Fuera de la ley

—No es necesario. Si tú dices que el demonio no se presentará de nuevo, yo te creo.

 

Jenks se rio por lo bajo, cabreándome todavía más. Entonces bebí un segundo trago de sake, y seguido tomé un bocado de arroz con un poco de carne. Esta vez no me quemó y, mientras masticaba, me quedé pensando. Todo aquello apestaba. Marshal quería llevarme a patinar. ?Qué tipo de amigo obliga a otro a esconderse en una iglesia por miedo a que lo ataquen los demonios?

 

Con los labios apretados, me puse en pie y, consciente de que Marshal no me quitaba ojo de encima, saqué el cuaderno de notas del bolso y agarré uno de los rotuladores de punta fina del portalápices de Ivy. Estaba segura de tener un palo de tejo por allí cerca, e imaginaba que el sake podía ser un buen substituto del vino.

 

—?Qué estás haciendo, Rachel? —preguntó Jenks.

 

—Estoy cansada de pasar el tiempo aquí encerrada —dije pensando que ten-dría que llevarme el espejo adivinatorio para recordar cómo era el glifo si quería reproducir el hechizo para hacer un círculo de invocación—. Falta demasiado poco para Halloween como para quedarse aquí sentados.

 

—Rache…

 

—Si quieres venir con nosotros y hacerme de ni?era —dije sin levantar la vista—, a mí me da lo mismo. Al no se va a presentar. Además, me necesita viva, no muerta. Y yo quiero salir.

 

Marshal apoyó el tenedor en el plato provocando un chirrido.

 

—?Qué estás haciendo?

 

—Algo que, probablemente, no debería.

 

Tras desistir de la idea de hacerlo de memoria, saqué el espejo adivinatorio de debajo de la isla central y lo deposité cuidadosamente. Yo siempre había albergado un sentimiento de culpa por considerar que aquel objeto era her-moso, con aquellas cristalinas hileras de símbolos grabados en la superficie que mostraban la aguda claridad de un diamante en contraste con las profundidades del color del vino que reflejaban la realidad. Algo tan perverso no debería ser hermoso. Ceri me había ayudado a hacer este después de que hubiera roto el primero en la cabeza de Minias. Maldita sea, ?por qué vuelve a arriesgar su alma de ese modo?

 

Marshal se quedó mirándolo en silencio.

 

—Es un círculo de invocación —dijo finalmente—. Bueno, eso creo. La verdad es que nunca he visto ninguno.

 

En ese momento el polvo que despedía Jenks se volvió dorado y, con una actitud casi chulesca, dijo:

 

—Lo necesita porque viaja por las líneas luminosas para invocar demonios.

 

Yo le lancé una mirada asesina, pero el da?o ya estaba hecho. Marshal se puso rígido y se llenó la boca de arroz y verduras como si no le impor-tara lo que acababa de oír. Exasperada, me quedé mirando el sake y decidí que estaba hasta las narices. De Jenks, no del sake. ?Qué co?o le pasaba aquella noche?

 

—No invoca demonios, solo me permite hablar con ellos. Y abre un canal por el que pueden viajar. Marshal, soy una bruja blanca. Te lo aseguro. —Seguidamente me quedé mirando el pentáculo y me estremecí—. El caso es que tengo un demonio empe?ado en arrastrarme hasta siempre jamás y tener un círculo de invocación me permite llamar a alguien para que venga a por él cuando aparece, Se supone que debería estar en la cárcel. De todos modos, a partir de ma?ana todo se arreglará, porque he quedado con David para obligar a entrar en razón a quienquiera que esté liberando a Al.

 

Incluso yo misma me di cuenta de lo patético que sonó, y Marshal siguió masticando el arroz sin apartar la vista de mí mientras sopesaba lo que acababa de oír. Seguidamente dirigió la mirada hacia el círculo de invocación y luego de nuevo hacia mí.

 

—?Lo llamas Al? —preguntó suavemente.

 

Yo respiré hondo y decidí que lo mejor era contarle todo el drama de mi vida. Si iba a largarse por eso, quería saberlo cuanto antes, y no cuando ya hubiera empezado a encari?arme con él.

 

—La mancha de mi alma la obtuve cuando usé una maldición demoníaca para salvar a mi exnovio —dije. Bueno, esa era la razón principal—. Y las dos marcas demoníacas fueron accidentes.

 

Al fin y al cabo, todas lo eran, pensé en tono de burla, pero Marshal había tomado un trago de su bebida y se había recostado sobre el respaldo.

 

—Rachel, no tienes por qué contarme todo esto —dijo alzando la mano.

 

—Sí. —En ese preciso instante miré el sake y me lo bebí de un trago con la esperanza de que me soltara la lengua durante unos minutos—. No puedo empezar una relación con nadie en un futuro próximo —dije mientras sentía cómo me quemaba—, de manera que, si has venido con la esperanza de meterte en mi cama, ya puedes coger la puerta y largarte. De hecho, deberías largarte de todos modos.

 

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