—Yo nunca... —dijo Gordo Charlie, pero al ver la mirada de Grahame Coats, cerró la boca.
—Os creíais tan listos —dijo Grahame Coats—, que todos pensasteis que me tragaría cualquier cosa. Por eso enviaste a las otras dos de avanzadilla, ?verdad? ?Las dos que tengo en casa? ?De verdad pensabas que me iba a creer lo del crucero? Hay que madrugar mucho para marcarme un tanto, ?te enteras? ?A quién más se lo has dicho? ?Quién más lo sabe?
—No sé muy bien de qué estás hablando, Grahame —dijo Daisy.
La cantante estaba llegando al final de Some of These Days: tenía una voz aterciopelada y rica en matices, y les envolvía como un manto de terciopelo.
Some ofthese days
You're going to miss me honey
Some of these days
You're gonna be so lonely
You'll miss my huggin'
You'll miss my kissin'...
—Ahora, vas a pagar la cuenta —dijo Grahame—, y yo os escoltaré a ti y a la dama hasta mi coche. Iremos a mi casa para hablar tranquilamente. Una tontería, y os mato. Capiche? (sic.)
Gordo Charlie capichió. También capichió quién iba al volante del Mercedes negro y lo cerca que había estado de morir esa misma tarde. Estaba empezando a capichar que Grahame Coats estaba peligrosamente perturbado y que había muy pocas probabilidades de que, tanto Daisy como él, salieran de esto con vida.
La cantante terminó su canción. La gente de las otras mesas aplaudió. Gordo Charlie seguía teniendo las manos sobre la mesa, con las palmas hacia abajo. Se quedó mirando a la cantante por encima del hombro de Grahame Coats y, con el ojo que Grahame Coats no podía ver, le hizo un gui?o. La mujer estaba cansada de que la gente rehusara su mirada, así que agradeció sinceramente el gui?o de Gordo Charlie.
—Grahame, obviamente, yo he venido aquí por ti, pero Charlie sólo... —Se interrumpió y puso esa cara que pone la gente cuando alguien le clava el ca?ón de una pistola en el estómago.
—Escuchadme bien. Por el bien de todos estos testigos inocentes aquí reunidos, fingiremos que somos buenos amigos. Voy a guardarme la pistola en el bolsillo, pero seguiré apuntándoos. Vamos a levantarnos. Vamos a meternos en mi coche. Y yo...
Se interrumpió en mitad de la frase. Una mujer con un vestido rojo y ce?ido y un micrófono en la mano venía directamente hacia su mesa, en sus labios había una amplia sonrisa. Se dirigía a Gordo Charlie.
—?Cuál es su nombre, caballero? —le preguntó, y le puso el micrófono delante.
—Charlie Nancy —respondió él. Hablaba con voz entrecortada y temerosa.
—?Y de dónde es usted, Charlie?
—Soy inglés. Y también estos amigos. Los tres somos ingleses.
—?Y a qué se dedica usted, Charlie?
Todo se ralentizó. Era como tirarse de cabeza desde lo alto de un acantilado. Era su única posibilidad de escapar. Respiró hondo y lo dijo.
—Estoy reorientando mi carrera —dijo—, pero en realidad, soy cantante. Canto. Igual que usted.
—?Como yo? ?Qué tipo de música suele cantar?
Gordo Charlie tragó saliva.
—?Qué le gustaría escuchar?
La cantante se volvió hacia los compa?eros de mesa de Gordo Charlie.
—?Creen que podríamos convencerle para que nos cantara algo? —preguntó, moviendo el micrófono.
—Pues... No lo creo. No. Imposible —respondió Grahame Coats.
Daisy se encogió de hombros, sin apartar las manos de la mesa.
La mujer del vestido rojo se volvió hacia el público presente en la sala.
—Y ustedes, ?qué opinan? —les preguntó.
La gente de las otras mesas respondió con un conato de aplauso, y los camareros trataron de animar la cosa aplaudiendo con entusiasmo. El barman gritó:
—?Cántese algo!
La cantante se inclinó sobre Gordo Charlie, tapó el micro, y le dijo:
—Será mejor que cantes alguna pieza que los músicos conozcan.
—?Saben la de Under the Boardwalk? —le preguntó Gordo Charlie.
Ella asintió, anunció la pieza y le pasó el micrófono.
La orquesta empezó a tocar. La cantante acompa?ó a Gordo Charlie hasta el peque?o escenario. El corazón estaba a punto de salírsele del pecho.
Gordo Charlie empezó a cantar, y el público le escuchó.
Sólo pretendía ganar un poco de tiempo, pero se sentía muy cómodo. Nadie le tiraba cosas. De repente, sintió que tenía sitio suficiente en la cabeza para pensar. Era consciente de todas y cada una de las personas que había en aquella sala: tanto de los turistas como de los camareros, y de los que estaban en el bar. Desde allí podía verlo todo: veía al barman preparando un cóctel, y a la anciana del fondo sirviéndose café en una enorme taza de plástico. Seguía estando aterrado, y furioso, pero cogió su terror y su furia y los volcó en la canción que estaba interpretando, e hizo que todo se convirtiera en una canción que hablaba de tranquilidad y de amor. Mientras cantaba, se puso a pensar.
??Qué haría Ara?a si estuviera en mi lugar? ?Qué haría mi padre??