Los Hijos de Anansi

Hay lugares que son míticos. Existen, cada uno a su manera. Algunos están repartidos por la superficie de la Tierra; otros existen en un segundo plano, tras la realidad tal y como la percibimos a través de los sentidos, como una capa de fondo.

 

Hay ciertas monta?as, por ejemplo, que no son más que escarpadas rocas tras las cuales se hallan los confines del mundo, y hay ciertas cuevas en esas monta?as, cuevas profundas, que ya estaban habitadas mucho antes de que el primer hombre empezara a caminar sobre la Tierra.

 

Y siguen estando habitadas.

 

 

 

 

 

Capítulo Quinto

 

 

En el que se analizan a la luz del día las múltiples consecuencias que trajo la noche

 

Gordo Charlie se levantó sediento.

 

Gordo Charlie se levantó sediento y con dolor de cabeza.

 

Gordo Charlie se levantó sediento, con dolor de cabeza, la boca le sabía a rayos, tenía los ojos hinchados, le dolían todos los dientes, tenía ardor de estómago, le dolía la espalda desde los tobillos hasta la frente, el cerebro se le había convertido en una masa algodonosa llena de agujas y alfileres, que eran lo que hacía que le doliera tanto que no podía ni pensar, y tampoco era que tuviera los ojos hinchados, sino que debían de habérsele vuelto del revés mientras dormía, se los habían vuelto a poner del derecho y se los habían fijado con grapas; y también descubrió que cualquier ruido más fuerte que el que hacían las moléculas del aire al desplazarse y chocar las unas contra las otras estaba muy por encima de su umbral del dolor. Además, quería morirse.

 

Gordo Charlie abrió los ojos. Gran error, la luz también le hacía da?o. Aquello le reveló dónde estaba (en su cama, en su dormitorio) y, puesto que tenía justo delante el reloj de la mesilla, averiguó también que eran las 11:30.

 

Las cosas, pensó muy despacio, no podían ir peor: tenía una resaca de esas que el Dios del Antiguo Testamento habría hecho caer como castigo sobre los enemigos de Israel, y lo primero que haría Grahame Coats nada más verle sería despedirle.

 

Pensó si sería una buena idea llamar y decir que estaba enfermo, en cuanto pudiera recordar el número de teléfono de la oficina. Se disculparía —diría que había pillado una de esas devastadoras gripes de veinticuatro horas que te cogen por sorpresa y contra las que no hay nada que hacer...

 

—Oye —dijo alguien que estaba junto a él, en su cama—, creo que en tu mesilla hay una botella de agua, ?te importa pasármela?

 

Gordo Charlie iba a decir que no había ninguna botella de agua en su mesilla, y que si quería agua tendría que ir al cuarto de ba?o y desinfectar el vaso de los cepillos de dientes antes de usarlo para beber, pero reparó en que tenía delante varias botellas de agua. Alargó el brazo y agarró una de ellas, sintiendo como si sus dedos no pertenecieran a su cuerpo, luego, con un esfuerzo similar al que uno tiene que hacer para darse el último impulso y alcanzar la cima de una monta?a, se volvió hacia el otro lado.

 

Era Vodka con naranja.

 

Y estaba desnuda. Por lo menos, las partes de su cuerpo que asomaban por entre las sábanas.

 

Ella cogió la botella y tiró de la sábana para cubrirse los pechos.

 

—Gracias. Tu hermano me pidió que te dijera cuando despertaras que no hacía falta que llamaras a la oficina para decirles que estás enfermo. Me dijo que él ya se había ocupado de eso.

 

Gordo Charlie no se quedó tranquilo. Pero, de nuevo, en su estado actual, su cabeza sólo podía preocuparse de las cosas de una en una, y en ese momento le preocupaba poder llegar al ba?o a tiempo.

 

—Necesitarás beber más líquidos —dijo la chica—, tienes que recuperar electrolitos.

 

Gordo Charlie consiguió llegar a tiempo al ba?o. Luego, al comprobar que había llegado, se puso bajo el chorro de la ducha hasta que la habitación dejó de dar vueltas, y logró cepillarse los dientes sin vomitar.

 

Cuando volvió al dormitorio, Vodka con naranja ya no estaba allí, cosa que alivió a Gordo Charlie, que había empezado a albergar la esperanza de que no fuera más que un espejismo inducido por el alcohol, como los elefantes rosas o la pesadilla de que había subido a cantar a un escenario la noche anterior.

 

No fue capaz de encontrar la bata, así que se puso un chándal para bajar a la cocina, que estaba al otro lado del rellano.

 

Sonó el móvil, y lo buscó en su chaqueta, que estaba tirada en el suelo, junto a la cama. Por fin, dio con él y lo abrió. Contestó con un gru?ido, tratando de que su voz no resultara identificable, por si era alguien de la Agencia Grahame Coats intentando averiguar dónde andaba.

 

—Soy yo —era la voz de Ara?a—. Todo está en orden.

 

—?Les dijiste que había muerto?

 

—Mucho mejor. Me hice pasar por ti.

 

—Pero —Gordo Charlie trataba de pensar con claridad—, pero tú no eres yo.

 

—Eh, ya lo sé. Pero les dije que lo era.

 

—Ni siquiera te pareces a mí.

 

—Querido hermano, no lo pongas difícil, trato de ayudar. Ya me he ocupado de todo. Epa... tengo que irme. El gran jefe quiere hablar conmigo.

 

—?Grahame Coats? Mira, Ara?a...

 

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