—No gracias, Ivy. Tengo una cita. Hasta luego.
A continuación cogió la prenda del respaldo de la silla y yo me giré lentamente y lo seguí hacia la puerta. El cansancio me hacía arrastrar los pies y bostecé intentando mantenerme despierta. Dios. Debo de tener un aspecto horrible.
—?Adiós, Marshal! —dijo Ivy sin moverse de su sitio. Su rostro no mostraba ninguna expresión, lo que me daba a entender que no estaba contenta. Yo le lancé una mirada asesina cuando Marshal se detuvo para ponerse las botas y, tras mostrar finalmente su enfado, se dio la vuelta y se largó.
Entonces, en la penumbra del vestíbulo, pude por fin relajarme.
—No le hagas ni caso —le dije a Marshal mientras se ataba las botas—. En realidad le caes muy bien.
—?Ah, sí? Pues casi consigue enga?arme —dijo mientras se ponía el abrigo embriagándome con el olor a aceite, gasolina y secuoya—. Gracias por lo de anoche. No me apetecía nada quedarme en el hotel y soy demasiado mayor para salir de bares. Tengo la sensación de estar utilizándote para combatir la soledad.
Yo esbocé una sonrisa algo triste, pero también de felicidad.
—Sí, yo también. —A continuación vacilé. No quería sonar agobiante pero había sido muy agradable no sentirse sola—. Si te parece, te llamo esta tarde, cuando sepa a qué hora estaré libre.
él inspiró profundamente y soltó el aire con rapidez mientras intentaba ordenar sus pensamientos.
—Vale, aunque es posible que te llame yo primero. —A continuación, me sonrió y salió al rellano—. Adiós, Rachel.
—Hasta luego —dije yo apoyándome en el marco de la puerta y dedicándole una sonrisa insegura cuando miró hacia arriba desde la acera con las llaves en la mano. Sus botas apenas hacían ruido y yo me quedé mirándolo mientras el aire frío de la ma?ana hacía que se me congelaran los tobillos y provocaba que un mechón de pelo rizado se me pusiera en los ojos. Esperaba de todo corazón que todo aquello no fuera un error. Había tenido relaciones de amistad con hombres anteriormente, pero normalmente acababan convirtiéndose en algo más y echándolo todo a perder.
El vecino humano del final de la calle pasó con su furgoneta y, cuando aminoró la marcha para cotillear a Marshal, yo me metí corriendo para esconderme. Eran las siete de la ma?ana. ?Qué demonios estaba haciendo a aquellas horas? Era una hora absurda para estar despierto. Aun así, me sentía bien. Algo melancólica, pero bien.
La oscuridad del vestíbulo resultaba reconfortante y yo me crucé de brazos mientras volvía al santuario. Luego recogí el cuenco y las botellas vacías y me dirigí a la cocina. Ivy estaba allí y yo sentía curiosidad por saber si Rynn Cormel, el carismático líder mundial, se había aprovechado de su posición y había mordido a mi compa?era de piso.
Con los ojos gui?ados por culpa de a luz, y sintiendo que el cuerpo me pe-saba debido a la hora, enjuagué las botellas, las metí en el contenedor del cristal y me derrumbé sobre mi silla con las palomitas que habían sobrado. Ivy, que todavía llevaba el abrigo puesto, estaba sentada en el borde de la suya revisando el correo electrónico antes de irse a dormir. Tenía una caja de cereales junto al teclado y masticaba lentamente. Yo me incliné hacia ella, intentando echarle un vistazo a su cuello, pero se apartó.
—Parece majo —dijo con el rostro inexpresivo, aunque en su voz se percibía un atisbo de enfado.
—Lo es —dije yo, poniéndome a la defensiva—. Por cierto, gracias por fingir que te cae bien. Ha sido todo un detalle por tu parte.
—?Qué te hace pensar que no es así? —preguntó gui?ando ligeramente los ojos.
?Oh, Dios! Esto es absolutamente ridículo.
—Que nunca te caigan bien las personas que me prestan atención —le re-proché enfadada porque tratara de tomarme por tonta y sintiendo que el pulso se me aceleraba.
—Kisten me caía bien.
Con las emociones a flor de piel, y mucho más enfadada por que intentara hacerme sentir culpable por intentar pasar página y superar su muerte, me arrebujé la manta, cabreada.
—La única razón por la que te caía bien es porque consiguió que me relajara y me acostara con un vampiro —le reproché con resentimiento.
—Esa es solo una de las razones —respondió moderadamente.
—Y porque sabías que nunca sería una auténtica amenaza —a?adí—. Que si se creaba tensión, él se retiraría. Lo utilizaste.
Ivy se puso rígida. Sus dedos pasearon por las teclas hasta que presionó el botón de enviar con una fuerza excesiva.
—No te digo que no —admitió suavemente, aunque visiblemente irritada—. Pero… también… lo… quería.
De repente, me di cuenta de qué iba todo aquello. Entonces me recliné sobre el respaldo de la silla y me crucé de brazos.