Fuera de la ley

—?He dicho basta! —grité mientras Al dibujaba un rudimentario pentáculo y ponía mi libro en él.

 

—Celero inanio —dijo, y yo salté al ver que mi libro de hechizos empezaba a arder.

 

—?Eh! —le grité repentinamente cabreada—. ?Para de una vez!

 

Al entrecerró sus ojos de pupilas horizontales y, con un movimiento firme, lanzó otro libro en su lugar. El sonido retumbó con fuerza en mi interior. Su mirada detrás de la capa de siempre jamás manchada de negro mostraba un odio renovado. Lo había vencido una vez más. Yo. La apestosa bruja insignificante.

 

Entonces me quedé mirándolo, pensativa, antes de dejarme llevar por el impulso de llamar a Minias. Podía dejarlo allí, quemando todos mis libros, pero al menos hubiera sabido dónde estaba y hubiera conseguido pasar la noche a salvo. O también podía llamar a Minias para que se llevara el maldito culo de Al y esperar que nadie lo invocara de nuevo antes del amanecer. Pero algo en la expresión furiosa de Al me hizo recapacitar.

 

Más allá de la furia, se le veía cansado. Estaba cansado de que lo llevaran de un lado a otro y de que lo metieran en un espacio tan reducido, de ir a por mí y fracasar, de que Minias lo supiera, y de que se lo llevara a rastras a la cárcel con una correa. Era casi insultante. Tal vez, si lo dejaba en paz por una noche para que se lamiera las heridas y su orgullo, tendría el mismo detalle conmigo.

 

Por un momento dudé. Sin el tictac del reloj, que estaba hecho a?icos en el suelo, el silencio de la cocina resultaba estremecedor. Al se irguió lentamente cuando se dio cuenta de que algo me rondaba por la cabeza y de que en realidad estaba considerando… dejarlo marchar.

 

—?Te consideras afortunada, bruja? —gru?ó el demonio con los labios se-parándose de sus dientes mientras sonreía. Era una sonrisa peligrosa que me horrorizó sobremanera. Pero el hecho era que, aunque podía matarme, yo ya no le tenía miedo. Y como él mismo había reconocido, lo había encerrado en un círculo demasiadas veces.

 

Estaba cansado y, a juzgar por el comentario que había hecho previamente, tal vez ligeramente deseoso de que alguien confiara en él.

 

Al deslizó la vista hacia el espejo adivinatorio que estaba en mi mano y su mirada se volvió introspectiva cuando se dio cuenta de que estaba sopesando mis opciones.

 

—?Una noche de tregua? —me preguntó.

 

Yo me mordí el labio y escuché el pulso en mi oído.

 

—Vete de aquí, Al —dije sin molestarme en a?adir ninguna orden más.

 

él pesta?eó lentamente. Su expresión se relajó y una sonrisa auténtica se dibujó en sus labios.

 

—No sé si eres increíblemente lista o mucho más estúpida de lo que pensa-ba —dijo antes de desvanecerse con un elegante gesto teatral entre una nube de humo rojo.

 

—?Rachel! —gritó Jenks zumbando furiosamente en mi cara y despidiendo polvo—. ?Qué co?o estás haciendo? Volverá enseguida.

 

Yo inspiré lentamente y me erguí. Con el espejo en la mano, agucé el oído, intentando percibir cualquier rastro demoníaco en la iglesia. Me dolía la mano y la flexioné para retirar algunos pelos de Al de debajo de las u?as con cara de asco.

 

—Déjalo estar, Jenks —dije.

 

Algo estaba cambiando entre Al y yo o, mejor dicho, había cambiado. No sabía muy bien qué, pero me sentía diferente. Tal vez porque no había recurrido lloriqueando a Minias. Tal vez si tratara a Al con más respeto, conseguiría que él hiciera lo mismo conmigo. Tal vez.

 

—?Cómo puedes ser tan jodidamente imbécil? —me gritó Jenks—. Mueve el culo de una vez y ponte a salvo en la zona consagrada. ?No te das cuenta de que va a volver?

 

—No lo hará, Jenks. Esta noche no. —De pronto el nivel de adrenalina bajó de golpe y las piernas empezaron a temblarme. Entonces dirigí la vista hacia Rynn Cormel, que se encontraba en la esquina intentado controlarse, e inspiré profundamente una vez más para intentar reducir las pulsaciones y que mi olor no resultara tan tentador. El vampiro todavía no se había movido, pero empezaba a tener una apariencia más humana. Cansada, dejé el espejo adivinatorio en su sitio, entre los tres libros de hechizos demoníacos que habían quedado intactos. El que había quemado Al era un simple manual de magia terrenal.

 

Rynn dio un paso adelante y se detuvo cuando Jenks se situó entre nosotros y empezó a zumbar a modo de advertencia. El vampiro parecía asqueado.

 

—Lo has dejado marchar —me reprochó—. Y sin ningún tipo de condición. Era cierto que te dedicas a tratar con demonios.

 

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