Fuera de la ley

—Que pase algún tiempo con Marshal no quiere decir que esté traicionando la memoria de Kisten. No te permito que me juzgues por ello. Es solo un amigo, nada más. Además, tú acabas de pasar la noche con Rynn Cormel. ?Tienes una nueva cicatriz? —le pregunté con sorna.

 

A continuación me incliné para apartarle el cuello del abrigo, pero ella le-vantó el brazo para evitar que pudiera hacerlo. En el momento en que su brazo encontró el mío sentí un golpe seco, aunque no demasiado fuerte, que me hizo dar un paso atrás sorprendida.

 

—Es mi maestro —dijo mientras sus pupilas se dilataban—. Se supone que debo hacerlo.

 

Pero se había girado, y había dejado al descubierto un nuevo mordisco, con los bordes rojos, que evidenciaba que había sido dado con mucho cuidado. En ese momento sentí un inesperado estremecimiento y el pálido rostro de Ivy adquirió un leve color rosado. Maldita sea.

 

—Ya sé que se supone que es tu deber, joder, pero también sé que has disfru-tado —le reproché visiblemente alterada—. Y no pasa nada porque te gustara pero, si te sientes culpable, no tienes por qué pagarlo conmigo.

 

Las largas manos de Ivy empezaron a temblar y mi corazón dio un vuelco cuando se apartó del ordenador y se concentró exclusivamente en mí con la mezcla de rabia y dominación sexual que utilizaba para protegerse y que tan familiar me resultaba. Yo me enfrenté con la mirada a su expresión de enfado y sentí una punzada en el cuello. La ignoré. Las puntas doradas de su pelo em-pezaron a moverse al ritmo de su respiración y noté que me invadía un senti-miento de desasosiego, como si tuviera dentro uno de esos seres asquerosos que viven debajo de las camas y cuya existencia conocen solo los ni?os. El pelo de la nuca se me erizó y apreté fuertemente la mandíbula mientras luchaba contra el impulso de girarme. Ella estaba proyectando un aura vampírica. Hacía por lo menos un a?o que no la proyectaba. Yo la miré con el ce?o fruncido, a pesar de que estaba temblando y de que me picaban las palmas de las manos. Tal vez había llegado el momento de recordarle que las brujas también teníamos dientes.

 

—Me está protegiendo —dijo en voz baja, haciendo que la frecuencia de su voz oscilara como un pedazo de seda gris—. Es más, nos está protegiendo.

 

—?Oh, sí! —respondí sarcástica—. Ya me lo ha contado. Resulta que somos su jodido experimento. —Cabreada, me puse en pie. Si estaba intentando apropiarse de mi aura, había llegado el momento de marcharse. No me gustaba la oleada de sensaciones que me bajaba desde el cuello y que daban a enten-der que la cosa no quedaría así—. Mi vida es un completo desastre —dije. A continuación me dirigí al pasillo. Tenía que escapar de todo. Absolutamente de todo—. No es más que otro vampiro muerto que se dedica a chuparte la sangre —murmuré sintiendo que todos los músculos de mi cuerpo se tensaban cuando pasé junto a ella.

 

—Y eso te molesta, ?verdad? —preguntó Ivy alzando la voz.

 

Yo me di la vuelta justo antes de adentrarme en el pasillo. Ivy había girado la silla y me estaba mirando. Seguía teniendo las piernas cruzadas a la altura de la rodilla, y la ropa de cuero que se ponía para trabajar le daba un aspecto coqueto e insinuante. Sus ojos se habían vuelto completamente negros. Una repentina oleada surgió de mi cicatriz, me bajó por el costado y se detuvo en mi vientre, calentándome y haciendo que me faltara la respiración. Yo me puse rígida e intenté deshacerme de aquella sensación.

 

—?Te está utilizando! —le grité gesticulando enérgicamente—. ?Por el amor de Dios, Ivy! ?No te das cuenta? él no te quiere. ?No puede!

 

Ivy me lanzó una mirada provocadora que daba a entender que ya lo sabía. A continuación arqueó las cejas con expresión desafiante, se metió un Cheerio en la boca y lo masticó.

 

—Todo el mundo utiliza a los demás. ?No crees que Marshal te está utilizan-do? ?No lo utilizas tú para sentirte segura en la limitada aceptación de cuáles son tus necesidades?

 

—?Cómo has dicho? —le grité furiosa—. Ahora lo entiendo todo. El pro-blema está en que me intereso por los hombres y que no me acuesto contigo, ?verdad? —le espeté. Ella me miró con una burlona expresión de sorpresa—. ?Maldita sea, Ivy! Yo me acuesto con quien me da la gana y cuando me da la gana. Quiero encontrar un equilibrio de sangre contigo, pero tu ultimátum de que ?o se hace como yo quiero o no se hace? no cuela. No pienso acostarme contigo solo para que esto funcione. Me estoy rompiendo los cuernos para en-contrar la manera de moderar tu ansia de sangre y evitar que pierdas el control y para que, al menos, podamos compartir algo.

 

Ivy dejó la caja de cereales sobre la mesa con un peque?o golpe.

 

—?No pienso someterme a una castración química para que puedas continuar escondiéndote de lo que realmente eres!

 

Mi rabia era tal que estuve a punto de atragantarme.

 

—No has probado ni siquiera uno, ?verdad? —farfullé indignada. A con-tinuación abrí mi armario de hechizos para mostrarle el montón de pociones sin invocar en el que había estado trabajando—. ?Qué has hecho con todos los que te he dado? —exclamé.

 

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