Los Hijos de Anansi

Gordo Charlie observó la escena. Cielo rojo a la alborada, barrunta que el tiempo se enfada.

 

Había sido un sue?o muy extra?o. Una fiesta en Hollywood. El secreto para Caminar sobre las Aguas. Y aquel hombre, que era él, pero que no era él...

 

Gordo Charlie estaba seguro de que conocía al hombre del sue?o, lo había visto en alguna parte, y estaba seguro también de que, si no hacía algo para remediarlo, aquello iba a estar dándole la lata todo el día, como un trozo de hilo dental que se queda entre los dientes, o cuando a uno le da por pensar cuál es la diferencia que existe entre las palabras ?lúbrico? y ?lascivo?. Iba a estar rondándole la cabeza todo el tiempo hasta sacarle de quicio.

 

Se quedó mirando por la ventana.

 

Apenas eran las seis de la ma?ana, y todo estaba en silencio. Al final de la calle, un tipo paseaba a su perro de buena ma?ana y le apremiaba para que hiciera sus necesidades. Un cartero iba de casa en casa repartiendo el correo con una furgoneta roja. Y, entonces, Gordo Charlie percibió que algo se movía justo delante de su casa y decidió ver qué era.

 

Había un hombre junto al seto. Al ver que Gordo Charlie, todavía en pijama, lo observaba desde la ventana, sonrió y le saludó con la mano. Gordo Charlie, reconociendo de repente a aquel hombre, se quedó de piedra: tanto la sonrisa como el saludo le resultaban familiares, aunque en ese momento no supiera ubicarlos. Su reciente sue?o seguía rondándole aún la cabeza y le hacía sentir incómodo, como si el mundo no terminara de parecerle del todo real. Se frotó los ojos y, al mirar de nuevo, el tipo que había estado junto al seto ya no estaba allí. Gordo Charlie esperaba que el hombre se hubiera marchado, que hubiera desaparecido calle abajo entre la bruma matinal, llevándose aquella extra?a locura tan inquietante que había traído consigo.

 

Y, en ese preciso instante, sonó el timbre de la puerta.

 

Gordo Charlie se puso el batín y bajó las escaleras.

 

Nunca ponía la cadena para abrir la puerta, jamás lo había hecho, pero esta vez la echó, y abrió la puerta principal apenas unos centímetros.

 

—?Buenos días? —dijo con cautela.

 

La sonrisa que veía a través de la puerta entreabierta podría haber iluminado una ciudad entera.

 

—Tú me llamaste, aquí me tienes —dijo el extra?o—. ?Me abres la puerta o qué, Gordo Charlie?

 

—?Quién eres? —según pronunciaba esas palabras, cayó en la cuenta de dónde había visto antes a aquel hombre: en el funeral de su madre, en la capilla del crematorio. Aquélla había sido la última vez que vio aquella sonrisa. Y conocía la respuesta, la conocía antes incluso de que el hombre tuviera tiempo de pronunciarla.

 

—Soy tu hermano —dijo.

 

Gordo Charlie cerró la puerta. Quitó la cadena de seguridad y abrió la puerta del todo. El hombre seguía allí.

 

Gordo Charlie no estaba del todo seguro de cómo debía saludar a un hermano potencialmente imaginario en el que, hasta ese momento, ni siquiera había creído. De modo que se quedaron allí, uno frente a otro, hasta que su hermano dijo:

 

—Puedes llamarme Ara?a. ?Vas a invitarme a entrar?

 

—Sí, claro, cómo no. Pasa, por favor.

 

Gordo Charlie lo condujo al piso de arriba.

 

A veces, sucede lo imposible. Y cuando esto ocurre, la mayoría de la gente se limita a hacerle frente. En el día de hoy, como cada día, unos cinco mil habitantes del planeta Tierra tendrán que afrontar algún hecho de esos que suceden una vez de cada mil, y ninguno pondrá en duda aquello que les muestren sus sentidos. La mayoría dirá, cada uno en su lengua, algo así como: ??Qué cosas tiene la vida!?, y seguirán adelante sin más. De modo que, mientras una peque?a parte de Gordo Charlie intentaba encontrar alguna explicación lógica, razonable y cuerda para lo que le estaba ocurriendo, el resto se limitaba a intentar acostumbrarse a la idea de que un hermano de cuya existencia nunca había tenido noticias estaba subiendo en ese momento con él por las escaleras de su casa.

 

Fueron a la cocina y se quedaron allí de pie.

 

—?Te apetece una taza de té?

 

—?Tienes café?

 

—Sólo instantáneo, me temo.

 

—Me vale.

 

Gordo Charlie puso el agua a calentar.

 

—Bueno, ?vienes de muy lejos? —le preguntó.

 

—De Los ángeles.

 

—?Y qué tal el vuelo?

 

El tipo se sentó a la mesa. Se encogió de hombros. Era la clase de gesto que podía significar cualquier cosa.

 

—Esto... ?Tienes pensado quedarte aquí mucho tiempo?

 

—En realidad, no lo he pensado. —El tipo, Ara?a, echó un vistazo a la cocina de Gordo Charlie como si nunca antes hubiera estado en ninguna cocina.

 

—?Cómo tomas el café?

 

—Negro como la noche y dulce como un pecado.

 

Gordo Charlie dejó la taza en la mesa, delante de él, y le pasó el azucarero.

 

—Sírvete tú mismo.

 

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