La criatura le respondió con una voz suave y mantecosa.
—Ho–la —dijo—. Ding–dong. Te pareces muchísimo a una cena.
—Soy Charles Nancy —dijo Charlie Nancy—. ?Quién eres tú?
—Soy un Dragón —dijo el Dragón—, y voy a devorarte lentamente de un solo bocado, hombrecillo con sombrero.
Charlie parpadeó. ??Qué haría mi padre? —se preguntó—. ?Qué habría hecho Ara?a?? No tenía la menor idea. ?Venga. Después de todo, Ara?a es algo así como una parte de mí mismo. Cualquier cosa que pueda hacer él, la puedo hacer yo.?
—Esto... Te aburre hablar conmigo y vas a dejar que siga mi camino tranquilamente —le dijo al Dragón, en el tono más convincente que pudo.
—?Caray! Buen intento. Pero me temo que no te voy a dejar marchar —le respondió el Dragón, con entusiasmo—. La verdad es que te voy a comer.
—No te asustarán las limas, ?verdad? —le preguntó Charlie, antes de recordar que le había dado la lima a Daisy.
La criatura se echó a reír con aire burlón.
—A mí —le dijo— no me asusta nada.
—?Nada?
—Nada.
—?Te asusta muchísimo nada? —le preguntó Gordo Charlie.
—Me da auténtico pavor —admitió el Dragón.
—Pues, ?sabes? —replicó Charlie—. Tengo los bolsillos llenos de nada. ?Quieres verla?
—No —respondió el Dragón, a rega?adientes—. No tengo el menor deseo de verla.
Hubo un batir de alas —grandes como velas— y Charlie se quedó solo en la playa.
—Esto —dijo— ha sido coser y cantar.
Siguió caminando. Se inventó una canción para amenizar el camino. Charlie siempre había querido inventar canciones, pero nunca se había decidido a hacerlo, básicamente porque estaba convencido de que si alguna vez se ponía a componer una canción, alguien acabaría pidiéndole que la cantara, y esa idea le seducía tanto como la de morir ahorcado. Ahora, cada vez le importaba menos, y fue cantándoles su canción a las luciérnagas, que le seguían monta?a arriba. Era una canción que hablaba de ir al encuentro de la Mujer Pájaro y de encontrar a su hermano. Esperaba que a las luciérnagas les estuviera gustando; su luz intermitente se encendía y se apagaba al ritmo de la música.
La Mujer Pájaro le estaba esperando en lo alto de la monta?a.
Charlie se quitó el sombrero y sacó la pluma que iba prendida en su cinta.
—Toma. Me parece que esto es tuyo.
Ella no hizo ademán de coger la pluma.
—Ya no hay trato —dijo Charlie—. Te he traído tu pluma y quiero a mi hermano. Tú te lo llevaste. Quiero que me lo devuelvas. No tenía derecho a entregarte la sangre de Anansi.
—?Y qué pasa si yo ya no tengo a tu hermano?
A la luz de las luciérnagas era difícil estar seguro, pero a Charlie le pareció que no había movido los labios. Las palabras de la Mujer Pájaro le envolvían con las voces del chotacabras y los búhos.
—Quiero recuperar a mi hermano —le dijo—. Lo quiero de una sola pieza e indemne. Y lo quiero ahora mismo. O fuera lo que fuese lo que ocurrió entre mi padre y tú no habrá sido más que el preludio. Ya me entiendes. La obertura.
Era la primera vez en su vida que amenazaba a alguien. No tenía la menor idea de cómo iba a cumplir su amenaza, pero no le cabía duda de que la cumpliría.
—Lo tenía —respondió ella con la distante voz del ave–toro—, pero lo dejé, después de arrancarle la lengua, en el mundo del Tigre. Yo no sería capaz de hacer da?o a un descendiente de tu padre. El Tigre sí, una vez recuperado su antiguo valor.
Un silencio. Las ranas y los pájaros nocturnos se quedaron completamente callados. La mujer le miraba impasible, su rostro casi formaba parte de las sombras. Se metió la mano en el bolsillo de su gabardina.
—Dame la pluma —le dijo.
Charlie se la dejó en la palma de la mano.
Se sintió más ligero, como si se hubiera desembarazado de algo más que de una vieja pluma...
Entonces, la mujer le puso algo en la mano: algo frío y húmedo. Al tacto, parecía un pedazo de carne, y Charlie tuvo que contenerse para no tirarlo.
—Devuélvesela —dijo, con la voz de la noche—. Ahora ya no tengo nada en su contra.
—?Cómo se va al mundo del Tigre?
—?Cómo llegaste hasta aquí? —le preguntó, casi con sorna, y se hizo completamente de noche, y Charlie se quedó otra vez solo en la monta?a.
Abrió la mano y miró el pedazo de carne que le había dado la Mujer Pájaro, era blando y rugoso. Parecía una lengua, y sabía de quién debía de ser.