Los Hijos de Anansi

—Viniste cantando en el taxi, cuando volvíamos a casa. Unforgettable. Qué bonito.

 

Había conseguido apartar de su mente el recuerdo del karaoke, lo había relegado a una de esas zonas oscuras donde uno guarda los recuerdos que prefiere no recordar. Aquella mención volvió a sacarlo a la luz, ojalá ella no hubiera dicho nada.

 

—Estuviste genial —dijo Daisy—. ?Por qué no me lo cantas otra vez?

 

Gordo Charlie se puso a buscar desesperadamente alguna excusa pero, de repente, le salvó el timbre de la puerta.

 

—Voy a abrir —dijo.

 

Bajó por las escaleras y salió a abrir la puerta. Las cosas iban de mal en peor. La madre de Rosie le echó una mirada de esas que cortan la leche. No dijo nada. Llevaba en la mano un sobre blanco.

 

—Hola, se?ora Noah —saludó Gordo Charlie—. Qué agradable verla por aquí. Esto...

 

Ella alzó la barbilla mientras sujetaba el sobre en el aire.

 

—Oh —dijo—, estás aquí. Bueno. ?Vas a invitarme a entrar?

 

?Eso es —pensó Gordo Charlie—. Los de su raza necesitan invitación para entrar en casa ajena. Dile que no y así tendrá que marcharse.?

 

—Por supuesto, se?ora Noah. Pase usted, por favor. —?Vaya, vaya, de modo que así es como lo hacen los vampiros?—. ?Le apetece una taza de té?

 

—No me hagas la rosca —dijo ella—, no me vas a ablandar.

 

—Bueno... Entendido.

 

Subieron por la estrecha escalera hasta la cocina. La madre de Rosie echó un vistazo a su alrededor y puso cara de que aquello no estaba a la altura de sus exigencias en materia de higiene, ya que incluía cierta variedad de productos comestibles.

 

—?Café? ?Agua? —?No digas manzanas de cera?—. ?Una manzana de cera? —?Mierda.?

 

—Me ha contado Rosie que tu padre falleció hace unos días —dijo.

 

—Sí, así es.

 

—Cuando falleció el padre de Rosie, Cooks and Cookery publicó un obituario de cuatro páginas. Le atribuían en exclusiva el mérito de haber introducido en Inglaterra la cocina de fusión caribe?a.

 

—Oh —replicó.

 

—Tampoco me dejó mal situada, precisamente. Tenía un buen seguro de vida, y además era copropietario de dos restaurantes de mucho éxito. Soy una mujer bastante adinerada. Cuando yo me muera, Rosie lo heredará todo.

 

—Cuando estemos casados —respondió Gordo Charlie—, yo cuidaré de ella. No se preocupe.

 

—No digo que vayas detrás de Rosie sólo por mi dinero —dijo la se?ora Noah en un tono que dejaba muy claro que eso era exactamente lo que pensaba.

 

A Gordo Charlie empezaba a dolerle otra vez la cabeza.

 

—Se?ora Noah, ?hay algo que pueda hacer por usted?

 

—He estado hablando con Rosie, y hemos decidido que debía empezar a ayudaros con los preparativos de la boda —dijo con afectación—. Necesito una lista de tus invitados. Las personas a las que tú quieras invitar: nombre y apellidos, dirección, e—mail y número de teléfono. He preparado un formulario, sólo tienes que rellenarlo. Pensé que, ya que tenía que pasar por Maxwell Gardens, podía ahorrarme el franqueo y traértelo en persona. No esperaba encontrarte en casa. —Le alargó el sobre blanco—. Habrá un total de noventa invitados. Puedes invitar a ocho miembros de tu familia y a seis amigos. Los amigos y cuatro de tus familiares se sentarán en la mesa H. El resto de tus invitados estarán en la mesa C. Tu padre se habría sentado con nosotros en la mesa de honor pero, puesto que ha fallecido, le hemos cedido su plaza a una tía de Rosie, la tía Winifred. ?Has decidido ya quién va a ser tu padrino?

 

Gordo Charlie negó con la cabeza.

 

—Bueno, cuando te decidas, asegúrate de que no haya ninguna broma soez en su discurso. No quiero que tu padrino pronuncie una sola palabra que no pudiera escucharse en una iglesia. ?Me has entendido?

 

Gordo Charlie se preguntó qué clase de palabras oiría aquella mujer cuando acudía a la iglesia. Probablemente gritos de ??Vade retro, bestia del Averno!?, seguidos de exclamaciones del tipo: ??Está viva??, y un rumor de alarma preguntando si alguien tenía por ahí una estaca y un mazo.

 

—Creo recordar —repuso Gordo Charlie—, que me quedan más de diez parientes vivos. Lo que quiero decir es que tengo primos, primas, alguna tía abuela, ya sabe.

 

—Es obvio que hay algo que estás pasando por alto —dijo la madre de Rosie—, y es que las bodas cuestan dinero. He previsto 175 libras por cubierto en las mesas de la A a la D (la mesa A es la mesa de honor), que estarán ocupadas por los parientes más próximos de Rosie y mis amigas del club, y 125 libras por cubierto para las mesas de la E a la G, ya sabes, amigos menos íntimos, ni?os y demás.

 

—Creí entender que mis amigos ocuparían la mesa H —replicó Gordo Charlie.

 

—Eso nos lleva al siguiente escalón. Ellos no tomarán el cóctel de aguacate y gambas ni el biscuit de jerez.

 

—La última vez que Rosie y yo hablamos de esto, decidimos que serviríamos un único menú para todos, una selección de platos típicamente caribe?os.

 

La madre de Rosie hizo un gesto de desdén.

 

Neil Gaiman's books