Llegué al vestíbulo sumida en mis pensamientos, repasando mentalmente lo que iba a necesitar para hacer frente a experimentados invocadores de demonios especializados en la manipulación de líneas luminosas. Hechizos para detectar magia…, tal vez algún que otro amuleto para disfrazarse en aquel precioso momento de distracción que podía marcar la diferencia entre caerse o mantenerse erguido…, y un par de bridas hechizadas que me había dado Glenn a cambio de un bote de kétchup y que evitarían que los brujos que usaban magia de líneas luminosas pudieran aprovecharlas. Iba a ser una noche de mucho trabajo.
El pasillo estaba a oscuras y, de pronto, me detuve en seco con el ce?o frun-cido. Ivy había colgado un cartel que pendía del techo y que estaba sujeto con hilos; era evidente que había contado con la ayuda de Jenks. La pobre incluso se había molestado en utilizar una plantilla para estarcir, y yo agarré el cartón amarillo y leí lo que había escrito en letras de color rojo brillante: ?Más allá de esta línea, podría haber presencia demoníaca?. Mierda. Me había olvidado por completo.
Cuando Jenks compró la iglesia en la agencia inmobiliaria de Piscary, insistió en que pagara para que la volvieran a consagrar, y aunque yo protesté, al final decidí dejar la parte posterior sin santificar, como había estado originariamente. No todos nuestros clientes estaban vivos, e Ivy se?aló que entrevistar al resto en los escalones del porche resultaba muy poco profesional. Como consecuencia de esto, la cocina y la sala de estar no fueron consagradas. En el pasado, parecía que Al siempre se enteraba de cuándo pisaba yo terreno no santificado, y des-pués de que la mu?eca me empezara a arder de forma insoportable antes de presentarse en la tienda de hechizos de Patricia y destrozarla, comprendí cómo lograba averiguarlo. Tengo que librarme de esto, pensé frotándome suavemen-te el relieve de la cicatriz. Mientras estaba allí en la oscuridad, sopesando los riesgos, sonó la campana de la entrada.
Y me di media vuelta de inmediato.
—?Ya voy yo! —grité antes de que Jenks tuviera tiempo de salir del escrito-rio. él y Matalina raras veces tenían ocasión de tener un rato para ellos solos. Es posible que hubieran entrado en el escritorio enfrascados en una discusión, pero yo sabía que la cosa no acabaría así. Por algo tenía cincuenta y cuatro hijos.
Cuando irrumpí en el santuario trotando, Rex me adelantó arrastrando su esponjosa cola por el suelo, convencida de que iba a por ella. Era demasiado pronto para que fuera Marshal, y si era alguien que había empezado a pedir ?truco o trato? con antelación, estaba decidida a quedarme con ellos. Ni siquiera había preparado los tomates todavía.
Tras tirar el cartel de Ivy sobre el piano para que pudiera verlo, caminé hacia la entrada con los pies cubiertos tan solo por los calcetines. Antes de abrir me detuve unos instantes para que mis pupilas se acostumbraran a la falta de luz del estrecho espacio que se extendía desde el santuario hasta la puerta principal. Un día de aquellos iba a tener que invertir en un taladro y una mirilla.
Dispuesta a darle una lección a quienquiera que hubiera decidido empezar a pedir caramelos por adelantado, abrí el pesado portón y la luz amarilla del cartel de la entrada penetró en la iglesia. Un breve raspado de zapatos de vestir llamó mi atención y me crucé de brazos para observar al recién llegado, cuyo Jaguar descansaba junto al bordillo.
—?Vaya, vaya! —exclamé al ver a Trent completamente disfrazado—. Es un poco pronto para empezar con el truco o trato, pero tal vez tenga algunas monedas para darte.
—?Perdón? —preguntó con aquellos hechizos que le daban una apariencia imponente. Con los ojos muy abiertos se giró hacia el coche haciendo crujir su traje de seda y lino y quitándose el elegante sombrero que dejaba a la vista su media melena negra, cortada del mismo modo que la última foto de Rynn Cormel. Estaba realmente impresionante, ligeramente más viejo, más alto y, en cierto modo, más sofisticado. Era algo así como el reverso de sí mismo, oscuro, donde normalmente era claro y viceversa. No obstante, mantenía la misma constitución física: delgado y estilizado. Definitivamente, la altura le sentaba bien.
El abrigo negro que llevaba le llegaba hasta los tobillos y hacía un bonito contraste con su nueva tez pálida, tal y como yo había anticipado. Había hecho caso de mi consejo y había utilizado un hechizo para cambiar su olor, y el delicado aroma de vampiro, mezclado con una pizca de colonia cara, me embriagó. No se había puesto las gafas, pero estas asomaban por la parte superior de un bolsillo del abrigo situado a la altura del pecho. Llevaba una bufanda gris de cachemir alrededor del cuello y me di cuenta de que hacía juego con sus zapatos, de un color negro mate en vez del tono acharolado que solía utilizar.