—Es un tipo que conocí en Mackinaw —aclaré sujetando el teléfono con el hombro y levantando la otra pierna—. Acaba de mudarse a Cincinnati y va a venir a casa para que ninguno de los dos tenga que cenar solo.
—?Bien! Ya iba siendo hora —respondió con una carcajada. Cuando me oyó carraspear a modo de protesta, prosiguió—: He estado comprobando los expedientes más recientes. Hemos recibido una avalancha de interesantes re-clamaciones sobre da?os producidos a cementerios peque?os.
Yo me estaba desatando los cordones con una sola mano y mis dedos se de-tuvieron. Se podían adquirir todos los elementos necesarios para realizar magia negra en cualquier tienda de hechizos, pero los ingredientes estaban regulados por ley y con frecuencia la gente se los procuraba por su cuenta.
—?Saqueadores de tumbas, tal vez?
—A decir verdad… —comenzó mientras se oía que revolvía sus papeles—, no te lo sé decir. Tendrías que preguntárselo a la AFI, pero las estadísticas muestran un importante incremento en la cantidad de da?os a peque?os cementerios, de manera que no te vendría mal vigilar un poco más de cerca el tuyo. De momento solo afectan a los que están activos. Da?os a monumentos, puertas rotas, can-dados cortados y surcos en la tierra. Puede ser que se trate solo de gamberradas de adolescentes, pero alguien robó el instrumental que se utiliza para extraer cadáveres. Sospecho que está acumulando provisiones para un compromiso a largo plazo, ya sea para suministrar magia negra e invocadores de demonios con fines económicos, o para uso personal. Deberías consultarlo con el tipo de la AFI. A mí no me llegan noticias sobre saqueos de tumbas a menos que se da?e o se sustraiga algún objeto. Al fin y al cabo, nuestros seguros no incluyen a los que están realmente muertos.
—Gracias, David —le dije—. En realidad ya he estado hablando con Glenn. —Entonces dirigí la mirada a los cuatro informes que tenía sobre el tocador, encajonados entre los frascos de perfume—. Le preguntaré si ha desaparecido algún cuerpo. Te agradezco mucho que los revisaras. —De pronto, mientras me quitaba la otra bota, se me planteó una duda—: ?No te habrá creado problemas?
—?Por qué? ?Por haber trabajado en los días previos a Halloween? —pre-guntó con una sonora carcajada—. Es bastante improbable. Tenemos una recla-mación de escasa cuantía presentada por una mujer que vive muy cerca de los Hollows. En principio no estaba previsto que fuera yo el encargado de hacer la tasación pero, si consigo hacer un cambio, ?te gustaría venir a echar un vistazo? Prácticamente toda una pared del sótano se ha abombado hacia el exterior por culpa del agua. Podría tratarse de un error de imprenta, pues normalmente el agua hace que las paredes se curven hacia el interior, y no hacia fuera. Aun así, tampoco ha llovido mucho últimamente.
En ese momento me incliné hacia el tocador y saqué los expedientes de la AFI.
—?Dónde está?
Una vez más, oí que revolvía los papeles.
—Un momento —dijo David. Tras una breve pausa, a?adió—: En el número 931 de Palladium Drive.
Al oír sus palabras sentí un hormigueo en el estómago y alargué la mano hacia los expedientes de mi tocador. Tras un peque?o tirón, las direcciones aterrizaron sobre mí. ?Bingo!
—David, tienes que hacerte con esa reclamación como sea. Tengo delante la necrológica del propietario de esa casa y escucha esto: en su expediente constan varias profanaciones de tumbas durante su época universitaria.
David se rio por lo bajo con evidente entusiasmo.
—Mi jefe debería pagarte por todo el dinero que se está ahorrando gracias a ti. ?Los da?os se debían a estragos demoníacos?
—Probablemente.
Las piezas empezaban a encajar. Yo me merecía una noche de descanso, y no tenía nada malo que la pasara en la iglesia. Por favor, Dios mío, que no sea Nick.
—De acuerdo —dijo David con la voz tensa por la impaciencia—, pero pro-méteme que no irás a ninguna parte esta noche. Voy a ver si consigo hacerme con esa reclamación y pasaré a recogerte. ?Necesitas algo? ?Helado? ?Palomitas? No quiero que salgas de la iglesia bajo ningún concepto.
Yo negué con la cabeza, a pesar de que él no lo podía ver.
—Estoy bien. Avísame cuando estés listo para ir. Cuanto antes, mejor.
Con la mente sumida ya en otros pensamientos, David gru?ó un adiós. Yo no estaba mucho mejor y, tras murmurar algo entre dientes antes de colgar, me dirigí hacia la cocina. Me encantaba patear algunos culos, pero en ese momento, lo mejor que podía hacer era preparar los hechizos que facilitaran el trabajo.