esta hija mía, a veces no sabe lo que quiere. Pero ahora está completamente de acuerdo conmigo.

 

 

—Mire —respondió Gordo Charlie—, creo que debería hablar con Rosie de todo esto y luego volver a hablar con usted.

 

—Tú rellena los formularios —dijo la madre de Rosie. Luego, a?adió con aire suspicaz—: ?Cómo es que no estás en la oficina?

 

—Hoy... esto... Hoy no he ido a trabajar. Mejor dicho, tengo la ma?ana libre. Hoy no trabajo. No. Hoy no.

 

—Espero que se lo hayas dicho a Rosie. Me dijo que quería quedar contigo para comer. Esa es la razón por la que no podíamos comer juntas hoy.

 

Gordo Charlie entendió lo que aquello significaba.

 

—Bien —dijo—. Bueno, gracias por su visita, se?ora Noah. Hablaré con Rosie y...

 

Daisy entró en ese preciso instante en la cocina. Llevaba una toalla a modo de turbante y la bata de Gordo Charlie pegada a su cuerpo todavía húmedo. Dijo:

 

—Tienes zumo de naranja, ?verdad? Sé que, antes, fisgando por ahí, lo he visto por alguna parte. ?Qué tal la cabeza? ?Estás mejor? —Abrió la nevera y se sirvió un vaso de zumo de naranja.

 

La madre de Rosie carraspeó. No sonó como un carraspeo cualquiera. Más bien era como el sonido de los guijarros en la playa.

 

—?Qué tal? —saludó Daisy—. Me llamo Daisy.

 

La temperatura de la cocina empezó a bajar sensiblemente.

 

—?Ah, sí? —replicó la madre de Rosie. Había auténticos carámbanos colgando de aquella última ?i?.

 

—Me pregunto qué nombre les habrían puesto a las naranjas —dijo Gordo Charlie— de no haber sido de color naranja. Quiero decir, si cuando descubrieron aquella nueva fruta hubiera sido azul en lugar de naranja, ?las habrían llamado azules? ?Estaríamos bebiendo, entonces, zumo de azul?

 

—?Qué? —preguntó la madre de Rosie.

 

—Dios Santo. Deberías oír las cosas que salen de tu boca —comentó Daisy, divertida—. Bueno. Voy a ver si soy capaz de encontrar mi ropa. Ha sido un placer conocerla.

 

Daisy se fue. Gordo Charlie seguía sin respirar.

 

—?Quién... —preguntó la madre de Rosie— era... ésa?

 

—Mi her... prima. Mi prima —respondió Gordo Charlie—. Es que para mí es como una hermana. Estamos muy unidos, crecimos juntos. Se presentó por sorpresa anoche. Es una chica muy impulsiva. Bueno. Sí. Va a venir a la boda.

 

—Le haré un sitio en la mesa H —dijo la madre de Rosie—. Allí se sentirá más a gusto —a?adió en el tono con el que otros dirían: ??Quieres una muerte rápida, o prefieres que Machaca juegue un rato contigo antes??.

 

—Estupendo —replicó Gordo Charlie—. En fin. Ha sido un placer verla, estoy seguro de que tiene usted muchas cosas que hacer. Y —se?aló— yo tengo que irme a trabajar.

 

—Creí que me habías dicho que tenías el día libre.

 

—La ma?ana. Tengo la ma?ana libre. Y ya es casi la hora de comer. Debería estar arreglándome para ir a la oficina, así que, ya nos veremos.

 

La madre de Rosie agarró su bolso y se puso en pie. Gordo Charlie la acompa?ó hasta el pasillo.

 

—Ha sido un placer verla —dijo.

 

Ella parpadeó, como una pitón antes de atacar a su presa.

 

—Adiós, Daisy —dijo alzando la voz—. Te veré en la boda.

 

Daisy, que ahora llevaba puestos el sujetador y las bragas, y se estaba poniendo una camiseta, se asomó.

 

—Cuídese —replicó, y volvió a meterse en la habitación de Gordo Charlie.

 

La madre de Rosie no dijo nada más mientras bajaba con Gordo Charlie por las escaleras. él le abrió la puerta y, cuando ella pasó por delante, vio en su cara algo terrible, algo que le apretó aún más el nudo que sentía en el estómago desde hacía ya un rato: la mueca en los labios de la madre de Rosie, que se habían curvado en un rictus espeluznante; como una calavera con labios. La madre de Rosie estaba sonriendo.

 

Gordo Charlie cerró la puerta tras ella y se quedó allí de pie, en mitad del recibidor, estremeciéndose. A continuación, como un hombre camino de la silla eléctrica, subió de nuevo por las escaleras.

 

—?Quién era? —preguntó Daisy, que ya estaba casi vestida.

 

—La madre de mi novia.

 

—Es la alegría de la huerta, ?no? —Llevaba la misma ropa de la noche anterior.

 

—?Piensas ir así a trabajar?

 

—?Qué dices! No, hombre, no. Pasaré por casa a cambiarme. No es esta la pinta que suelo llevar cuando trabajo. ?Te importa pedirme un taxi?

 

—?Adónde vas?

 

—A Hendon.

 

Gordo Charlie cogió el teléfono y le pidió un taxi. Luego, se sentó en el suelo del pasillo y trató de concebir algunas ideas sobre lo que podía esperarle en adelante, pero todas ellas le resultaban igualmente inconcebibles.

 

Había alguien detrás de él.

 

—En mi bolso llevo unos comprimidos de vitamina B —le ofreció Daisy—. O puedes probar a tomarte una cucharada de miel. A mí nunca me ha servido de nada pero, según jura mi compa?era de piso, es lo mejor que hay para la resaca.

 

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