Los Hijos de Anansi

—Ah, pero, ?sabe qué, se?ora Higgler? La verdad es que no tengo ningún hermano.

 

—Pues claro que lo tienes. Ahí estáis los dos, en la foto.

 

Aunque sabía a qué imagen se refería, Gordo Charlie echó un vistazo por encima de su hombro. Definitivamente, estaba loca. Como un cencerro.

 

—Se?ora Higgler —dijo, con el tono más amable que pudo—, ése soy yo. Es una foto mía, de cuando era ni?o. La puerta es un espejo. Estoy de pie junto a un espejo. El otro ni?o no es más que un reflejo.

 

—Eres tú, sí, y también tu hermano.

 

—Nunca he tenido un hermano.

 

—Y tanto que sí. No voy a decir que le echo de menos. Tú siempre fuiste el más bueno, ?sabes? él era un ni?o imposible. —Y antes de que Gordo Charlie pudiera decir nada, a?adió—: Se marchó, tú todavía eras muy peque?o.

 

Gordo Charlie se inclinó hacia delante. Puso su manaza sobre la huesuda mano de la se?ora Higgler, la mano que no sostenía la taza de café.

 

—Eso no es verdad —dijo.

 

—Louella Dunwiddy le obligó a marcharse —repuso ella—. él le tenía miedo. Pero, aun así, volvía de vez en cuando. Sabía ser encantador cuando se lo proponía. —Se terminó el café.

 

—Siempre quise tener un hermano —dijo Gordo Charlie—. Alguien con quien poder jugar.

 

La se?ora Higgler se levantó.

 

—Este lugar no se va a limpiar sólito —dijo—. Tengo bolsas de basura en el coche. Me figuré que nos harían falta un montón de bolsas de basura.

 

—Sí —replicó Gordo Charlie.

 

Aquella noche se quedó en un motel. A la ma?ana siguiente, se reunió de nuevo con la se?ora Higgler en casa de su padre y entre los dos llenaron las negras bolsas de basura. Pusieron aparte las bolsas que irían a parar a beneficencia. También guardaron en una caja aparte todo aquello que Gordo Charlie quería conservar por razones sentimentales: principalmente fotos antiguas.

 

Había una vieja arqueta, como una réplica en miniatura de un cofre pirata, llena de documentos y papeles viejos. Gordo Charlie se sentó en el suelo para revisarlos. La se?ora Higgler salió del dormitorio con otra bolsa de basura llena de ropa apolillada.

 

—Fue tu hermano quien le regaló esa arqueta —dijo inesperadamente la se?ora Higgler. Era la primera vez que mencionaba una de aquellas fantasías suyas de la noche anterior.

 

—Ojalá tuviera un hermano —dijo Gordo Charlie, y no se dio cuenta de que lo había dicho en alto hasta que la se?ora Higgler replicó:

 

—Ya te lo he dicho. Tienes un hermano.

 

—Muy bien —dijo él—, ?y dónde puedo encontrar a ese mítico hermano que tengo por ahí?

 

Más tarde se preguntaría qué le había impulsado a formular aquella pregunta. ?Lo había hecho para reírse de ella? ?Para provocarla? ?O, simplemente, porque sí? Fuera cual fuese el motivo, el caso es que se lo preguntó. La se?ora Higgler se mordió el labio y asintió con la cabeza.

 

—Tienes que saberlo. Es tu herencia. Tu propia sangre. —Se acercó a él y le hizo se?as con el dedo para que se acercara. Gordo Charlie se inclinó. Los labios de la anciana le hicieron cosquillas en la oreja mientras le susurraba—: Cuando lo necesites... díselo a...

 

—?Cómo?

 

—Digo —la se?ora Higgler volvió a hablar en voz alta— que cuando quieras verle, no tienes más que decírselo a una ara?a. él vendrá corriendo.

 

—?Que se lo diga a una ara?a?

 

—Eso es lo que he dicho. ?Crees que hablo por deporte? ?Para que mis pulmones hagan ejercicio? ?Nunca has oído hablar de la gente que habla con las abejas? Cuando yo era joven, en Saint Andrews, antes de que mi gente llegara aquí, íbamos a contarles a las abejas todas las cosas buenas que nos pasaban. Bueno, pues esto es lo mismo. Habla con una ara?a. Así es como yo le hacía llegar los recados a tu padre cuando desaparecía.

 

—Vale.

 

—No me digas ?vale? así.

 

—Así, ?cómo?

 

—Cómo si fuera una vieja loca que no sabe ni en qué día vive. ?Crees que no sé lo que me digo?

 

—Esto... No me cabe duda de que sabe perfectamente lo que dice. De verdad.

 

La se?ora Higgler no se quedó muy convencida. De hecho, no creyó ni por un momento que el chico lo hubiera dicho en serio. Cogió su taza de café de la mesa, la sujetó con ambas manos, y le miró con resentimiento. Gordo Charlie había sacado los pies del tiesto y la se?ora Higgler se iba a asegurar de ponerle otra vez en su sitio.

 

—Yo no tengo por qué hacer esto, ?sabes? —dijo—. No tengo por qué ayudarte. Sólo lo hago por tu padre, era alguien muy especial, y por tu madre, que era una buena mujer. Lo que te cuento es muy serio. Te estoy contando cosas realmente importantes. Deberías escucharme. Deberías creerme.

 

—La creo —afirmó Gordo Charlie con toda la convicción de que era capaz.

 

—No haces más que seguirle la corriente a una pobre vieja.

 

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