Fuera de la ley

—El uno de noviembre —dijo—, pero voy a estar en nómina, así que, en caso de que fuera necesario, podré regresar a vender el negocio hasta el comienzo de las clases, después del solsticio de invierno.

 

Jenks me lanzó una mirada de advertencia y yo lo miré con el ce?o fruncido y, aprovechando que me levantaba para coger un par de cucharas de servir, le di un golpe a la mesa haciéndole dar un salto. Marshal despedía el típico aro-ma a secuoya de los brujos que, mezclado con el olor a aceite y a gasolina, lo convertían en un apetecible ejemplar del típico tío bueno. Tanto su ropa como su olor eran completamente diferentes a los de los hombres con los que estaba acostumbrada a tratar y, de alguna manera, que hubiera irrumpido en mi iglesia como si fuera su casa había permitido que nos saltáramos la fase de incomodidad con la que daban comienzo la mayoría de mis citas. Con ello no quería decir que lo nuestro fuera una cita. Y, probablemente, esa era la razón por la que me sentía tan cómoda. Lo había invitado a cenar sin ninguna pretensión de empezar una relación, así que los dos podíamos relajarnos. No obstante, esperaba que la sensación de confianza se debiera a que nos había ayudado a Jenks y a mí cuando realmente lo necesitamos.

 

En ese momento Marshal agarró la silla de Ivy, la arrastró hacia el espacio que quedaba libre en la mesa y tomó asiento con un suspiro.

 

—Ha sido una de las entrevistas de trabajo más extra?as en las que he participado —dijo mientras yo hurgaba en la bolsa de espaldas a él en busca de los palillos—. Durante todo el proceso tuve la impresión de que les estaba gustando, pero que le iban a dar el trabajo al otro chico, aunque no conseguía entender el porqué. Había puesto en marcha un programa de natación en un instituto de Florida, pero carecía de las horas de buceo y de la experiencia con líneas luminosas, dos requisitos indispensables para conseguir el puesto.

 

Yo me senté al otro lado de la esquina, en diagonal a él y vi que se quedaba mirando los palillos.

 

—De repente —continuó—, sin motivo aparente, tomaron una decisión y me ofrecieron el trabajo.

 

—Conque sin motivo aparente, ?eh! —intervino Jenks. Yo le lancé una mirada asesina para que cerrara la boca. Marshal no había conseguido el trabajo gracias a la intervención de Rynn Cormel, sino más bien al contrario. Me hubiera jugado lo que fuera a que el vampiro había presionado a la universidad para que cogieran al otro candidato hasta que yo me puse como un energúmeno con él de modo que, al final, habían elegido a quien les había dado la gana.

 

Marshal, por su parte, seguía sin quitarle ojo a los palillos.

 

—Fue algo bastante extra?o. Cuando les dije que sí, me lo agradecieron como si les hubiera hecho un gran favor aceptando el trabajo. —A continuación, apartó la vista de los palillos y, mirándome a la cara, dijo—: Creo que voy a necesitar un tenedor.

 

Yo solté una carcajada y me puse en pie de nuevo.

 

—Lo siento.

 

Mientras me acercaba a coger un par de cubiertos, sentí que me seguía con la mirada.

 

—?Sabes una cosa? —pregunté con un tono algo descarado—. Ahora que Al se ha largado, ya no tenemos por qué quedarnos aquí toda la noche.

 

—Rachel… —me recriminó Jenks. Yo me giré y cerré el cajón con un golpe de cadera.

 

—?Qué pasa? —protesté—. Sabes muy bien que no volverá. Llevo varias horas en terreno no consagrado y no ha pasado nada.

 

—Y cuando Ivy se entere, va a empezar a echar hadas por el culo —concluyó Jenks.

 

Yo me dejé caer sobre la silla evitando la mirada de los demás. Marshal nos miró a Jenks y a mí alternativamente mientras repartía el arroz en los platos. El diminuto pixie se sentía fatal y sus alas iban adquiriendo un tono rojizo confor-me aumentaba su disgusto. Enfadada, yo dejé caer los tenedores sobre la mesa.

 

—Esta noche no volverá a molestarme.

 

—?Por qué? ?Porque no llamaste a Minias para que se lo llevara de aquí cuando tu estúpida manía de ponerte de parte del más débil te hizo pensar que estaba cansado y que te estaría agradecido si confiabas en él? ?Por el amor de Campanilla, Rachel! Eso no son más que chorradas. Un montón de chorradas, una sobre otra con una baba encima. Que sepas que, si mueres esta noche, no será por mi culpa.

 

Marshal siguió repartiendo la comida, pero el fuerte olor no consiguió dis-minuir la tensión del ambiente.

 

—?Ah, Rachel! ?Qué me dices si vamos a patinar ma?ana? —preguntó claramente incómodo por tener que presenciar la discusión entre Jenks y yo. Era evidente que intentaba cambiar de tema y, de repente, mi rabia se evaporó, descrucé las piernas y decidí ignorar al pixie.

 

—?Madre mía! ?Sabes cuánto tiempo hace que no voy a patinar? —dije.

 

El pixie descendió en dirección a su diminuto recipiente con los brazos cru-zados despidiendo chispas plateadas.

 

Kim Harrison's books