Era por la tarde, y la luz que entraba por la ventana iluminaba toda la cocina mientras yo, apesadumbrada y cansada, me dedicaba a comer cereales en un bol resquebrajado en el sitio en el que me había sentado siempre. Hechizos afortunados. No sabía qué me resultaba más inquietante, la posibilidad de que la caja fuera la misma de la última vez que había desayunado allí, o la de que no lo fuera.
En ese momento dirigí la mirada al montón de periódicos sensacionalistas del supermercado, que eran la delicia de mi madre, y extraje uno de ellos al descubrir un titular que decía: ?Una mujer descubre arena de gato en la urna de su hermana gemela?. Más abajo se leía un breve artículo donde se contaba, con todo tipo de florituras, la historia del robo de los cadáveres de Cincy y de cómo los cuerpos habían desaparecido de nuevo a ambos lados del río. Yo fruncí el ce?o. Había una sola razón por la cual los cuerpos cremados se remplazaban con arena de gato, y era que las cenizas servían para evitar que los demonios aparecieran donde no debían como, por ejemplo, fuera del círculo. Normalmente yo no me molestaba en hacerlo pues, por lo general, eran los demonios los que irrumpían en mi vida y no a la inversa.
El recuerdo de Al me indujo a agarrar el bolso que estaba al otro lado de la mesa. No le había dado ninguna explicación a mi madre de porqué me había presentado allí y me había quedado dormida, completamente exhausta, sobre la vieja colcha de mi cama. El miedo que me había producido la idea de poder estar atada había dado paso a la depresión, y estaba empezando a perdonar a Jenks por haber borrado el incidente de mi memoria. Había hecho lo correcto. Podía imaginarme perfectamente el estado en que me había encontrado y ha-berme hecho olvidar probablemente me había salvado la vida. Una bruja con una cicatriz de vampiro no podía hacer frente a un no muerto. Ivy se encargaría de encontrar al asesino de Kisten y yo me ocuparía de los demonios.
Tras rebuscar en el bolso, saqué el teléfono y miré la pantalla. Había llamado a Jenks al despertarme para preguntarle por Ivy. Según me había contado, estaba deprimida, algo bastante comprensible. No tenía ningunas ganas de volver a la iglesia e intentar arreglar las cosas. No sabía lo que le iba a decir. A pesar de todo, me alegraba saber que seguía allí. Tal vez lo mejor que podíamos hacer era ignorar que me había hecho cuatro nuevos agujeros en el cuello y que yo me había caído redonda al suelo convencida de que estaba atada al asesino de Kisten. Entonces suspiré y comprobé la hora.
Eran las tres y pico y todavía no había recibido ninguna llamada ni de Glenn ni de David. Sabía que a Glenn no le habría hecho ninguna gracia que le diera la lata, pero seguro que a David no le importaba.
Mientras repasaba mi breve lista de contactos en busca del número de David, escuché el tictac el reloj de encima del fregadero. Robbie y yo lo habíamos comprado hacía siglos para el día de la madre, cuando todavía pensábamos que la bruja de ojos saltones que salía y entraba puntualmente cada hora era superguay. Una parte de la pintura de la escoba se había desconchado el día que se cayó, y yo me preguntaba por qué lo había conservado. No podía ser más horroroso.
En el momento en que David descolgó y me llenó el oído con un saludo lleno de seguridad, volví a concentrarme en el teléfono.
—?Hola, David! —respondí—. ?Todavía no tienes nada?
Tras vacilar unos instantes, respondió:
—?No te lo ha dicho tu madre?
?Cómo sabe que estoy en casa de mi madre?
—Ummm… la verdad es que no —acerté a decir—. ?Y tú cómo sabes que estoy en su casa?
David soltó una carcajada.
—Te llamé al móvil mientras dormías y respondió ella. Estuvimos charlando un buen rato. Tu madre es… diferente.
Diferente. Desde luego la forma de definirla no podía ser más políticamente correcta.
—Gracias —respondí secamente—. Imagino que esta tarde no vamos a salir —dije dando por hecho que, en caso contrario, ella me habría despertado. O tal vez no.
—Estoy en la oficina y tengo la reclamación justo delante —dijo mientras se oía cómo revolvía los papeles—. He hablado con la mujer, pero no he con-seguido concertar una cita hasta ma?ana a las dos. —Tras unos segundos de vacilación a?adió—: Lo siento. Sé que querías resolverlo hoy, pero he hecho todo lo que he podido.
Yo suspiré y volví a mirar el reloj. La idea de tener que pasar una noche más escondida en la iglesia me apetecía tanto como pintarle las u?as de los pies a Trent. Además, me sería imposible evitar a Ivy.
—Ma?ana a las dos es perfecto —respondí pensando que tendría que apro-vechar el tiempo que faltaba abasteciendo mi armario de hechizos para un ataque contra brujos negros. No obstante, tendría que trasladarlo todo a la zona consagrada. ?Menudo ca?azo!
—Gracias, David —a?adí cuando recordé que estábamos en medio de una conversación—. Estoy convencida de que son ellos.
—Yo también. Pasaré a recogerte ma?ana a la una. Y ponte mona ?vale? —sugirió con voz divertida—. No pienso llevarte conmigo si vuelves a ves-tirte de cuero.
Yo arrugué la frente.