Yo inspiré hondo, me giré y, tras descender bruscamente, estampé la planta del pie en plena mejilla del demonio. Al se balanceó hacia atrás sin apartar la vista de Rynn Cormel, que se encontraba de pie en el umbral de mi cocina.
—?Vete! —le grité al vampiro, pero él ni siquiera se dignó a mirarme. Al, que se había convertido en una sombra encorvada, también me ignoró. O casi.
—?Rynn Matthew Cormel! —exclamó arrastrando las palabras mientras un destello de siempre jamás caía en cascada sobre él haciendo que su nariz dejara de sangrar y recuperara su forma conforme se erguía—. ?Qué te trae por aquí?
El elegante vampiro se desabrochó el abrigo.
—Tú, aunque de forma indirecta.
Yo los miré alternativamente y me eché la mano al cuello para tocar el lugar donde muy pronto aparecería una magulladura. Jenks revoloteaba a mi lado formando un charco de polvo rojo en el suelo.
—?Qué gran honor! —dijo Al con una evidente tensión tanto en su voz como en su pose.
—Estás muerto —dijo Cormel—. Morgan es mía y no voy a permitir que la toques.
?Uau! ?Qué detalle! Bueno, tal vez.
Al soltó una carcajada.
—Como si tú pintaras algo en este asunto.
Sin embargo, lo que sucedió después fue jodidamente mejor. Cormel se aba-lanzó sobre Al con los brazos extendidos emitiendo un gru?ido estremecedor que me cortó la respiración e hizo que me tambaleara hacia atrás. Entonces solté una maldición y mi espalda chocó contra el frigorífico. Alucinada, me quedé mirando cómo forcejeaban entre sí moviéndose a una velocidad asom-brosa. Al aparecía y desaparecía una vez tras otra, dando la impresión de que el vampiro intentara agarrar un montón de arenas movedizas. Sin poder apartar la vista de ellos, mi pulso se aceleró. Si Al resultaba vencedor, me convertiría en moneda de cambio, mientras que, si lo hacía Cormel, me vería obligada a negociar con un maestro vampírico excitado por el miedo y la rabia de pensar que yo le pertenecía.
—?Cuidado! —grité cuando Al lo agarró fuertemente. No obstante, el vampiro se retorció de una forma inhumana, como si careciera de huesos, y girando el hombro por completo, clavó sus colmillos en el cuello de Al.
Al soltó un alarido y se desvaneció. A continuación recuperó de nuevo la forma y empujó a Rynn contra el fregadero. La pecera del se?or Pez se tamba-leó, y yo aproveché que el vampiro salía disparado hacia Al, con los colmillos relucientes cubiertos de sangre, para correr a rescatar a mi beta.
El agua se derramó un poco mientras yo me batía en retirada. Sin prestar atención a lo que estaba haciendo, empujé la pecera hacia el fondo de la encimera. Entonces dirigí la mirada hacia los libros que estaban escondidos detrás de mi espejo adivinatorio. Minias. Podría llamar a Minias. ?Oh, sí! Lo único que falta para rematar la farsa es la presencia de otro demonio.
Al golpeó la pared que estaba junto al ordenador de Ivy y las luces parpadea-ron. Armándome de valor, salí disparada hacia delante y mis dedos resbalaron por el frío cristal cuando conseguí alcanzar el espejo.
—Dios, Dios, Dios —susurré intentando recordar la palabra que me permi-tiría invocar el hechizo.
—?Rachel! —gritó Jenks.
Venían directos hacia mí. Yo abrí mucho los ojos, me incliné por encima del espejo y me quité de en medio. Al y Cormel se estamparon contra el frigorífico y el reloj de encima del fregadero cayó al suelo haciéndose a?icos y provocando que la pila saliera rodando en dirección al vestíbulo.
Al tenía la cara de Cormel entre sus manos y la apretaba con una fuerza sobrenatural, pero los dientes del vampiro estaban rojos. Entonces presencié, sin poder apartar la vista, como Cormel estiraba los brazos hacia arriba y clavaba sus horribles dedos en los ojos de Al.
Gritando, el demonio se retiró de golpe, pero el vampiro se abalanzó sobre él. Ambos rodaron por el suelo luchando por hacerse con el control. ?Joder! Se iban a matar allí mismo, en mi cocina. Y seguro que Ivy se ca-brearía conmigo.
—?Jenks? —dije al verle revoloteando cerca del techo, tan cautivado como yo.
Su rostro estaba blanco y las alas despedían un silbido agudo.
—Yo me encargo de separarlos. Tú ocúpate de disponer el círculo —me ordenó.
Yo asentí con la cabeza y me remangué. Los planes más simples eran siempre los mejores.
Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando vi que Jenks revoloteaba por encima de ellos. Se habían puesto en pie y forcejeaban como luchadores de lucha libre mientras la levita verde de Al hacía un extra?o contraste con el elegante traje de Rynn.
—?Eh, demonio capullo! —gritó Jenks provocando que Al alzara la vista.
En aquel momento un estallido de polvo de pixie se cernió sobre él. Al gritó y se desvaneció. Las manos de Rynn lo buscaron desesperadamente en el aire y, cuando el demonio retomó su forma, estaba encorvado y seguía frotándose los ojos.
—?Maldita seas, estúpida luciérnaga! —gritó el demonio.