Fuera de la ley

—Esto… —a?adió intentando sujetarse el pelo detrás de la oreja—. En rea-lidad creo que debería llamar a una ambulancia. He roto algunas cosas.

 

Haciendo como que no le importara, el maestro vampírico se acercó a ella y, lentamente, agarró con su mano cubierta de cicatrices la impoluta mano de Ivy.

 

—Eres demasiado buena.

 

Ivy se miró los dedos, parpadeando rápidamente.

 

—Rachel es una mujer increíblemente fuerte —dijo de repente, haciéndome sentir como si acabara de aprobar algún tipo de examen—. Entiendo perfec-tamente que te sientas atraída por ella. Tienes mi bendición para cultivar una relación de descendencia, si es eso lo que quieres.

 

Mi enfado iba en aumento, pero Ivy me dirigió una mirada asesina para advertirme de que mantuviera la boca cerrada.

 

—Gracias —dijo, y yo me cabreé todavía más cuando Rynn Cormel me dirigió una sonrisa petulante, consciente de que me había mordido la lengua porque Ivy me lo había pedido.

 

?Y qué más da?, pensé entonces. ?Por qué debía importarme lo que pensaba mientras nos dejara en paz?

 

Rynn Cormel se acercó aún más a Ivy y le rodeó la cintura con el brazo con una familiaridad que no me gustó nada.

 

—?Te apetecería acompa?arme esta noche, Ivy? Ahora que he conocido a tu amiga, lo entiendo todo mucho mejor. Me gustaría… probar a ver las cosas desde un ángulo diferente. Si te parece bien, claro está.

 

?Un ángulo diferente?, pensé percibiendo indicios de deseo en la forma en que intentaba seducirla. Vaya, vaya. ?Asi que estamos trabajando en la conti-nuación? No estaba de acuerdo en cómo funcionaba la sociedad de los vampiros, pero Ivy respiró aliviada y su rostro se iluminó.

 

—Sí —dijo sin pensárselo dos veces, aunque luego me lanzó una mirada inquisitiva.

 

—Ve —dije secamente, alegrándome de que no hubiera visto el estado en que se encontraba la cocina.

 

A continuación se acercó aún más a Rynn Cormel y me di cuenta de que su delgada figura enfundada en el mono de cuero quedaba estupendamente junto a su elegante refinamiento.

 

—No tienes por qué preocuparte —dije mirando como Rynn la cogía sua-vemente por el hombro—. Al no volverá.

 

Ivy se apartó de él y se acercó a mí.

 

—?Ha estado aquí? —me preguntó—. ?Seguro que estás bien?

 

—?Ya te he dicho que sí! —respondí reculando hasta que se vio obligada a soltarme el brazo. Entonces miré a Rynn Cormel y no me gustó un pelo des-cubrir que estaba intentando contener una sonrisa.

 

—?Te dije que no abandonaras el terreno consagrado! —me recriminó Ivy casi como si me estuviera soltando una rega?ina—. ?Si hasta te hice un cartel!

 

—?Me olvidé! ?Vale? —le espeté—. Lo quité porque me molestaba y luego me olvidé. Me puse tan nerviosa con la visita de tu maestro vampiro que me olvidé.

 

Ivy vaciló y luego dijo quedamente:

 

—De acuerdo.

 

—De acuerdo —repetí yo sintiendo cómo se desvanecía mi enfado al ver lo rápidamente que rectificaba.

 

—Entonces… nada.

 

Yo dirigí la mirada a Rynn Cormel, que estaba ajustándose el sombrero y que sonreía ante el intercambio de opiniones.

 

—No volveré a moverme del terreno consagrado —dije deseando que se marchara.

 

Ivy dio un paso en dirección a la puerta y luego vaciló.

 

—?Y qué hay de la cena? No puedes pedir una pizza. Al podría venir a traértela.

 

—Estoy esperando a Marshal —dije mirando deliberadamente a Cormel, que estaba sopesando nuestra conversación—. Me dijo que se encargaría él de traerla.

 

Ivy pareció algo celosa, pero se le pasó enseguida. Rynn Cormel se dio cuenta de todo y, cuando nuestras miradas se encontraron, supe que había entendido que la relación entre Ivy y yo se regía por una serie de reglas establecidas, y que esas reglas incluían a otras personas. La mayor parte de las relaciones entre vampiros funcionaban de esa manera, aunque ese hecho no quitaba que fuera en contra de mi sentido de la moralidad.

 

—Entonces, nos vemos más o menos al amanecer —dijo haciendo que el maestro vampírico arqueara las cejas.

 

Ivy me sonrió con los labios apretados y se giró hacia Rynn Cormel.

 

—Ivy —dijo él, ofreciéndole el brazo.

 

—Se?or Cormel —respondió ella algo nerviosa sin aceptar su ofrecimiento—, una cosa. ?Le importaría dedicarme el libro?

 

Yo me puse rígida y empecé a respirar agitadamente. No, por favor. El manual de seducción vampírica no.

 

Ivy se giró hacia mí, expectante. No era muy habitual ver aquella actitud en ella, y, para ser sincera, me ponía los pelos de punta.

 

—Todavía lo tienes, ?verdad? —me preguntó—. ?Sigue en tu mesilla de noche?

 

—?Ivy! —exclamé, reculando y con las mejillas encendidas. Mierda. Ahora ya sabe que lo he leído. En ese momento me acordé de lo que ponía en la página cuarenta y nueve… y me quedé horrorizada al descubrir que mi expresión le provocaba una risotada.

 

—?Lo hice para dejar de despertar sus instintos! —balbuceé, lo que provocó una carcajada por parte de Cormel.

 

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