Fuera de la ley

él aterrizó en el suelo, colocándose entre mis pies, y alzó la vista.

 

—?Te ha mordido! —dijo haciendo que sus chispas plateadas se mezclaran con las motas de olvido que intentaban abrirse paso a través de mi conciencia—. ?Te dije que no estaba preparada! ?Por qué nadie me hace caso?

 

—Sí, me ha mordido —admití mientras las cosas empezaban a cobrar sen-tido—. Pero yo deseaba que lo hiciera, joder. Además, esto no es asunto tuyo, peque?o mentiroso alado.

 

Agitaba las alas con furia, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta cuando vio la expresión de mi rostro. Entonces echó a volar, súbitamente inseguro, y yo alcé la cabeza y lo seguí con la mirada.

 

—El asesino de Kisten también me mordió —dije. él palideció, dirigiéndose hacia la encimera y alejándose de mi alcance—. Lo he recordado —a?adí reu-niendo fuerzas para erguirme y quedarme mirando sus muestras de culpabi-lidad—. El vampiro intentó atarme y creo que tú lo sabías. Ya puedes empezar a largarlo todo, pixie.

 

No puedo seguir haciendo esto. Estoy jugando con fuego, y tengo que parar.

 

Jenks salió disparado dejando tras de sí una estela de polvo. Keasley, por su parte, agitó los pies descalzos dentro de sus zapatillas de lona, y yo me levanté, furiosa y casi fuera de mí por la frustración. Al ver a Ivy en el suelo, apreté los dientes intentando no echarme a llorar. Estaba hecha un lío. Seguidamente me agarré el hombro derecho y lo estrujé hasta que empezó a dolerme, con el recuerdo de la muerte Kisten pesando sobre mí. Esto no es justo. ?Maldita sea! No es justo.

 

—?Tú estabas allí, Jenks! —dije pasándome la mano por la cara para quitarme el pelo de los ojos—. Dijiste que no te habías separado de mí en toda la noche. ?Quién me mordió? ?Quién me dio la poción para olvidar? —En ese momento miré a Keasley, sintiendo un nudo en la garganta debido a la rabia por haber sido traicionada—. ?Fuiste tú? —le grité. El anciano sacudió la cabeza con una expresión tan triste que no tuve más remedio que creerle.

 

—Rache —farfulló, haciendo que me concentrara en él mientras regresaba a la encimera—. No vayas por ahí. Estabas desquiciada. Ibas a hacerte da?o a ti misma. Si no lo hubiera hecho, estarías muerta.

 

Mis labios se entreabrieron e intenté respirar. ?Jenks me había dado la poción?

 

Me sentía como si fuera a desmayarme de nuevo. Entonces me di la vuelta y volqué sobre Ivy la tinaja de agua con sal. Keasley retiró sus gastadas zapa-tillas mientras yo la derramaba sobre su cabeza calándola hasta los huesos. Sin embargo, mientras ella recobraba el conocimiento, escupiendo, yo no aparté la mirada de Jenks.

 

—Estabas allí —repetí buscando una rápida reacción de Ivy, que intentaba alzarse detrás de mí—. Dijiste que habías estado conmigo toda la noche. Estabas allí cuando el asesino de Kisten me mordió. ?Dime quién lo hizo! —le grité con tal fuerza que me dolió la garganta.

 

El corazón me latía rápido mientras me colocaba justo encima de Jenks. Estaba furiosa. Asustada. Aterrorizada ante la posibilidad de que me pudiera revelar que había sido Ivy. Quizá sí que estaba atada, y no percibía el olor porque había sido ella. ?Sería esa la razón por la que me había entregado a ella minutos antes?

 

?Oh, Dios! Por favor, no.

 

Jenks agitaba las alas con tal fuerza que se habían vuelto borrosas, pero no se movió, mirándonos alternativamente a Ivy y a mí mientras nos aproximábamos amenazadoramente. Tenía los calcetines empapados de agua salada y pude oír la rabia y la frustración de Ivy por el hecho de que mi magia la hubiera dejado inconsciente. Pero no había sido yo, sino Jenks.

 

—?No lo sé! —aulló cuando Ivy golpeó la encimera de acero inoxidable con la palma de la mano y una gota de agua salada le salpicó las alas—. Cuando te alcancé, Kisten estaba muerto, realmente muerto —dijo con expresión avergon-zada—. Nunca vi a su asesino. Lo siento, Rachel. No sabía qué hacer. Estabas gritando y llorando. Habías perdido por completo la razón. Dijiste que Kisten había mordido a su asesino para que sus sangres se mezclaran y que ambos murieran para siempre.

 

Ivy soltó un gru?ido y se dio la vuelta, y yo le puse una mano sobre el hombro sin dejar de mirar a Jenks.

 

—Pero no funcionó —dijo Jenks mirándonos a ambas—, porque Kisten no llevaba suficiente tiempo muerto, de manera que solo murió él. Tú querías ir detrás de aquel cabrón para asegurarte de que estaba muerto. Rache, no habrías sobrevivido, aunque el vampiro estuviera casi muerto. Te había mordido. No se puede hacer frente a un vampiro muerto.

 

Kim Harrison's books