Los Hijos de Anansi

—Bueno, dame un ejemplo.

 

Ara?a bebió más vino.

 

—Vale. La última vez que decidí que ya era hora de que nos viéramos las caras, yo, bueno, me pasé días organizándolo. Quería que todo fuera perfecto. Tenía que elegir bien la ropa. Luego, tenía que decidir lo que iba a decirte cuando nos viéramos. Sabía que el reencuentro de dos hermanos, en fin, es el tema de muchos poemas épicos, ?no? Llegué a la conclusión de que el único modo de abordar un asunto tan trascendente era hacerlo en verso. Pero ?qué verso? ?Sería mejor recitar? ?Declamar? O sea, no era cosa de saludarte con un chascarrillo. Tenía que ser algo oscuro, impactante, lleno de ritmo, épico. Y entonces, di con ello. Se me ocurrió un primer verso que era perfecto: ?La sangre llama a la sangre como una sirena en la noche?. Es tan elocuente... Sabía que podía reunirlo todo en aquel poema (gente que muere por los callejones, sudor frío y pesadillas, la fuerza de un espíritu libre e inquebrantable). Un poema que lo abarcaría todo. Tenía que dar con el segundo verso y llegado a ese punto, todo se vino a pique. Lo más que se me ocurría era ?Y vino nino–nano–nano–nano y se llevó un susto de muerte?.

 

Gordo Charlie parpadeó.

 

—?Y quién es ese Nino–nano–nano–nano?

 

—Nadie. Sólo es para indicar dónde irían las palabras que faltan. Pero nunca pasé de ahí, y no iba a presentarme con un poema épico del que sólo tenía el primer verso, unos cuantos nino–nanos y tres palabras más, ?no? Aquello habría sido una falta de respeto.

 

—Bueno...

 

—Exacto. Así que en lugar de ir a verte me fui una semana a Hawai. Ya te lo dije, me surgió algo.

 

Gordo Charlie bebió otro trago de vino. Estaba empezando a cogerle el gusto. A veces, un sabor fuerte es lo mejor para enfrentarse a una emoción fuerte, y ésta era una de esas veces.

 

—Pero no habrá sido siempre el segundo verso de un poema lo que te ha impedido venir, ?no?

 

Ara?a puso su fina mano sobre la manaza de Gordo Charlie.

 

—Ya está bien de hablar de mí —dijo—, ahora quiero saber más cosas de ti.

 

—No hay gran cosa que contar —respondió Gordo Charlie.

 

Empezó a hablarle de su vida. Le habló de Rosie y de su madre, de Grahame Coats y de la agencia, y su hermano escuchaba y asentía. La verdad es que su vida no parecía gran cosa así contada.

 

—Aunque —observó en tono filosófico—, fíjate en toda esa gente que sale en los periódicos, en las páginas de cotilleo. Se pasan el día diciendo que su vida es aburrida, que no tiene sentido y que se sienten vacíos.

 

Volcó la botella, esperando que quedara vino suficiente para otro trago, pero apenas quedaba una gota. La botella estaba vacía. Había durado más de lo que cabía esperar, pero ya no quedaba nada.

 

Ara?a se levantó.

 

—Yo los conozco —dijo—. A esos que salen en las revistas del corazón. Me he movido en su círculo. He podido comprobar personalmente lo simples y vacuas que son sus vidas. Les he observado desde las sombras cuando creían que nadie les veía. Y te voy a decir una cosa: me temo que ninguno de ellos se cambiaría por ti ni aunque les apuntaran con un revólver, querido hermano. Vámonos.

 

—?Qué? ?Adónde vas?

 

—Nos vamos. Ya hemos cumplido con la primera etapa de nuestra triple misión de esta noche. Ya hemos bebido vino. Todavía nos quedan por completar dos etapas.

 

—Esto...

 

Gordo Charlie salió de la taberna detrás de Ara?a, con la esperanza de que el aire fresco le despejara un poco la cabeza. No lo hizo. Charlie el Gordo sentía que su cabeza flotaba como un globo; afortunadamente, estaba firmemente sujeta a sus hombros.

 

—Lo próximo son las mujeres —dijo Ara?a—. Y al final, las canciones.

 

Vale la pena mencionar que en el mundo de Gordo Charlie, las mujeres no aparecían sin más. Alguien tenía que presentártelas; tenías que reunir el valor suficiente para decidirte a hablar con ellas; una vez te habías decidido, tenías que encontrar de qué hablar y, por fin, llegado a este punto, podías aspirar a cotas más altas. Podías atreverte a preguntarles si tenían algo que hacer el sábado por la noche y, después, cuando ya te habías atrevido, lo normal era que te contestaran que esa noche les tocaba lavarse el pelo, o poner al día sus diarios, o limpiar la jaula de su cacatúa o, simplemente, que tenían pensado quedarse pegadas al teléfono a esperar a que otro hombre no las llamara.

 

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