Los Hijos de Anansi

Pero Ara?a vivía en un mundo muy diferente.

 

Deambularon por las calles en dirección al West End, haciendo escala en los pubs que parecían más animados. Los parroquianos se echaban a la calle y Ara?a se detuvo a saludar a un grupo que resultó estar celebrando el cumplea?os de una chica llamada Sybilla, que se sintió muy halagada cuando Ara?a insistió en invitarla a ella y a sus amigas a una ronda. Luego, se puso a contar chistes: (?... y el león, harto ya de la rana, dice: "estáis todos invitados, menos ese bicho verde de ojos saltones". Y la rana exclama: "?eso, eso, que le den al cocodrilo!"?) y, a continuación, estallaba en tremendas carcajadas. No tenía el menor problema para recordar los nombres de todas y cada una de las personas que tenía alrededor. Charlaba con la gente y les escuchaba con atención. Cuando Ara?a anunció que era hora de cambiar de sitio, el grupo completo decidió, como una sola mujer, que se iban con él...

 

Para cuando llegaron al tercer pub, Ara?a parecía una estrella del rock. Estaba rodeado de chicas, todas querían estar cerca de él. Algunas le habían besado, medio en serio, medio en broma. Gordo Charlie le observaba con envidioso espanto.

 

—?Eres su gorila? —preguntó una de las chicas.

 

—?Qué?

 

—Que si eres su gorila.

 

—No —respondió Gordo Charlie—, soy su hermano.

 

—?Guau! —exclamó—. No sabía que tuviera un hermano. Me parece un tipo increíble.

 

—Sí, es alucinante —dijo otra, que había estado abrazada a Ara?a hasta que la presión de otros cuerpos que buscaban lo mismo que ella la obligaron a apartarse de él. Hasta ese momento ni siquiera había reparado en Gordo Charlie—. ?Eres su representante?

 

—No. Es el hermano —aclaró la primera chica—, precisamente ahora me lo estaba contando —a?adió para pincharla. La otra la ignoró.

 

—?Tú también eres americano? —le preguntó—. Tienes un ligero acento.

 

—Nací allí —respondió Gordo Charlie—, vivíamos en Florida. Mi padre era americano y mi madre de, bueno, nació en Saint Andrews, pero se crió en...

 

Nadie le escuchaba.

 

Cuando se marcharon de allí, las que quedaban de la fiesta de cumplea?os se fueron con ellos. Las mujeres acosaban a Ara?a y le preguntaban adonde irían a continuación. Algunas sugirieron ir a cenar, otras a una discoteca. Ara?a se limitaba a sonreír sin dejar de caminar.

 

Gordo Charlie iba detrás de ellos; en su vida se había sentido más ninguneado.

 

Recorrieron con paso vacilante aquel mundo de luces de neón. Ara?a rodeaba con sus brazos a varias mujeres a la vez. Por el camino, las iba besando indiscriminadamente, como si fuera probando exquisitas frutas de aquí y de allá. Todas parecían encantadas.

 

?No es normal —pensaba Gordo Charlie—. Lo suyo no es normal.? Ni siquiera se molestaba en alcanzarlos, se limitaba a no quedarse demasiado atrás.

 

Aún sentía el amargo regusto del vino en la boca. Reparó en que había una chica que caminaba a su lado. Era menuda y graciosa, como un duendecillo guapo. Le tiró de la manga:

 

—?Qué hacemos? —le preguntó—. ?Adónde vamos?

 

—Estamos llorando la muerte de mi padre —dijo—, o eso creo.

 

—?Es un programa de cámara oculta?

 

—Espero que no.

 

Ara?a se detuvo y se dio la vuelta. El brillo que había en sus ojos resultaba inquietante.

 

—Ya estamos aquí —anunció—. Hemos llegado. Es lo que a él le habría gustado.

 

En la puerta del pub había una hoja de color naranja brillante que anunciaba: ?Esta noche: Karaoke?.

 

—Vamos a cantar —dijo Ara?a. Y luego a?adió—: ?Que empiece la función!

 

—No —dijo Gordo Charlie, y se negó a dar un paso más.

 

—A él le encantaba —dijo Ara?a.

 

—Yo no canto. En público, no. Y estoy borracho. Y la verdad es que no creo que ésta sea una buena idea, en serio.

 

—Es una idea genial. —La sonrisa de Ara?a era realmente persuasiva. En el momento oportuno, una sonrisa como aquélla podía desencadenar, incluso, una guerra santa. Gordo Charlie, sin embargo, no se dejó convencer.

 

—Mira —dijo, intentando que su voz no delatara el pánico que sentía en ese momento—, hay determinadas cosas que algunas personas nunca harían, ?vale? Algunos no viajan en avión. Otros no mantienen relaciones sexuales en público. Y también hay quien no puede evaporarse y desaparecer. Yo no hago ninguna de esas cosas, y tampoco canto.

 

—?Ni siquiera por papá?

 

—Mucho menos por papá. No va a dejarme en ridículo después de muerto. Por lo menos, no más de lo que ya lo ha hecho.

 

—Perdonadme —dijo una de las chicas—. Perdonadme, pero, ?vamos a entrar o no? Porque me estoy quedando pajarito y Sybilla se está haciendo pis.

 

—Entramos —contestó Ara?a, y le sonrió.

 

Gordo Charlie no estaba de acuerdo, seguía en sus trece, pero, igualmente, lo arrastraron al interior del pub y se maldijo por ello.

 

Alcanzó a Ara?a en las escaleras.

 

—Entraré —dijo—, pero no pienso cantar, que conste.

 

—Ya estás dentro.

 

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