Los Hijos de Anansi

—Por lo que veo —dijo Grahame Coats— ya has vuelto al mundo de los vivos. Es un decir.

 

—Sí —respondió Gordo Charlie y, a continuación, viendo que Grahame Coats no se alegraba especialmente de su anticipada reincorporación, a?adió—: Lo siento.

 

Grahame Coats se pinzó los labios con los dedos, echó un vistazo a los documentos que tenía sobre la mesa y alzó de nuevo la vista.

 

—Lo cierto es que tenía entendido que no te incorporabas hasta ma?ana. Hemos venido un poco pronto, ?no?

 

—Sí, hemos... he llegado esta misma ma?ana. De Florida. Pensé que sería buena idea pasarme por la oficina. Tenemos mucho trabajo. Quería mostrar interés. Si a usted le parece bien.

 

—Per–fectupuesto —dijo Grahame Coats. Aquel alarde lingüístico de su jefe (producto de una lamentable colisión entre ?perfecto? y ?por supuesto?) tenía la dudosa virtud de producirle siempre una horrible dentera—. Allá tú. De todos modos, imagino que sabrás que ya se te ha descontado el día de hoy de los que te corresponderían en caso de enfermedad, ?no?

 

—Sí, lo sé.

 

—Maeve Livingstone. La angustiada viuda de Morris. Necesita que alguien la consuele, necesita escuchar palabras amables y promesas bienintencionadas. Roma no se construyó en un día. La gestión propiamente dicha, liquidar los bienes de Morris Livingstone para que ella pueda disponer del dinero, sigue siendo un asunto pendiente. Me llama por teléfono un día sí y otro también, ansiosa por que yo le dé algo a lo que pueda agarrarse. Mientras se resuelve el tema, dejo ese asunto en tus manos.

 

—Sí–respondió Gordo Charlie—, bueno, esto... No hay paz para los impíos, ?no?

 

—Más cornadas da el hambre —replicó Grahame Coats, moviendo arriba y abajo la mano con el índice estirado.

 

—?Me meto ya en harina? —sugirió Gordo Charlie.

 

—Dale ca?a —replicó Grahame Coats—. Bueno, ha sido un placer charlar contigo, pero los dos tenemos mucho que hacer.

 

Cuando estaba en compa?ía de Grahame Coats, había algo que le impulsaba a 1) encadenar una frase hecha detrás de otra y 2) a fantasear con helicópteros negros que, como primera medida, lanzaban ráfagas de ametralladora contra las oficinas de la Agencia Grahame Coats y, a continuación, les arrojaban proyectiles de ardiente napalm. Tal como lo imaginaba Gordo Charlie, el día de autos él no estaba en la oficina, presenciaba el espectáculo sentado en la terraza de un peque?o café justo enfrente del Aldwych Theatre, saboreando un capuchino y aplaudiendo de tanto en tanto algún que otro lanzamiento particularmente espectacular de un proyectil de napalm.

 

Después de esto, ya supondréis que no hay gran cosa que os pueda interesar en lo que al trabajo de Gordo Charlie se refiere, y probablemente hayáis deducido ya que le hacía muy infeliz, lo que, a grandes rasgos, es una conclusión bastante acertada. A Gordo Charlie se le daban bien los números, por eso no había dejado aquel trabajo y, dado que era un tipo inseguro y acomplejado, tampoco era capaz de hacerse valer en la empresa. Gordo Charlie veía cómo los de su alrededor iban ascendiendo implacablemente hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia, mientras que él permanecía estancado en el grado más bajo del escalafón, desempe?ando funciones básicas hasta el día en que decidieran mandarle otra vez a la cola del paro y volviera a encontrarse sentado frente a la tele, tragándose embobado la programación matinal. Nunca se había quedado mucho tiempo en el paro, pero sí era algo que le había sucedido con más frecuencia de la deseable en la última década, razón por la que Gordo Charlie nunca había tenido ocasión de sentirse cómodo con ninguno de aquellos empleos. A pesar de todo, no se lo tomaba como algo personal.

 

Llamó a Maeve Livingstone, la viuda de Morris Livingstone, uno de esos cómicos bajitos, oriundo de Yorkshire, que tiempo atrás había llegado a ser uno de los más famosos del Reino Unido y que era también uno de los clientes más antiguos de la Agencia Grahame Coats.

 

—Hola —dijo—, soy Charles Nancy del departamento de contabilidad de la Agencia Grahame Coats.

 

—Oh —replicó una voz femenina al otro lado del hilo—. Esperaba que Grahame Coats me llamara personalmente.

 

—Ahora mismo está bastante ocupado, de modo que, esto... ha delegado en mí —le explicó Gordo Charlie—. Dígame, ?puedo ayudarla en algo?

 

—No estoy segura. Lo cierto es que sólo quería saber (es decir, el director de mi sucursal bancaria quiere saber) cuándo podré disponer del dinero de la testamentaría de Morris. La última vez que hablé con Grahame Coats (sí, creo que fue la última), me explicó que lo había invertido todo (en fin, ya me hago cargo de que estas cosas llevan su tiempo), y que, de no haberlo hecho así, podría perder mucho dinero...

 

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