Los Hijos de Anansi

—Ha llegado Barbazul —dijo la madre de Rosie.

 

—Lo sé. Ya lo he oído —replicó Rosie—. Sigo sin tener miedo.

 

La gente no paraba de darle palmaditas en la espalda a Gordo Charlie, todos le invitaban a exóticos cócteles con sombrillas de papel; además, tenía ya cinco tarjetas de otros tantos profesionales vinculados al mundillo musical que habían venido a la isla para asistir al festival.

 

La gente le sonreía desde cada rincón de la sala. Tenía un brazo alrededor de Daisy: percibía el temblor de su cuerpo. Ella le habló al oído:

 

—Estás como una cabra, ?lo sabías?

 

—Ha funcionado, ?no?

 

Daisy le miró.

 

—Eres una caja de sorpresas.

 

—Vámonos —replicó él—. Aún no hemos acabado aquí.

 

Se abrió camino hasta donde estaba la ma?tre.

 

—Disculpe... Antes he visto a una se?ora desde el escenario. Entró y se sirvió café de una cafetera que hay ahí atrás, junto a la barra. ?Sabe usted dónde puede estar?

 

La ma?tre parpadeó y se encogió de hombros.

 

—No sabría decirle...

 

—Sí, sí que lo sabe —replicó Gordo Charlie. Se sentía seguro e inteligente. Sabía que no tardaría en volver a sentirse como siempre, pero había cantado para un montón de gente y se lo había pasado bien. Lo había hecho en un intento de salvar la vida de Daisy, y la suya propia, y lo había conseguido—. Hablaremos más tranquilos ahí afuera.

 

Había sido la canción. Mientras cantaba, había empezado a verlo todo perfectamente claro. Y seguía viéndolo aún igual de claro. Se dirigió al pasillo, y Daisy y la ma?tre le siguieron.

 

—?Cómo se llama usted? —le preguntó a la ma?tre.

 

—Clarissa.

 

—Hola, Clarissa. ?Cuál es tu apellido?

 

—Charlie, ?no crees que deberíamos llamar a la policía? —le dijo Daisy.

 

—Espera un segundo. Clarissa, ?qué más?

 

—Higgler.

 

—?Y qué parentesco tienes con Benjamin, el conserje?

 

—Es mi hermano.

 

—?Y qué parentesco tenéis con la se?ora Higgler? ?Con Callyanne Higgler?

 

—Son sobrinos míos, Gordo Charlie —respondió la se?ora Higgler, desde la puerta—. Y ahora, será mejor que le hagas caso a tu novia y llames a la policía. ?No te parece?

 

Ara?a se sentó junto al arroyo en el borde del barranco, de espaldas a la monta?a y con un montón de piedras delante de él. De repente, un hombre salió trotando de entre la hierba. No llevaba más que un taparrabos de piel de color arena a la cintura, y por detrás le colgaba un rabo; llevaba un collar hecho de colmillos blancos y afilados. Su cabello era negro y largo. Caminó hacia Ara?a con aire indiferente, como si hubiera salido de buena ma?ana a dar un paseo y la presencia de Ara?a fuera una agradable sorpresa.

 

Ara?a cogió una piedra del tama?o de un pomelo y la sopesó en la palma de una mano.

 

—Hola, hijo de Anansi —le saludó el extra?o—. Pasaba por aquí y te vi, así que he decidido acercarme a ver si puedo ayudarte en algo. —Tenía la nariz torcida y amoratada.

 

Ara?a negó con la cabeza. Echaba de menos su lengua.

 

—Al verte aquí, me he puesto a pensar ?pobre hijo de Anansi, debe de tener mucha hambre?. —El extra?o sonreía demasiado—. Toma. Hay suficiente para los dos. —Llevaba un saco al hombro, lo abrió y, con la mano derecha, sacó un cordero con el rabo negro que parecía recién cazado. Lo tenía sujeto por el cuello. Llevaba la cabeza colgando—. Tu padre y yo comimos juntos en más de una ocasión. ?Hay algún motivo por el que tú y yo no podamos hacer lo mismo? Si te encargas de encender el fuego, yo limpiaré el cordero y haré un espetón para asarlo. ?No se te hace la boca agua sólo de pensarlo?

 

Ara?a estaba mareado de tanta hambre como tenía. Si hubiera tenido lengua, a lo mejor le habría contestado que sí, seguro de poder arreglárselas para salir de cualquier posible aprieto por medio de la palabra; pero no tenía lengua. Con la mano izquierda, cogió otra piedra.

 

—Démonos un banquete y seamos amigos; así evitaremos futuros malentendidos —dijo el extra?o.

 

?Y el buitre y el cuervo reba?arán mis huesos?, pensó Ara?a.

 

El extranjero dio un paso más hacia donde estaba Ara?a, que decidió que aquél era su momento para tirar la primera piedra. Tenía buena puntería y un brazo muy fuerte, y la piedra fue a dar exactamente donde él quería dar, en el brazo derecho del extra?o: soltó el cordero. La segunda piedra acertó a dar en la sien del extra?o. —Ara?a había apuntado justo entre sus separados ojos, pero se había movido justo cuando la lanzaba.

 

El extra?o salió corriendo y brincando, con la cola bien tiesa a su espalda. Al correr, parecía a veces un hombre y a veces un animal.

 

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