—Solo quiero explicarle lo de Al, Rachel. ?No pretendo parecer tu padre!
Yo me relajé, me puse en pie y guardé todos los libros demoníacos prome-tiéndome a mí misma que los ordenaría al día siguiente, cuando hubiera sali-do el sol. Oí como se abría la puerta delantera incluso antes de que sonara la campana, y un saludo masculino me llegó suavemente en un modo que parecía realmente… reconfortante.
—?Se encuentra bien? —le oí preguntar desde el santuario, pero no capté la respuesta de Jenks—. No, es genial —a?adió desde una distancia claramente menor, y yo me giré hacia el pasillo al oír el suave crujido de los tablones de madera y percibir el olor a arroz caliente.
—?Hola, Marshal! —dije, contenta de verlo—. Lo conseguiste.
Había tenido tiempo de quitarse la ropa que se había puesto para la entre-vista, e iba vestido con una suave camisa de franela de color azul. Llevaba un periódico debajo del brazo y lo dejó junto con la bolsa húmeda por el vapor encima de la mesa para poder quitarse el abrigo.
—Estaba empezando a pensar que había una conspiración en contra nuestra —dijo—. Jenks me ha dicho que has tenido una noche movidita.
Yo miré a Jenks preguntándome qué le habría contado. Luego me encogí de hombros y me crucé de brazos.
—Bueno… sobreviví.
—?Sobreviviste? —exclamó Jenks aterrizando sobre la bolsa, que estaba cerrada con la parte superior enrollada—. ?No seas modesta, Rache! Mandamos a ese demonio hasta la Revelación de una patada en el culo.
Marshal colgó el abrigo en el respaldo de la silla de Ivy y se detuvo un mo-mento para ver como Jenks batallaba con la bolsa intentando abrirla.
—Me gusta tu iglesia —dijo echando un vistazo a la cocina—. Es muy de tu estilo.
—Gracias —respondí sintiéndome sinceramente agradecida. No se entro-metió, no me preguntó qué hacía un demonio en mi cocina, no me cogió la mano y me miró a los ojos para preguntarme si estaba bien y si necesitaba sentarme y no me dijo que iba a morir joven y que era preferible que me dedicara a jugar d la canasta. Aceptó mi explicación y no insistió en el tema. No obstante, no creí que se debiera a que no le importaba lo más mínimo, sino que prefería esperar a que yo me sintiera lo suficientemente cómoda como para contárselo. Y aquello significaba mucho para mí. Kisten también era así.
No debo compararlo con Kisten, pensé mientras sacaba dos platos y el pe-que?o recipiente para apoyar las bolsas de té usadas que Jenks utilizaba para comer. Ivy tenía una cita, lo que demostraba que era capaz de seguir adelante con su vida. Yo mejoraría, pero solo si me esforzaba por superarlo. No me gustaba sentirme desgraciada, pero no me había dado cuenta de ello hasta que había empezado a sentirme bien de nuevo.
—?De dónde habéis sacado una calabaza tan grande? —preguntó Marshal rompiendo el silencio mientras miraba debajo de la mesa—. Porque es una cala-baza, ?verdad? —inquirió mientras las alas de Jenks aumentaban la velocidad—, no una de esas hortalizas extra?as que se parecen a las calabazas.
—Para nada. Es una calabaza —aclaró Jenks henchido de orgullo—. La cultivé yo mismo entre los terrenos de los Jameson y la estatua de Davaros. En el cementerio —a?adió como si no resultara lo bastante obvio—. Vamos a tallarla ma?ana. Solo los ni?os y yo. He decidido darle un descanso a Matalina.
Claro. Matalina se toma un descanso y yo acabo con el techo lleno de restos de calabaza. Estaba segura de que, al principio, estarían todos muy formales, pero sabía de sobra que no tardaría en dar comienzo ?La guerra de la calabaza, segunda parte?.
—Bueno… —dije colocando el mantel—. ?Cómo te han ido las últimas entrevistas?
Cuando Jenks consiguió abrir la bolsa liberando un intenso olor a salsa agridulce, Marshal se acercó.
—Muy bien —dijo mientras empezaba a sacar los recipientes de plástico. Yo levanté la vista de repente, consciente de que nuestros hombros estaban a punto de tocarse—. Al final he conseguido el trabajo —dijo mirándome direc-tamente a los ojos.
—?Marshal, eso es genial! —exclamé con una sonrisa, dándole una inocente palmadita en el hombro—. ?Cuándo empiezas? —a?adí esquivando su mirada y girándome para ponerme a servir la comida. Quizás el gesto había resultado algo excesivo.
él dio un paso atrás y se pasó la mano por el incipiente pelo que empezaba a crecerle en lo alto de la cabeza.