La se?ora Higgler le miró. Tras los gruesos cristales de sus gafas, sus ojos empezaron a brillar.
—Conozco esa historia —dijo—. Ocurrió mientras cantabas. Frente a un público. —Sacudió la cabeza con esa expresión que adoptan los viejos cuando se ponen a pensar en la inconsciencia de los jóvenes. Abrió su bolso, sacó un sobre y se lo dio a Gordo Charlie—. Le prometí a Louella que la pondría a buen recaudo.
Gordo Charlie sacó la pluma del sobre, estaba un poco chafada, tal como había aparecido en su mano la noche de la sesión de espiritismo.
—Vale —dijo—. Ya tengo la pluma. Genial. Y ahora, ?qué se supone que debo hacer con ella?
—?No lo sabes?
De peque?o, su madre le había dicho a Gordo Charlie que contara hasta diez antes de perder la calma. Empezó a contar, mentalmente y sin prisas, hasta llegar a diez, y entonces perdió la calma.
—?Pues claro que no sé qué hacer con ella, maldita vieja estúpida! En las últimas dos semanas he sido arrestado, he perdido a mi novia y también mi trabajo, he visto cómo un muro de pájaros devoraba a mi hermano semi imaginario en Piccadilly Circus, he cruzado el Atlántico una y otra vez como una pelota de pimpón, y hoy he tenido que subirme a un escenario y cantar frente a un público porque el psicópata de mi ex jefe tenía el ca?ón de su pistola pegado al estómago de la chica con la que yo estaba cenando. Lo único que pretendo es resolver este caos en el que se ha convertido mi vida desde el momento en que usted me sugirió que tal vez estaría bien que hablara con mi hermano. De modo que no, no sé qué es lo que debo hacer ahora con esta puta pluma. ?La quemo? ?La pico bien picadita y me la como? ?Me hago un nido con ella? ?La sostengo frente a mí con una mano y me tiro por la ventana?
La se?ora Higgler parecía dolida.
—Tendrás que preguntárselo a Louella Dunwiddy.
—No estoy seguro de poder hacerlo. No tenía muy buen aspecto la última vez que la vi. Y no disponemos de mucho tiempo.
—Genial —dijo Daisy—. Ya has recuperado tu pluma. Y ahora, ?podemos hablar ya de Grahame Coats?
—No es sólo una pluma. Es la pluma a cambio de la cual entregué a mi hermano.
—Pues canjéalo otra vez, y sigamos con el otro asunto. Tenemos que hacer algo.
—No es tan sencillo como eso —le dijo Gordo Charlie. Entonces, hizo una pausa, y pensó en lo que él había dicho y en lo que ella había dicho. Miró a Daisy con admiración—. Dios, pero mira que eres lista.
—Se hace lo que se puede —respondió—. ?Qué es lo que he dicho?
No tenían cuatro ancianitas, pero tenían a la se?ora Higgler, a Benjamin y a Daisy. Estaban a punto de cerrar el restaurante, así que Clarissa, la ma?tre, se prestó también de buena gana. No tenían tierras de cuatro colores diferentes, pero tenían la blanca arena de la playa que estaba detrás del hotel y tierra negra del parterre que había a la entrada, barro rojo en un lateral del jardín y arena multicolor en los tubos de cristal que se vendían en la tienda de regalos. Las velas que cogieron prestadas del bar de la piscina no eran altas y negras, sino chatas y blancas. La se?ora Higgler les aseguró que podía encontrar todas las hierbas necesarias en la isla, pero Gordo Charlie y Clarissa entraron en la cocina y se hicieron con un saquito de bouquet garni.
—Creo que no es más que una cuestión de confianza —le explicó Gordo Charlie—. Lo importante no son los detalles, sino el crear una atmósfera mágica.
No ayudaba mucho a crear esa atmósfera mágica el que a Benjamin Higgler se le escapara una risita tonta cada vez que echaba un vistazo en torno a la mesa, ni los reiterados comentarios de Daisy sobre lo increíblemente estúpida que resultaba toda aquella parafernalia.
La se?ora Higgler esparció el bouquet garni sobre un cuenco en el que habían vertido los restos de una botella de vino blanco.
La se?ora Higgler empezó a murmurar. Alzó las manos a modo de invitación, y los demás se pusieron a murmurar con ella; parecían abejas beodas. Gordo Charlie se mantuvo a la espera de que algo sucediera.
Nada.
—Gordo Charlie —dijo la se?ora Higgler—, murmura tú también.
Gordo Charlie tragó saliva. No había nada que temer, se dijo: había cantado en un escenario en una sala llena de gente; le había propuesto matrimonio a una mujer a la que apenas conocía delante de esa misma gente. Murmurar sería pan comido.
Cogió el tono de la se?ora Higgler y dejó vibrar sus cuerdas vocales del mismo modo...
Benjamin dejó de reírse. Tenía los ojos como platos. En su cara había una expresión de alarma, y Gordo Charlie estuvo a punto de parar para averiguar qué le inquietaba, pero ya había interiorizado el cántico y la llama de las velas empezaba a parpadear...
—?Miradle! —exclamó Benjamin—. Está...
Y Gordo Charlie se habría preguntado cómo estaba, pero ya era demasiado tarde para hacerse preguntas.