Fuera de la ley

El café estaba listo y yo crucé la habitación deslizando mis dedos temblorosos por la superficie de la burbuja para romperla. A continuación me apoyé en la encimera, desde donde podía divisar tanto al hombre como el arco del pasillo. Luego inspiré profundamente, me serví una taza de café y, tras hacerle un gesto a Rynn para saber si quería un poco, tomé un trago.

 

—Yo no me dedico a tratar con demonios —dije después de que el primero de ellos recorriera mi garganta—. Son ellos los que tratan conmigo. Le agra-dezco mucho que intentara ayudarnos, pero Jenks y yo ya lo teníamos todo bajo control.

 

No quería que pensara que necesitaba su protección. La protección de un vampiro tenía un precio. Y yo no estaba dispuesta a pagarlo.

 

—?Que lo tenían todo bajo control? —exclamó Rynn Cormel arqueando las cejas—. ?Pero si les he salvado la vida!

 

Jenks resopló visiblemente enfadado.

 

—?Salvarnos la vida? ?No me seas capullo! Ha sido Rachel la que ha salvado la tuya. Fue ella la que lo encerró en el círculo.

 

Seguidamente se giró hacia mí perdiéndose la expresión sombría de Rynn y dijo con gesto de preocupación:

 

—Tienes que ir a terreno consagrado. Podría volver.

 

Yo lo miré con el ce?o fruncido y me tanteé las costillas con la mano que me quedaba libre en busca de posibles contusiones.

 

—No te preocupes. No me pasará nada. Por cierto, deberías tomarte una pastilla para enfriar tu polvo antes de que eche a arder.

 

El pixie resopló indignado. A continuación me giré hacia el vampiro y pregunté:

 

—?Le apetece sentarse?

 

Jenks emitió un ruido de frustración.

 

—Voy a ver cómo están los ni?os —farfulló antes de salir disparado.

 

Rynn Cormel lo observó en silencio mientras se marchaba. Luego evaluó mi cansancio y cruzó la habitación para sentarse en la silla de Ivy, delante de la pantalla resquebrajada. Tenía un largo ara?azo en la mejilla que no sangraba y el pelo alborotado.

 

—Estaba quemando sus libros —dijo como si fuera algo importante para él.

 

Yo miré el pentáculo que Al había dibujado en la encimera y el segundo libro que reposaba sobre un montón de cenizas.

 

—Quería salir —dije—. Estaba quemando mis libros porque le jodia que yo estuviera a punto de llamar a otro demonio para que lo encarcelara. Espero que haberle concedido una noche de tregua lo empuje a hacer lo mismo. ?Ma-dre mía! ?Realmente confiaba en que un demonio tomara una decisión moral basada en el respeto?

 

A juzgar por la expresión del vampiro, parecía que estaba empezando a entenderme.

 

—Ya veo. Eligió el camino más difícil y arriesgado pero, al hacerlo, le estaba diciendo que no iba a confiar su seguridad en ningún otro. Que no le tiene miedo. —A continuación, ladeando la cabeza, a?adió—: Sin embargo, debería tenérselo.

 

Yo asentí con la cabeza. Debería tener miedo de Al, y así era, pero no aquella noche. No después de verlo… descorazonado. Si estaba abatido porque una apestosa bruja insignificante conseguía escapársele una y otra vez, tal vez debía dejar de tratarme como una apestosa bruja insignificante y mostrarme un mínimo de respeto.

 

Una vez que resolví que Rynn Cormel había recuperado el control por com-pleto, mis hombros empezaron a relajarse.

 

—Y bien, ?de qué quería hablarme?

 

él dejó escapar una lenta y carismática sonrisa. Me encontraba a solas con Rynn Cormel, un político extraordinario y un maestro vampírico que tiempo atrás había gobernado el mundo libre. En ese momento acerqué el azucarero a mi taza. Estaba empezando a temblar y había decidido echarle la culpa a la falta de azúcar. Sí, ese era el motivo.

 

—?Está seguro de que no le apetece un poco de café? —le pregunté sirvién-dome una tercera cucharada de azúcar—. Está recién hecho.

 

—No, no. Gracias —respondió con un gesto algo apurado que lo hizo parecer aún más encantador—. He de reconocer que me siento algo avergonzado —dijo, y yo tuve que contener una carcajada—. He venido porque quería asegurarme de que se encontraba bien después del ataque demoníaco de ayer y, no solo se encuentra usted de maravilla, sino que me ha demostrado que es perfectamente capaz de defenderse por sí misma. Ivy no exageraba al referirse a sus habilidades. Le debo una disculpa.

 

Con una tenue sonrisa, aparté a un lado el azucarero. Era agradable escuchar un piropo de vez en cuando. Pero los vampiros no muertos no se avergonzaban. él era un maestro vampírico joven, adulador y muy experimentado, y en ese momento me di cuenta de que sus orificios nasales se abrían para aspirar la mezcla del aroma de Ivy con el mío.

 

El vampiro sacudió la cabeza con un gesto muy humano.

 

—Esa mujer tiene una voluntad de hierro —dijo. Era evidente que se refería a la capacidad de Ivy para vencer sus ganas de morderme. Resultaba muy difícil viviendo juntas de aquel modo.

 

—Hábleme de ello —dije, y mi intimidación por estar sentada en mi cocina con Rynn Cormel se desvaneció dando paso al pánico de luchar por mi vida—. Yo creo que me está utilizando para ponerse a prueba.

 

Cormel, que estaba mirando al se?or Pez, volvió a dirigir la mirada hacia mí.

 

—?Ah, sí?

 

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