—No está enamorada de mí —dijo Charlie—. Y ahora, voy a cepillarme los dientes y a cambiarme de camisa, así que te agradecería que me dejaras a solas.
—También deberías darte una ducha —dijo— y ese sombrero huele a tabaco.
—Es una reliquia familiar —le explicó, y se encerró en el ba?o para darse una ducha.
El hospital estaba a unos diez minutos del hotel, y Ara?a estaba sentado en la sala de espera, con un sobado ejemplar del Entertainment Weekly en las manos, como si estuviera leyéndolo.
Charlie le dio un toque en el hombro, y Ara?a dio un brinco. Levantó la vista con recelo, pero se relajó un poco al ver que era su hermano, aunque no del todo.
—Me dijeron que esperara aquí —le dijo Ara?a—, porque no soy pariente suyo ni nada.
Charlie se quedó atónito.
—Bueno, ?y por qué no les dijiste que eras un pariente? ?O su médico?
Ara?a parecía incómodo.
—Bueno, es fácil hacer una cosa así cuando te da igual. Si me diera igual entrar o no, habría entrado sin la menor dificultad. Pero ahora sí me importa, no me gustaría estorbar ni cometer un error, y ?qué pasaría si lo intentara y me dijeran que no y entonces...? ?Por qué sonríes de esa manera?
—Por nada —respondió Gordo Charlie—, es sólo que me suena bastante familiar eso que dices. Venga. Vamos a buscar a Rosie. ?Sabes? —le dijo a Daisy, según se metían por el primer pasillo que encontraron—: hay dos formas de poder moverse libremente por un hospital. O finges que trabajas en él (ahí tienes, Ara?a. Esa bata blanca que hay detrás de la puerta es de tu talla. Póntela), o finges que estás tan desorientado que nadie se quejará de tu presencia. Simplemente, dejarán que otro se encargue de llamarte la atención.
Charlie empezó a tararear.
—?Qué es eso que cantas? —le preguntó Daisy.
—Se titula Pájaro Amarillo —respondió Ara?a.
Charlie se echó el sombrero hacia atrás y entraron en la habitación de Rosie.
Rosie estaba sentada en la cama, leyendo una revista, con cara de preocupación. Cuando los vio entrar, se preocupó aún más. Miró alternativamente a Ara?a y a Charlie.
—Estáis muy lejos de casa —les dijo.
—Todos estamos muy lejos de casa —respondió Charlie—. Bien, a Ara?a ya le conoces. Esta es Daisy, es policía.
—De eso ya no estoy muy segura —replicó Daisy—. Creo que me he metido en un montón de líos.
—?Eres la chica que estuvo allí anoche? ?La que llevó allí a la policía de la isla? —Rosie hizo una pausa. Y continuó—: ?Se sabe algo de Grahame Coats?
—Está en cuidados intensivos, igual que tu madre.
—Pues, si ella sale de allí antes que él —dijo Rosie—, espero que lo mate. No quieren decirme cómo se encuentra mi madre. Sólo me han dicho que está muy grave, y que me informarán tan pronto como haya alguna novedad. —Miró a Charlie—. No es tan mala como tú crees, de verdad. No cuando llegas a conocerla un poco mejor. Mientras estuvimos allí encerradas, a oscuras, tuvimos mucho tiempo para hablar. Es buena gente.
Se sonó la nariz. Luego, continuó:
—No creen que vaya a salvarse. No me lo han dicho abiertamente, pero es lo que deduzco del hecho de que no quieran decirme nada. Es curioso. Siempre pensé que sería capaz de sobrevivir a cualquier cosa.
—Yo también —le dijo Charlie—. Incluso llegué a pensar que, si estallaba una guerra nuclear, no quedarían más que unas cuantas cucarachas radiactivas y tu madre.
Daisy le dio un pisotón.
—?Saben algo más sobre qué fue lo que la atacó? —preguntó Daisy.
—Les dije —respondió Rosie— que en la casa había un animal. Quizá no fuera más que Grahame Coats. Quiero decir que era un poco como él, pero tampoco era exactamente él. Mi madre lo apartó de mí, y entonces fue a por ella... —se lo había explicado lo mejor que había podido a la policía, aquella misma ma?ana. Había decidido no decir nada del fantasma de aquella mujer. A veces, cuando estás sometido a una presión excesiva, la mente te juega una mala pasada, y creía que sería mejor que la gente no supiera que eso era exactamente lo que le había sucedido.
Rosie dejó de hablar. Estaba mirando fijamente a Ara?a, como si acabara de recordar quién era.
—Todavía te odio —le dijo—, ?sabes?
Ara?a no dijo nada, pero su expresión indicaba lo mal que se sentía, y ya no parecía un médico: ahora parecía un hombre que había cogido una bata blanca de detrás de una puerta y parecía preocupado de que alguien le pillara. La voz de Rosie adquirió un tono diferente, como si estuviera hablando en sue?os.
—Sólo —dijo—, sólo que cuando estaba allí encerrada, tuve la impresión de que me estabas ayudando. De que estabas manteniendo a aquel animal lejos de mí. ?Qué te ha pasado en la cara? La tienes llena de ara?azos.
—Un animal me ara?ó —respondió Ara?a.
—?Sabéis? —dijo Rosie—, ahora que os veo a los dos juntos, no os parecéis en nada.