Yo me solté de ella y sus dientes se deslizaron por mi piel como un rastrillo, haciendo que unos inesperados jirones de hielo penetraran en mis huesos. Entonces abrió los ojos de golpe, asustada.
—Yo… yo… —farfulló. Ella también lo sentía, pero parecía desconcertada. Con una brusca inhalación, me apretó con más fuerza. Yo podía notar cómo los extremos de nuestras auras se fundían, pero había algo más, bailando fuera de mi alcance.
—Tómala —musité, y su boca entró de nuevo en contacto con mi cuello. En aquel momento solté un grito ahogado y la agarré con más fuerza para que no se retirara. Entonces sintió cómo el calor de mi sangre penetraba en su boca y absorbió de nuevo. Yo inspiré profundamente. Me costaba respirar y necesitaba mantener el control. La apreté con más fuerza intentando no venirme abajo. ?No iba a permitir que se echara todo a perder por mi culpa!
Sentía un agradable cosquilleo en todas las zonas de mi piel, en las zonas en que mi aura tocaba la suya, y las diferentes descargas se introducían en ella como el agua en la arena mientras la energía de mi alma resbalaba en su inte-rior ba?ando todo su ser. Las feromonas vampíricas eran como una sensación líquida recorriendo mi cuerpo y prendiéndole fuego. Estaba sucediendo algo con nuestras auras y me daba cuenta de que, cuanto más me entregaba a Ivy, más fuerte se volvía.
Esto, pensé sintiendo cómo su aura se deslizaba en la mía mientras me en-tregaba voluntariamente y sin miedo. Puedo darte esto.
Y como agua atravesando la arena, nuestras auras se fundieron.
Aquella sensación me hizo dar un grito ahogado. Entonces se retiró y sus colmillos se deslizaron por mi cuello. De no ser porque la tenía agarrada, se hubiera caído al suelo. Con los ojos muy abiertos, me puse rígida. Nuestras auras no solo se estaban mezclando, se habían convertido en una sola. Tenía-mos una única aura. En estado de choque, no hice nada cuando una lluvia de endorfinas se derramó en mi interior, en nuestro interior. Cada célula cantaba con la liberación. La oleada de energía de nuestras auras uniéndose resonó en nuestras almas como un repique de campanas.
Mis dedos resbalaron e Ivy se apartó, tambaleándose, y se dejó caer sobre la mesa. Yo relajé la cabeza cuando sentí que me soltaba.
—?Dios mío! —farfullé. Seguidamente, con una excepcional sensación de que nos estuviéramos dividiendo, nuestras auras se separaron. Se había acabado.
Yo di una boqueada y me derrumbé sobre la encimera. Mis músculos tenían dificultad para mantenerme en pie y los brazos me temblaban.
—?Qué demonios ha sido eso? —pregunté intentando recobrar el aliento. Indecisa entre echarme a reír por lo que acababa de pasar o indignarme por el tiempo que habíamos tardado en conseguirlo, levanté la cabeza. Ivy tenía que explicarme algunas cosas. No sabía que las auras podían hacer eso.
Pero me quedé paralizada cuando vi que estaba agazapada junto a la puerta, iluminada por la fría y apacible luz azul que penetraba a través de las cortinas. Tenía los ojos negros y me miraba fijamente con una fuerza depredadora.
Mierda. Yo me encontraba bien, pero Ivy había perdido el control.
13.
—?Ivy! —grité. El miedo se apoderó de mí y di marcha atrás. Ivy se movió cuando yo lo hice, con la mirada perdida. No entendía nada. Lo habíamos con-seguido. ?Maldita sea! ?Lo habíamos conseguido!
No obstante, ella venía a por mí, en silencio y con el claro propósito de matarme. ?Qué demonios había ocurrido? Estaba bien y, de repente… ya no lo estaba.
Levanté el brazo en el último momento y le golpeé en el lateral de la mano justo cuando estaba a punto de alcanzarme. Ivy se giró y me agarró la mu?eca. Apenas tuve tiempo para gritar cuando tiró con fuerza de mí haciéndome perder el equilibrio. Entonces me caí.
Ella mostró intención de arrodillarse sobre una pierna y yo eché a rodar. Me había adelantado a su movimiento y le pegué con fuerza en las piernas haciendo que cayera hacia delante. Luego me hice una bola para esquivarla e intenté erguirme, tambaleándome.
Desgraciadamente fui demasiado lenta. Ella ya estaba de pie gracias a su velocidad vampírica, y, al levantarme, caí en sus garras.
—?Para, Ivy! —exclamé, y ella me empujó hacia atrás. Agitando los brazos, me estrellé contra el frigorífico. Sentí un intenso dolor mientras intentaba mantenerme erguida y recuperar el aliento al mismo tiempo. Los ojos se me llenaron de lágrimas y ella me siguió colocando sus botas cuidadosamente de manera que no pisaran el destello azulado que dibujaban las cortinas en el suelo. La ropa de cuero que se ponía para trabajar le daba una imagen podero-sa, mientras se movía con gracia y con actitud desafiante. Sonriendo, pero sin mostrar los dientes, recorrió los pocos metros que nos separaban con los brazos balanceándose elegantemente. No tenía prisa. Yo era suya.
—?Para! —acerté a decir cuando conseguí tomar algo de aire limpio por primera vez—. Ivy, tú quieres parar. ?Para!