Mientras cruzaba la aldea, después de haber cargado toda la ma?ana con el cadáver de su abuela, pensó: ?Necesito un trago de whisky?. Así que se dirigió a la tienda, porque en aquella aldea había una tienda en la que se vendían todo tipo de cosas. El tendero era un hombre muy impaciente. Anansi entró y se bebió un vaso de whisky. Luego, bebió un poco más y pensó, ?voy a gastarle una broma a este tipo? y, entonces, fue y le dijo al tendero: ?Ve a llevarle un poco de whisky a mi abuela, que está durmiendo afuera, en la carretilla. A lo mejor tienes que despertarla, porque tiene un sue?o muy profundo?.
Así que el tendero se acercó a la carretilla con una botella y le dijo a la mujer que estaba allí tendida: ?Eh, aquí tienes tu whisky?, pero la anciana no le contestó. Y el tendero, cada vez más enfadado —porque era un hombre tremendamente impaciente—, le dijo: ?Levántese usted, se?ora, levántese y bébase el whisky de una vez?, pero ella no le respondió. Entonces, la mujer hizo algo que hacen los muertos a veces, cuando el día es muy caluroso: ventoseó ruidosamente. Bueno, el tendero se enfadó tanto con la anciana por soltarle una ventosidad en las narices, que le pegó y, luego, volvió a pegarle, y, después, le pegó por tercera vez y la mujer se cayó de la carretilla.
Anansi salió corriendo de la tienda y se puso a gemir y a llorar, y venga a lamentarse y a decir: ?Mi pobre abuela está muerta, ?mira lo que has hecho! ?Asesino! ?Criminal!?. Y entonces, el tendero le dijo a Anansi: ?No le cuentes a nadie lo que he hecho?, y fue y le regaló cinco botellas de whisky, y una bolsa de oro, y un saco lleno de plátanos, pi?as y mangos, para acallar sus lamentos y lograr que se marchara.
(Porque creía que había matado a la abuela de Anansi, ?entendéis?)
De modo que Anansi se marchó de allí con su carretilla y, al llegar a casa, enterró a su abuela bajo la higuera de Bengala.
Al día siguiente, el Tigre pasó por delante de la casa de Anansi y le llegó un olor a comida recién hecha. Así que entró en la choza y se encontró con que Anansi se estaba dando un banquete. Anansi, qué remedio, invitó al Tigre a compartir su mesa y su comida.
El Tigre le dijo: ?Hermano Anansi, ?de dónde has sacado toda esta comida tan deliciosa? Y no me mientas. ?De dónde has saca do esas botellas de whisky y esa gran bolsa llena de monedas de oro? Si me mientes, te arrancaré la garganta de un zarpazo?.
A lo que Anansi le contestó: ?A ti no puedo mentirte, hermano Tigre. Conseguí todas esas cosas por llevar a mi abuela a la ciudad en una carretilla. El tendero me regaló todo esto por llevarle a mi abuela muerta?.
Y entonces el Tigre, que ya no tenía abuelas, pero que sí tenía una esposa que, a su vez, tenía una madre, se fue a su casa y llamó a la madre de su mujer diciendo: ?Abuela, sal ahora mismo, que necesito hablar contigo?. Y la mujer salió, miró a su alrededor y le preguntó: ??De qué se trata??. Y el Tigre fue y la mató, a pesar de que sabía lo mucho que su esposa quería a su madre, y colocó el cadáver en una carretilla.
Entonces, puso a su suegra en la carretilla y se fue a la aldea. ??Quién quiere un cadáver? —voceó—. ?Quién quiere una abuela muerta?? Pero todos se burlaban de él, y se reían, hasta que se dieron cuenta de que estaba hablando en serio y de que no pensaba marcharse y, entonces, empezaron a tirarle fruta podrida hasta que consiguieron que el Tigre saliera corriendo.
No era la primera vez que Anansi dejaba en ridículo al Tigre, y tampoco iba a ser la última. La esposa del Tigre nunca permitió que olvidara el modo en que había asesinado a su madre. Algunos días, el Tigre pensaba que habría sido mejor no haber nacido.
Esta es una de las historias que se cuentan de Anansi.
Claro que todas las historias son de Anansi. Incluso ésta:
Anta?o —en los tiempos en que aún se oían las canciones que fueron cantando el mundo, cuando todavía estaban siendo cantados el firmamento, el arco iris y los océanos—, todos los animales querían tener historias que llevaran su nombre. En aquellos días, los animales —además de animales— eran personas y Anansi, la ara?a, los enga?aba a todos, sobre todo al Tigre, porque quería que todas las historias llevaran su nombre.
Los cuentos son como las ara?as, tienen largas patas, y como las telara?as, que enredan a los hombres pero resultan preciosas cuando las ves bajo una hoja con el rocío de la ma?ana, y, del mismo modo que los hilos de una telara?a, están todos conectados uno a uno.
?Qué decís? ?Queréis saber si Anansi tenía el aspecto de una ara?a? Pues claro que sí, excepto cuando tenía el aspecto de un hombre.
No, nunca cambiaba de forma. La cosa depende sólo de cómo cuentes el cuento. Eso es todo.
Capítulo Tercero
En el que se produce un reencuentro familiar
Gordo Charlie cogió el avión de vuelta a Inglaterra, su hogar; o, dadas las circunstancias, a lo único que de algún modo podía considerar su hogar.
Rosie le estaba esperando a la salida de la aduana y le vio llegar con su peque?a maleta y una gran caja de cartón cerrada con cinta de embalar. Le recibió con un gran abrazo.
—?Cómo ha ido todo? —le preguntó.
él se encogió de hombros.
—Podría haber sido peor.
—Bueno —replicó ella—, por lo menos ya no tienes que preocuparte de que venga a la boda y vuelva a avergonzarte.
—Sí, eso sí.
—Mi madre dice que deberíamos aplazar la boda unos meses en se?al de respeto.
—Lo que quiere tu madre es aplazar la boda. Ni más ni menos.