Fuera de la ley

—?Uau! —exclamé ladeando la cadera y apoyando la mano sobre el marco de la puerta para evitar que entrara—. ?Hasta te han conseguido su voz!' No creí que fueran capaces de lograr algo así. ?Te habrá costado un ojo de la cara!

 

Trent fijó la vista en los murciélagos que colgaban del techo del santuario y luego esbozó una sonrisa con los labios cerrados y las cejas levantadas. Eran espesas y negras, muy diferentes de sus mechones blancos, y que hacían que resultara muy sencillo leer las expresiones de su rostro. Parecía divertido, y su sonrisa se hizo aún más amplia mostrando una parte de sus largos colmillos. Al final había optado por las fundas, mucho más realistas, y yo sentí que me invadía un inadvertido subidón de adrenalina fruto de la mezcla del atractivo vampírico y la sensación de peligro. Entonces me pregunté si la razón por la cual Trent estaba de pie ante mi puerta era precisamente esa, porque intentaba suscitar el deseo. O tal vez está reconsiderando su decisión estelar de ir a siempre jamás y pensaba que mostrarme su disfraz de veinte mil dólares serviría para impresionarme.

 

De pronto, deseando no haberlo ayudado nunca, eliminé de mi rostro todas las emociones salvo la de fastidio.

 

—?A qué has venido? —le pregunté con desdén—. ?Se trata de Ceri? Pues deja que te diga una cosa: dejar que me fuera de allí pensando que habías sido tú el que la había dejado embarazada fue algo mezquino incluso para ti. Si entonces te dije que no iba a ir a siempre jamás por ti, ahora te puedo asegurar que no trabajaré para ti bajo ningún concepto.

 

Sí, estaba furiosa con Ceri, pero no por eso habíamos dejado de ser amigas.

 

Trent me miró fijamente a los ojos mientras sus pupilas se dilataban lenta-mente por la sorpresa.

 

—Me alegro mucho de saberlo, se?orita Morgan. Una de las razones por las que quería hablar con usted era precisamente esa, decirle que se mantuviera alejada del se?or Kalamack.

 

Yo me quedé paralizada. Su voz no solo había perdido su cadencia cantarina, sino que había adquirido un acento muy neoyorquino.

 

En ese momento oí el ruido de la puerta de un coche que se habría y dirigí la atención hacia más atrás de Trent y del bordillo. El hombre que descendía del asiento del copiloto no era Jonathan, ni tampoco Quen. No, aquel tipo era mucho mayor, con los hombros amplios y unos brazos tan anchos como mis muslos. Por la elegancia de sus movimientos era evidente que se trataba de un vampiro. Pero Trent no solía contratar vampiros a menos que fuera absolu-tamente necesario. Aquel hombre con pantalones negros y una camisa negra ajustada se quedó de pie junto al coche, con los brazos cruzados, adoptando una pose que resultaba terriblemente intimidatoria a pesar de que se encontraba a diez metros de distancia.

 

Yo tragué saliva y miré de nuevo al hombre que se encontraba en el rellano. Ya no creía que se tratara de Trent.

 

—Usted no es Trent, ?verdad? —le pregunté.

 

él me dedicó la hermosa sonrisa por la que era conocido Rynn Cormel y yo me ruboricé.

 

—No.

 

—?Oh, Dios mío! Lo siento muchísimo, se?or Cormel —balbuceé pregun-tándome si era posible cagarla todavía más. El jefe supremo de Ivy estaba allí de pie, en nuestro rellano, y yo acababa de ofenderlo gravemente—. Ivy no se encuentra en casa en este momento. ?Le apetecería entrar y esperar a que regrese?

 

Con una mirada amargamente viva, Cormel echó la cabeza hacia atrás y soltó una larga y sonora carcajada que me resultó bastante reconfortante. Maldita sea. él era un no vivo. No podía pisar terreno consagrado. Y pedirle que esperara allí habría sido una estupidez. ?Como si alguien como él tuviera tiempo para quedarse a esperar a mi compa?era de piso!

 

—Lo siento —farfullé muerta de vergüenza—. Probablemente tendrá usted muchas cosas que hacer. ?Quiere que le diga que ha estado aquí? O, si lo desea, puedo intentar localizarla con el móvil…

 

Entonces recordé el manual vampírico que había escrito para prolongar la esperanza de vida de una sombra y que en ese momento se encontraba en el fondo de mi armario. Ivy me lo había dado la segunda noche que pasamos bajo el mismo techo para que yo dejara de hacer cosas que la ponían a cien. Leerlo había resultado muy instructivo, y algunas cosas me habían dejado boquia-bierta y con el estómago revuelto. Eran capaces de hacer cosas espeluznantes en nombre del placer…

 

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