Fuera de la ley

—Tal vez —respondí abatida.

 

Sus alas emitieron un suave zumbido y yo me aparté el pelo cuando vi que se acercaba, aunque finalmente aterrizó sobre la encimera.

 

—Si no fuera por la gárgola, te sugeriría que los pusieras en el campanario.

 

Yo me estremecí al imaginarme el frío que haría allí arriba.

 

—No me digas que está en el campanario…

 

—En realidad no —respondió Jenks levantando un hombro y volviéndolo a bajar—, pero está en la parte de tejado que queda junto a la ventana. ?Por las tetas de Campanilla!, todavía no la he visto moverse. Primero está en un sitio y un minuto más tarde me la encuentro en otro. Y no tengo ni idea de dónde se mete cuando no está durmiendo. En cualquier caso, lo mejor es que los pongas debajo de la cama. Ivy me contó que el tipo que consagró la iglesia dijo que el campanario era supersagrado.

 

Conque supersagrado ?eh? Tal vez debería irme a dormir allí. Preocupada, aparté los libros en una esquina para dejar espacio para el resto de las cosas de debajo de la encimera.

 

—No sé… —En ese momento empezó a picarme la nariz. Me había puesto a desbrozar el montón de hierbas con las que había intentado modificar un hechizo ya existente, que debía ayudar a Ivy a controlar mejor sus ansias de sangre, y la verdad es que no estaba obteniendo los frutos esperados. A ella no le gustaba probarlos. La idea era que se los llevara a sus citas para que, si no funcionaban, yo tuviera que enfrentarme a ella. Ninguno de ellos parecía funcionar y yo me preguntaba si realmente los estaba probando o si me estaba enga?ando. A Ivy no le gustaba entrar en contacto con la magia, aunque le parecía genial que la utilizara con cualquier otro.

 

Jenks aterrizó junto a los libros de maldiciones. Su minúsculo rostro mos-traba una expresión preocupada mientras observaba cómo yo sacudía un haz de altamisa para retirar la hierba lombriguera.

 

—No estarás pensando en conservarlos, ?verdad? —preguntó.

 

Yo, que estaba concentrada en quitarle algunos pelos de gato, levanté la vista.

 

—?Por qué piensas que no debería?

 

—Porque están contaminados —respondió dando una patada a un tallo seco y haciendo caer algunas astillas—. Hay trozos de romero en la equinácea, y semillas de equinácea pegadas al diente de león. Vete a saber qué efecto pueden tener. Especialmente si las utilizas para experimentar.

 

Eché un vistazo a la pila de hierbas secas pensando que sería mucho más sencillo tirarlas por la puerta de atrás, pero temía que, si lo hacía, acabaría rindiéndome. Adaptar hechizos era muy complicado. Podía seguir una receta, pero mi madre era como una especie de chef de alta cocina y nunca lo había valorado hasta que había intentado hacerlo yo misma.

 

—Puede que tengas razón.

 

Malhumorada, sacudí la bolsa de papel marrón y metí dentro todo un a?o de jardinería. El ruido áspero se abrió camino por el silencio, y yo me sentí fatal mientras empujaba hasta el fondo la bolsa y lo metía todo en el cubo de basura de debajo del fregadero. A continuación me giré y, tras echar un vistazo a la cocina, concluí que estaba lo suficientemente limpia. El estante estaba vacío, y me pregunté si debía olvidarme del hechizo para controlar las ansias de sangre de Ivy. Ella no estaba colaborando y aquello lo hacía todavía más complicado. Deprimida, me dejé caer sobre mi silla, que estaba junto a la mesa.

 

—No estoy segura de poder seguir con esto, Jenks —dije apoyando los codos sobre la mesa y exhalando un suspiro—. Mi madre consigue que parezca muy sencillo. Tal vez avanzaría mucho más si mezclara magia de líneas luminosas con los hechizos terrenales. Me refiero a que la magia de líneas luminosas es básicamente simbolismo y elección de palabras, lo que la hace más flexible.

 

Jenks comenzó a batir las alas y luego se paró. Después se retiró sus cabellos rubios de los ojos, frunció el ce?o y estuvo a punto de sentarse sobre el texto demoníaco, lo evitó en el último momento inclinando las alas por completo.

 

—?Mezclar magia terrenal con magia de líneas luminosas? ?No es así como se consigue una maldición demoníaca?

 

El miedo se apoderó de mí y luego se marchó.

 

—No sería una maldición demoníaca si me la inventara, ?no?

 

Sus alas se pusieron mustias y él pareció desplomarse.

 

—No lo sé. Marshal está aquí.

 

Yo me incorporé e inspeccioné la cocina.

 

—?Cómo lo sabes?

 

—Su coche es de gasoil y un vehículo de esas características acaba de aparcar junto al bordillo.

 

Yo esbocé una sonrisa.

 

—?Tiene un motor diésel?

 

Jenks se elevó dejando tras de sí una brillante estela de polvo.

 

—Probablemente lo necesita para sacar su jodido barco del agua. Ya abro yo. Tengo que hablar con él.

 

—Jenks —le advertí, y él soltó una carcajada de camino al vestíbulo.

 

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