—Tómala —susurré apretando los muslos para resistir el deseo que subía por ellos.
Ivy exhaló un suspiro y presionó ligeramente su cuerpo contra el mío. En-tonces me agarró con más fuerza y, sin dudar ni un instante, inclinó la cabeza y clavó los colmillos en mi cuello.
El éxtasis se apoderó de mí y el dolor del mordisco se transformó instan-táneamente en una sensación de placer indescriptible. A continuación inspiré, contuve el aire y, tras contraer todo mi cuerpo durante un glorioso instante, intenté contenerme. No podía dejarme llevar por las sensaciones. Si lo hacía, podía echarlo todo a perder y, mientras Ivy hincaba aún más sus colmillos, me prometí a mí misma que no lo haría. Esta vez no. No iba a permitir que aquello se convirtiera en una decisión equivocada.
Sentí cómo su respiración iba y venía, siguiendo el mismo ritmo de los peque?os tirones de su boca que absorbían mi sangre para colmarla. Subí la mano para tocar su nueva cicatriz y de repente me aparté. En un momento de tensión, me alejé de ella.
—Ivy, más despacio —conseguí decir. Necesitaba saber que era capaz de parar. Al darme cuenta de que no lo hacía, el pulso se me aceleró y, cuando insistí dándole un suave empujoncito, ella separó los labios de mi cuello con una brusca exhalación. Gracias, Dios mío. Podíamos hacerlo. ?Maldita sea! ?Podíamos hacerlo!
Con el corazón a mil, me quedé inmóvil mientras estuvimos allí de pie, con las cabezas a pocos centímetros de distancia. Me di cuenta de que tenía las manos sobre sus hombros y sopesé las sensaciones que me atravesaban para calibrar el control de Ivy y mi resolución de no entrar en el típico sopor inducido por las feromonas vampíricas que sus instintos no serían capaces de resistir.
Ivy tenía la cabeza inclinada y su frente casi tocaba mi hombro mientras in-tentaba estabilizarse. Sentía cómo su respiración sobre mi piel agujereada subía y bajaba, resistiéndose, mientras ponía a prueba su voluntad de quedarse quieta. En ese momento noté el cálido hilillo de algo que debía ser sangre enfriándose, pero ella permaneció impasible a pesar de que incluso yo podía olería.
No estaba perdiendo el control. Estaba manteniéndolo. Probablemente no era el mejor mordisco de su vida, pero yo estaba dando mis primeros pasos, y ella estaba adentrándose en un nuevo camino. Y yo estaba extasiada.
Ivy percibió mi aceptación, que flotaba en el aire y, lentamente, con sumo cuidado, cuando estuvo segura de que sería bien recibida, se inclinó de nuevo y apoyó sus labios sobre mi cuello haciendo que el frío lugar volviera a calentarse. Entonces sentí un hormigueo en mi vientre que fue en aumento.
—Despacio —le susurré. No quería que parara, pero el miedo me empujaba a actuar con prudencia. Estaba funcionando. No quería que la impaciencia diera al traste con aquel equilibrio.
Ella bajó el ritmo, lo que, volviendo la vista atrás, probablemente resultó mucho más excitante que si se hubiera limitado a clavar sus dientes de nuevo. Sus labios se desplazaron hacia la diminuta cicatriz que me había hecho aquella primavera, provocándome, seduciéndome.
Podemos hacerlo, pensé relajando los hombros, feliz al constatar que dependía de mí misma. Dejé que las sensaciones subieran y bajaran en mí mientras ella jugueteaba, y escuché a mi cuerpo asegurándome de que no tomaba demasiada. Su necesidad vampírica de dominación se veía templada por el amor que sentía, pero no dejaba que se transformara en algo erótico. Podíamos hacerlo. Y yo me pregunté qué sucedería si me atrevía a tocar su nueva cicatriz.
A continuación se inclinó de nuevo hacia mí y yo cerré los ojos. Dejé esca-par un suave gemido mientras sus dientes presionaban ligeramente la cicatriz, amenazando con desgarrar la piel. Y entonces me clavó los colmillos. Las rodillas me flojearon, pero conseguí mantener el equilibrio. ?Oh, Dios! Estaba a merced de un maestro y podía hacer conmigo lo que quisiera.
Ella se acercó aún más, tocando ligeramente mis hombros. Más allá de las sensaciones que se sucedían, había algo mucho más embriagador que provocaba un hormigueo en mi piel y que recordaba al zumbido de una línea de energía. Eran nuestras auras, cuyos bordes se mezclaban mientras ella, junto con mi sangre, tomaba una parte de mi alma de la que podía prescindir. Entonces re-cordé haberlo sentido antes. Casi lo había olvidado.
—Ivy —susurré. La sensación de nuestras auras confundiéndose casi eclip-saba la de sus dientes en mi interior. Se estaba transformando en un torrente. Un torrente de adrenalina. Podía sentirlo. Aquello iba más allá de un exquisito deseo satisfecho.