—De acuerdo, sin cebolla —dijo confirmando que había captado el mensaje. En ese momento se escuchó una voz que decía su nombre con autoridad—. Siento mucho tener que repetir siempre lo mismo, pero te llamo cuando haya terminado.
—Marshal, ya te he dicho que no tienes por qué preocuparte. Al fin y al cabo, no se trata de una cita —dije recordando lo bien que encajaba Kisten el que yo cancelara nuestros planes en el último minuto por culpa de alguna mi-sión inesperada. Nunca se había mostrado disgustado pues estaba convencido de que, cuando él se encontrara en una situación similar, yo haría lo mismo. El caso es que había funcionado, y me había convertido en una persona capaz de aceptar que alguien cancelara una cita en el último momento sin que me afectara. Marshal había llamado. Le había surgido un imprevisto. Caso cerrado. Además, tampoco es que tuviéramos una relación…
—Gracias, Rachel —dijo sonando aliviado—. Eres una persona muy especial.
Yo parpadeé varias veces al recordar que Kisten solía decirme lo mismo.
—De acuerdo. Entonces nos vemos después. Hasta luego, Marshal —dije esforzándome por que mi voz no me traicionara. A continuación, dejé de apretarme con los dedos la parte superior de mi brazo derecho y presioné el botón de colgar sin saber si sentirme bien por las últimas palabras de Marshal o deprimida por el recuerdo de Kisten.
?Basta ya, Rachel!, me dije a mí misma, respirando hondo y pasándome la mano por el pelo.
—Hasta luego, Marshal —se mofó Jenks desde la seguridad de mi escritorio. Yo me giré justo a tiempo para ver que Matalina le daba unos golpecitos en el hombro con el revés de la mano.
—Jenks —le dije con tono cansado mientras intentaba recobrar el equili-brio—, cierra la boca.
Matalina se elevó en el aire con las alas de color rosa pálido.
—Jenks, cari?o —dijo remilgadamente—, ?puedo hablar contigo un mo-mento en el escritorio?
—?Qué…? —se quejó él. Luego dio un gritito cuando ella le pellizcó una de las alas y lo arrastró en dirección a la rendija de la persiana del escritorio. Los ni?os aplaudieron entusiasmados y la hija mayor agarró la mano de la peque?a y se la llevó volando de allí buscando algo con que distraerla.
Sonriendo al pensar en un experto guerrero llevado a rastras por su mujer, tan mortífera como él, estiré las piernas. Habían empezado a dolerme después de haber pasado tanto tiempo inmóvil sobre el duro suelo de madera. Realmente necesitaba hacer unos cuantos estiramientos para desentumecerme y me pregunté si a Marshal le gustaría salir a correr. Es-taba dispuesta a conseguirle un pase para ir a correr al zoo por la ma?ana temprano con tal de que me hiciera compa?ía. Sin expectativas, sin planes ocultos, tan solo necesitaba alguien con quien pasar el rato. Kisten nunca había salido a correr conmigo. Tal vez hacer cosas diferentes podría ayudar. Y por razones diferentes.
Seguidamente agarré el bolso y me dirigí hacia la cocina, donde me espera-ban los informes. Mi estado de ánimo había cambiado ante la prospectiva de hacer algo diferente, y me puse a intentar planear la noche. Marshal podría hablarme de sus entrevistas y yo podría contarle lo de mi marca demoníaca. Aquello contribuiría a hacer más interesante la conversación mientras nos tomábamos el arroz. Y si después no salía corriendo despavorido, entonces se merecía todo lo que pasara.
Poniéndome cada vez más amargamente introspectiva, volví a sacudirme el polvo de pixie mientras entraba en el vestíbulo. Este despidió un breve destello por la fricción y me rodeó de una luz que iluminó la oscura estancia. En aquel momento pasé por delante de los que un día fueron los servicios para hombres y mujeres, y que habíamos reconvertido para transformarlos en un cuarto de ba?o convencional para Ivy y en una especie de aseo, que hacía las veces de lavandería, para mí. Nuestros dormitorios se encontraban en donde antiguamente se situaba la sacristía, y la zona donde teníamos la cocina y la sala de estar se había a?adido posteriormente para proporcionar a la congregación un lugar donde preparar y servir comidas para los feligreses.
A continuación me asomé a mi habitación y, justo en el momento que iba a tirar el bolso sobre la cama, volvió a sonar mi teléfono móvil. Tras recuperarlo del interior, me senté en la cama para quitarme las botas y levanté la tapa.
—?Ya estás de vuelta? —pregunté dejando que mi voz permitiera entrever mis ganas. Tal vez Marshal había terminado por fin las entrevistas.
—?Claro! Al fin y al cabo solo he tenido que revisar los todos informes de los últimos tres días. —Desconcertada, me di cuenta de que era la voz de David.
—?Oh, David! —exclamé desatándome los cordones de una de las botas y quitándomela de una patada—. Creí que eras Marshal.
—Pues… no —respondió arrastrando las palabras con un cierto tono in-quisitivo.