Los Hijos de Anansi

—No —mintió—, no es eso. De verdad que no.

 

Sus palabras sonaban honestas y veraces. Estaba a miles de kilómetros de su hogar, en casa de su difunto padre, con una vieja loca a punto de sufrir una apoplejía. Le habría dicho que la luna no es más que una rara fruta tropical si eso la hubiera calmado, y lo habría dicho en serio, tan en serio como hubiera podido.

 

Ella hizo un gesto de desdén.

 

—Eso es lo malo de la gente joven —dijo—, que apenas habéis vivido nada y, sin embargo, creéis que lo sabéis todo. A lo largo de mi vida he olvidado más cosas de las que tú sabrás nunca. No sabes nada de tu padre, no sabes nada de tu familia, te digo que tu padre es un dios, y ni siquiera me preguntas de qué dios te estoy hablando.

 

Gordo Charlie trató de recordar nombres de dioses.

 

—?Zeus? —sugirió.

 

La se?ora Higgler emitió un sonido similar al que haría una cafetera que se aguantara las ganas de romper a hervir. Gordo Charlie se dio cuenta de que Zeus no había sido una respuesta acertada.

 

—?Cupido?

 

Ella hizo otro ruido, que empezó como un bufido y acabó estallando en carcajadas.

 

—Me estoy imaginando a tu padre en pa?ales, con un gran arco y una flecha. —Siguió riéndose un rato. Luego, bebió un sorbo de café—. Tiempo atrás, cuando no era más que un dios, hace mucho, mucho tiempo, le llamaban Anansi. [5]

 

En fin, probablemente ya conoceréis algunos de los cuentos que hablan de Anansi, probablemente no haya nadie en todo el ancho mundo que no conozca algún cuento que hable de Anansi.

 

En el amanecer de los tiempos, cuando todas las historias se contaban por vez primera, Anansi era una ara?a. Siempre andaba metiéndose en líos y saliendo de los líos en los que se metía. ?Recordáis el cuento del Mu?eco de Alquitrán, aquel cuyo protagonista era el Hermano Conejo? [6] Pues, en su versión original, el protagonista era Anansi. Hay gente que piensa que Anansi era un conejo. Pero se equivocan. No era un conejo. Era una ara?a.

 

Las leyendas sobre Anansi han existido desde que las gentes empezaron a contarse cuentos unas a otras. En áfrica, donde todo comenzó, mucho antes incluso de que los hombres pintaran leones y osos en las paredes de las cavernas, la gente ya contaba historias de monos y de leones y de búfalos: grandes historias so?adas. Siempre tuvieron esa inclinación. Era su manera de darle un sentido al mundo en el que vivían. Todo aquello que corría, volaba, reptaba, nadaba o se transformaba, desfilaba por aquellas historias, y las diversas tribus humanas veneraban a diferentes criaturas.

 

Ya entonces, el León era el rey de los animales, y la Gacela el más veloz, y el Mono el más excéntrico, y el Tigre el más terrible, pero no era de ellos de los que la gente quería oír historias.

 

Anansi puso su nombre en los cuentos. Todos los cuentos eran cuentos de Anansi. En cierta ocasión, antes de que Anansi fuera el due?o de todos los cuentos, éstos pertenecían al Tigre (que es como los habitantes de las islas llaman a todos los grandes felinos), y eran tenebrosos y malvados, llenos de dolor, y ninguno de ellos tenía un final feliz. Pero aquello fue hace mucho tiempo. En la actualidad, todos los cuentos son de Anansi.

 

Puesto que acabamos de asistir a un funeral, dejadme que os cuente un cuento sobre lo que le ocurrió a Anansi cuando murió su abuela. (No es ninguna tragedia: era una mujer muy, muy vieja, y se fue mientras dormía. Esas cosas pasan.) La mujer se encontraba muy lejos de casa cuando murió, de modo que Anansi cogió su carretilla y atravesó toda la isla, y al llegar al lugar en el que había muerto su abuela, recogió el cadáver, lo puso en su carretilla y emprendió el camino de regreso a casa. Quería enterrarla bajo una higuera de Bengala que había detrás de su choza.

 

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