Los Hijos de Anansi

—Lo sé. Pero no estoy cantando.

 

—No tiene mucho sentido decir que no entrarás cuando ya estás dentro.

 

—No sé cantar.

 

—?Me estás diciendo que también soy yo el único que ha heredado el talento musical?

 

—Te estoy diciendo que si tengo que abrir la boca y ponerme a cantar en público, vomitaré.

 

Ara?a le dio un apretón en el brazo para darle confianza.

 

—Siéntate y observa cómo lo hago yo.

 

La chica del cumplea?os y dos de sus amigas subieron al escenario con paso vacilante y cantaron Dancing Queen sin parar de reír. Gordo Charlie estaba bebiendo un gin–tonic que alguien le había puesto en la mano, y hacía una mueca de dolor cada vez que las chicas desafinaban o perdían el ritmo. El resto del grupo premió su actuación con un gran aplauso.

 

La siguiente en subir al escenario fue otra de las chicas. Era la de la cara de duende, la que le había preguntado a Gordo Charlie adónde iban. Sonaron los primeros acordes de Stand by Me y ella se lanzó a cantar: no dio una sola nota en su sitio, no entró a tiempo una sola vez, y ni siquiera fue capaz de leer bien la letra. Gordo Charlie sufrió por ella.

 

La chica se bajó del escenario y se fue hacia la barra. Gordo Charlie iba a hacerle algún comentario amable, pero ella estaba radiante de alegría.

 

—Ha sido increíble —dijo—. O sea, alucinante. —Gordo Charlie la invitó a una copa, un vodka con naranja—. Ha sido una risa. ?Vas a subir tú? Venga, tienes que hacerlo. Seguro que no la cagas más que yo.

 

Gordo Charlie se encogió de hombros queriendo darle a entender que era capaz de cagarla como si lo devorara la venganza de Moctezuma.

 

Ara?a subió al peque?o escenario como si estuviera bajo la luz de un foco.

 

—él sí que se va a lucir, seguro —dijo Vodka con naranja—. ?No ha dicho antes alguien que eras su hermano?

 

—No —murmuró Gordo Charlie, en una muestra de total inelegancia—, lo que dije fue que él es mi hermano.

 

Ara?a empezó a cantar Under the Boardwalk.

 

Gordo Charlie no habría hecho aquello de no ser porque le encantaba aquella canción. Cuando tenía trece a?os pensaba que Under the Boardwalk era la mejor canción que se había escrito nunca (a los catorce, cuando se convirtió en un joven hastiado que pasaba de todo, el No Woman No Cry de Bob Marley pasó a ser su favorita). Y allí estaba Ara?a cantando su canción, y lo estaba haciendo muy bien. Entonaba de maravilla y cantaba como si sintiera cada palabra. La gente dejó de beber, dejó de hablar, y todo el mundo lo miraba con atención.

 

Cuando Ara?a terminó de cantar, todos le aplaudieron como locos. Si hubieran llevado sombrero, seguramente lo habrían lanzado por los aires.

 

—Ahora entiendo que no quisieras subir después de él —le dijo Vodka con naranja a Gordo Charlie—. Lo que quiero decir es que seguro que no podrías igualar eso, ?verdad?

 

—Bueno... —replicó Gordo Charlie.

 

—Me refería a que —dijo ella con una amplia sonrisa— está claro quién es el talento de la familia.

 

Y mientras decía esto, le tocó la oreja y ladeó la cabeza. Fue aquel último gesto lo que desbordó el vaso.

 

Gordo Charlie se dirigió al escenario, echando un pie tras otro en una impresionante exhibición de destreza física. Estaba sudando.

 

Los minutos que siguieron fueron algo confusos. Se acercó a hablar con el Dj, y escogió una canción de la lista: Unforgettable. Esperó unos segundos que se le hicieron eternos y le trajeron un micrófono.

 

Tenía la boca seca. El corazón quería salírsele del pecho.

 

En el monitor apareció la primera palabra: ?Unforgettable...?.

 

Gordo Charlie iba a demostrarles que él sí sabía cantar. Tenía un amplio registro, un chorro de voz y sabía interpretar. Cuando se ponía a cantar, todo su cuerpo se convertía en un instrumento.

 

Empezó a sonar la música.

 

En su mente, Gordo Charlie estaba listo para empezar a cantar. Iba a cantar Unforgettable. Iba a cantarla en honor de su difunto padre y de su hermano y de todos los presentes, iba a decirles que todos ellos eran imposibles de olvidar.

 

Sólo que no fue capaz. Había gente mirándole. Apenas eran dos docenas los que se daban cita esa noche en el piso de arriba de aquel pub. Una buena parte del público eran mujeres. Con público, Gordo Charlie no era capaz ni de abrir la boca.

 

La música siguió sonando, pero él se quedó ahí de pie, como un pasmarote. Tenía mucho frío. Sus pies parecían estar muy lejos.

 

Se obligó a abrir la boca.

 

—Creo —dijo, con voz muy clara, por el micro, con la música de fondo, y pudo oír cómo sus palabras resonaban por toda la sala—, creo que me estoy mareando.

 

No hubo salida triunfal.

 

Después de eso, todo se volvió algo inestable a su alrededor.

 

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